miércoles, 7 de agosto de 2013

Lo que el amor me dejó y el viento no se llevó

Mis ex maridos y novios no me han dejado nada, salvo deudas y alguna que otra compulsión.
El primero, Dios lo tenga en Miami, me contagió la gadgetmanía. Traducido: aparato tecnológico que sale, quiero, y si puedo, tarde o temprano, compro. O sea, el famoso culo veo, culo quiero.
Cuando estábamos infelizmente casados, años 86/93, nuestra casa era como una especie de tienda de reparaciones de computadoras,  plotters, lectores de código de barra, teclados de música, laptops y miles, millones de chips, plaquetas, plaquetitas ,cables de todo tipo y color (gris o negro, no había otra cosa) y celulares. Tuvimos desde la valija que pesaba 10 kilos, pasando por el zapatófono, hasta los modelos de Motorola del año 93. Hay que reconocerle una cosa, era visionario. Pero con un traste muy, muy pesado. Él suponía que las cosas las traían los Reyes Magos y las repartía Papá Noel. De venderlas, o sea laburar, ni hablar. Era adicto a las compras y con gran dolor, en el momento de la repartija del divorcio, su adicción me la cedió gentilmente a mí.
Desde entonces por mi casa han desfilado, desde computadoras compatibles, netbooks, notebooks, cámaras de fotos de diferentes pixelajes, scanners,dvd´s, celulares varios, hasta llegar a al día de hoy, con tres manzanas mordidas en home sweet home. Mac por acá, Iphone por allá, y la nueva adquisición ,el Ipad.
Pero como yo soy humilde y de gran corazón, voy a reconocerle otro don que me legó. Computadora que toco, la hago mierda. Digamos...como a mis matrimonios...O sea, el aparato vendría a reemplazar al ser humano masculino faltante. Sería algo así como un consolador que no se para.
Mi primera compu, explotó, literalmente. Un día me dijo: ping, pum, pam, empezó a salir humo y murió. Vino a vivir conmigo una notebook Acer, que duró alrededor de año y medio, para también en un abrir y cerrar de tapa, abandonarme e irse a mejor mundo. En mi afán por no ser la viuda alegre y que en el barrio empiecen a comentar, compré otra. Esta vez una netbook. ¿Que decir? La muy hija de puta no servía para nada, sólo para dejarme ciega. Y allí fui sin claudicar, por una laptop. Toshiba. Japón no podía fallarme. Pero se ve que teníamos un choque de culturas irreparable, y a los seis meses me abandonó. Pero volvimos. Porque me resistía a ser dejada nuevamente por un marido supletorio, con lo cuál, le dije: hacemos un intento más y vemos. Duramos mes y medio como mucho, hasta que se quedó sordo, ciego y mudo. Le empezó a fallar un parlante y no conseguimos más repuestos gracias al compañero Moreno. Viva Perón carajo!
Fue así como un día junté los morlacos que tenía guardados para mudarme, y me compré tutti li fiocci del difunto Jobs. Por lo menos uno que se me moría antes de que yo lo tocara...Hasta el día de hoy....que vaya a saber por cuál de todos los espíritus de las computadoras fenecidas, mi Ipad dejó de andar. Tenemos menos de una semana de convivencia , y ya prefirió pasar a mejor vida, que quedarse conmigo.
Desde hoy soy conocida en Barrancas de Belgrano como la Gadget Negra.
Mi segundo marido (vamos a hacerlo breve) me legó la obsesión por las palabras. No se dice brasilero, se dice brasileño. No empieces con pero una frase, a menos que vayas a decir algo desfavorable. No digas más siempre y nunca, porque nunca es siempre y tampoco es nunca. Hacer la Claringrilla y no largarla hasta que logre descifrar todas las palabras y por último, escribir boludeces. Por eso un día le dije,"No hay pero que valga. Hasta siempre o hasta nunca, me voy con el brasileño que hace mejor los crucigramas que vos".
Y mi último, llamémosle novio, me dejó, como máxima expresión de amor, las pocas ganas de volver a conocer a alguien....como él. Hay gente que debería vivir, como en su caso, en una habitación sellada, sin ventanas, y forrada de espejos. Yo me quiero, yo me amo, yo me adoro. Por ende, no quiero a nadie, no amo a nadie, y menos adoro a cualquier ser humano o animal y si es la mujer que tengo al lado, por las dudas la torturo, no vaya a ser que crea que la quiero un poquito.
Así es como cada uno de estos seres, me ha convertido en lo que soy hoy. Una feliz computadora personal, que cada tanto le salta el chip, y la que todavía a veces mira con nostalgia el teclado obsoleto, con deseos de que le toquen las teclas.