Soysola: Daniel, está muy nublado y es mi primer viaje en avión después de 20 años.
¿Se va a caer el avión? ¿Va a llover? ¿Me voy a morir? No me contestes, tengo náuseas. No voy a poder subir al avión.
Daniel: Arriba de las nubes está celeste. Y el avión va por arriba de las nubes. No te va a pasar nada.
S: ¿Estás seguro? ¿Se va a mover? ¿No me voy a morir?
D: Mirá, seguro, seguro no estoy, pero te diría que si el avión no se mueve, es porque no anda, y ahí sí me preocuparía.
S: No voy a poder subir, me muero ahora. Por las dudas me tomo otro Rivortil.
Llegamos al aeropuerto de Ezeiza y por suerte, nos esperaba Pablo.
Cualquiera diría que Pablo es mi marido, pero no, es mi psiquiatra, mucho más importante que un marido. Él sólo quería asegurarse de que subiera al avión y no perder su reputación en la Sociedad Argentina de Psiquiatría.
Haberme tratado durante años sin lograr que yo siquiera hablara de los aviones, para llegar a este momento, a un paso de viajar, no estaría bien visto entre los colegas, que a último momento yo decidiera dar marcha atrás.
Por eso Pablo estaba ahí. Para asegurse de darme, literalmente, el último empujón.
Sentadas en el preembarco, agarradas a nuestro bolso de mano como si fuera un paracaídas, oímos la orden de embarque.
Mientras iba acercándome al avión, me entraban mensajes de texto de toda mi familia y amigos.
¿Estás bien? ¿Ya te sentaste? ¿Podés respirar? ¿Viste que no pasa nada? ¿Te tomaste la medicación? Respirá. Respirá hondo. Pensá en que mañana vas a estar en Madrid.
Todas esas muestras de apoyo, no hacían más que ponerme nerviosa. Sí, ya me senté. El asiento es muy chico. Acá adentro hay que turnarse para respirar. La azafata me mira mal. El cinturón del asiento no me alcanza. No hacen asientos para gordas. Y sí, pienso en que mañana voy a estar en Madrid, pero quisiera ser teletransportada en vez de estar acá, tenía ganas de responderles.
Apenas puse un pie adentro de la nave, les avisé a las azafatas que tenía terror a los aviones. Por las dudas. Si armaba un escándalo, que supieran con quién se estaban metiendo.
Durante el proceso del tratamiento para el pánico a volar, había aprendido algunas técnicas para asegurarme el no pasarla tan mal. Así que ahí empecé.
Saqué los tapones para los oídos y me los puse. Luego, abrochar el cinturón de seguridad por arriba de la manta, tras cartón ponerme la placa antibruxismo y el antifaz para dormir. Previo a todo esto, leer la oración del viajero, aunque te soy atea.
Los Rivotriles iban haciendo efecto, con lo cuál, a los tres minutos de haber despegado, ya estaba dormida.
Las azafatas, hicieron un intento por despertarme, y no es que no las haya escuchado, es que mi cábala de no abrir los ojos para que el avión no se cayera, era más fuerte que la pasta o poio que me ofrecían.
Gracias con que nos levantamos media hora antes de aterrizar para ir al baño. Total, que si el avión se caía, ya estábamos cerca del piso.
Aterrizamos en Madrid creyéndonos Colón cuando llegó a América.
No besamos el piso porque te somos un poco aprehensivas a los gérmenes, pero casi casi le pasamos un trapito con tal de agradecer la buenaventura.
Mandamos mensajes a toda la familia y amigos, incluído psiquiatra, para avisar que no habíamos muerto en el vuelo, y tomamos un taxi para ir hasta el hotel.
Nos espera Madrid, Zaragoza, Barcelona, Vallauris, Roma, Florencia, Zurich y París.
Ya hemos dado el primer paso del resto de nuestras vidas.
Nace, Sosyola Viajera.