Le prometí a mi amiga Alejandra, que el 31 de diciembre iba a escribir en el blog. Y aquí estoy.
Mientras la gente se está preparando para cenar y brindar, mi año nuevo ya terminó. Ocho menos cuarto de la noche, la reina madre, clamaba por su comida. A las nueve ya estaba en la cama.
Los platos están lavados, el pan dulce tapado, no hay sidra ni champagne, así que escribo mientras en la tele pasan un racconto del programa La Cornisa. No sé si cortarme las venas con la tapa de telgopor del helado o suicidarme oyendo los agudos de Luis Majul.
En cualquier caso, se evidencia mi alegría findeañesca.
Antes de que den las doce campanadas, y me convierta en Cenicienta...perdón! Ya soy la cenicienta! En lo que debería convertirme es en la mujer de George Clooney. En otra vida quizás. En ésta, sólo nos queda soñar y seguir pidiendo.
Como los amigos españoles, nos atragantaremos con doce pasas de uva, cuando el reloj biológico ingrese en el 2018. Y al son de la marcha fúnebre, iré pidiendo, uno a uno, mis más inconfesables deseos.
Quiero un sinfín de cabellos de plata, a una tintura a base de sangre de horchata.
Quiero soltar amarras, para no quedar anclada en el hastío.
Quiero un cincel de artesano, para tallar mis rollos hasta convertirlos en curvas.
Quiero un tren de trocha angosta, para recorrer el camino sinuoso de tu vida.
Quiero un reloj que atrase cinco minutos, para citarme y llegar puntual.
Quiero una casa en cada ciudad, para escaparme de mí misma.
Quiero un all inclusive en Alaska, para calmar los calores del alma.
Quiero diez años menos, cuatro centímetros más y cinco kilos perdidos, para sentir mariposas en el cuerpo.
Quiero una parcela en tu vida, para tener a dónde dormir cuando esté cansada.
Quiero un jet privado, con propulsión a chorro de tinta, para dar la vuelta al mundo en mil quinientos caracteres.
Quiero un baúl de sueños perdidos, para repartirlo entre los desesperanzados.
Quiero un amor como el tuyo, el que me diste hace tiempo, y todavía añoro.
Feliz 2018!