Setenta días diciendo que me quería volver a casa, para llegar a la última semana en París, y querer quedarme a vivir. No soy una nueva Gata Flora, sigo teniendo el síndrome del gataflorismo de toda la vida.
Sí, no están leyendo mal. Hablo en primera persona. Sin las otras. A las otras las dejé en la ciudad luz el primer día. Las perdí de vista en el Metro y me dije: ¡que se arreglen como puedan ahora! ¡No me levantaron una valija en todo el viaje, ahora que aprendan a descifrar las líneas de subte solitas!
Y ahí deben de andar yirando todavía, entre la línea cuatro y la tres, porque la siete está cerrada.
Mis otros yo me acompañaron durante un par de años en estos viajes, ayudando a no sentirme tan desamparada. Pero en París, acompañada por amigas con quienes las pasé bárbaro, ¿para qué corno cargar con exceso de equipaje? Así que adiós (por ahora...nunca se sabe) a mis otros yo.
Llegamos al aeropuerto Charles de Gaulle…sí, llegamos bien digo, yo, mis dos valijas, bolso de mano, y cartera al hombro cargada cuál yak en la tundra. Check in listo en la máquina que te escupe los tickets del equipaje, porque así es Europa, todo te escupe. Ya lo vivimos en Vallauris y en Marsella, y también en el Palacio de Versailles donde la competencia Medio Oriente-Lejano Oriente, por ver quién ganaba la Copa Mundial al Escupitajo, llegó a su máximo exponente con un anciano chino, que se la pasó regando los jardines de María Antonieta ante mi incontrolable sensación de náusea.
Volvamos al aeropuerto. Me presento al mostrador de despacho de equipaje y una empleada Airfrancesa me dice: usted tiene derecho a dos valijas de 23 kilos cada una, y a dos bolsos que no superen los 18 kg entre ambos.
Papita p´al loro dije. Subo, sacando los bofes, las maletas a la cinta y ahí mismo me dí cuenta que los cálculos no me daban. Menos mal que le habíamos apostado al rojo. ¡Colorado el 27!¡Colorado 32! Gané! dije saltando de alegría. No, me dice la señorita en un perfecto castellano, va a tener que pagar €320 de exceso de equipaje. ¿Lo qué? digo yo. ¿Qué hago ahora?
Hagamos una cosa, me responde la francolatinoamericana, redistribuyamos el peso de las valijas. Saque algunos objetos y póngalos en el otro bolso que tiene.
Ahí nomás, me arremangué las calzas francesas, el pañuelo de Galerías Lafayette pasó a ser una bandana, y empezamos la ardua lucha de rehacer dos valijas dos, en menos de cinco minutos. Abrimos primero la violeta. Sacamos UN libro de cerámica, dos pantalones, y con eso sólo la Samsonite pasó de 27 a 19.5 kgs. La roja, mientras, esperaba su turno. La abrimos, sacamos otros dos libros de cerámica, tres pares de zapatos, un toallón, y otros dos jeans, y cuando sube a la balanza, seguíamos teniendo un superávit de prendas al pedo.
Desesperada, chorreando sudor como si estuviese en el sauna de los orientales de más arriba, le digo: ¿sabés qué? Cobrame algo de exceso de equipaje, porque no me dan más los brazos ni la cabeza para resolver esto.
La mina, con súper buena onda, agarra mi nuevo bolso que sobrepasaba el "equipaje de cabina", saca cosas de adentro, y lo mete dentro de la valija violeta que era la menos pesada a esa altura. Desparramados por el piso de Don de Gaulle, quedaban varios libros, el toallón, dos pantalones y un par de zapatos. La miro a la señorita y le digo: ¿qué hago? ¿Me llevo esto en la mano arriba del avión?
Muy gauchita la chica, que ya debe estar acostumbrada a los compradores compulsivos que pasan por París, me entrega una bolsa blanca de plástico, y mete todas mis cosas ahí adentro. Esta bolsa está permitida arriba del avión, me dice. Listo. Solucionado el problema, pensamos ambas. Pero no.
Vuelve a pesar todo, y seguíamos teniendo 9 mil kilos de exceso. Ante mi estado de desesperación y menopausia, me mira compasiva y me dice: ¿sabe qué? Para mí, está bien así. ¿Qué son unos kilos extra? Vaya, vaya tranquila, yo le doy el ok, y listo. Y ahí marché, con dos bolsas en la mano que me pesaban 48 kilos, y me cortajeaban los dedos. Cuando ustedes se preguntan qué carajo hago viajando sola, acá tienen la respuesta. Para poder comprar y que la gente diga: pobre mujer! Tan mayor, cargada como un camello y encima es soysola!!
Para el próximo viaje me dejo las canas sin teñir y quizás me asciendan a primera clase, sólo de lástima.
Medicación sublingual donde corresponde, y a duras penas llegamos a sentarnos en el cómodo asiento de Air France antes de quedarnos dormidas. Ni nos enteramos del carreteo del avión, hasta que en el despegue nos despertamos, sintiéndo un mini pre-infartito. ¿Ataque de pánico a esta altura del empastillamiento? Imposible.¡Marche otro sublingual para el asiento 12 K pasillo de la izquierda!
Al rato, con 400 mg de droga en sangre, me despierto al clamor de ¿pasta o poio? como diría mi amiga Paula. Y por primera y única vez, marchó una pasta a 12 mil pies de altura, cosa que no volverá a ocurrir mientras siga subiendo a aviones y la quetiapina no haga efecto. Prefiero esperar al desayuno asqueroso pero medianamente comible.
Y llegamos a EZE, mis valijas, bolsos y yo, para encontrarnos con el caos aduanero argentino, y 18 puntitos de presión arterial cotizando en alza.
Así que quiero: seguir siendo soysola por el mundo pero en compañía, más no sea para levantar valijas.
Quiero tener mucha guita o millas acumuladas para viajar en primera y que me den algo de comer como la gente.
Quiero un jumbo privado con cama doble, baño completo con hidromasaje, catering del Palacio de la Papa Frita, y azafatos vestidos de Gucci.
Quiero acercar los continentes para no tener trece horas de viaje. Quiero una París para mí sola y el resto que se lo dividan entre los que quieran.
Quiero ser argentina con acento francés, y que Louis Vuitton venda carteras truchas para poder adquirirlas y que sean trucho-verdaderas o verdaderamente truchas.
Quiero una Francia sin patisserie, para no engordar tanto. Y de paso con quesos sin sal, porque los hipertensos enloquecemos cuando pasamos por una fiambrerie.
Quiero un id y vuelta de la vuelta al perro, menos perros con collares de brillantes y más niños con comida en la mesa.
Quiero una sociedad otorrinolaringológica que le enseñe a los escupidores a no contaminar las calles con gérmenes.
Quiero un viaje corto al Planeta de los Simios y uno eterno al Paraíso Perdido.
Quería estar en mi casa, y lo logré. Ahora quiero una nueva aventura de soysolaporelmundo, pero soysoleando en compañía. Masculina si se puede.
Sí, no están leyendo mal. Hablo en primera persona. Sin las otras. A las otras las dejé en la ciudad luz el primer día. Las perdí de vista en el Metro y me dije: ¡que se arreglen como puedan ahora! ¡No me levantaron una valija en todo el viaje, ahora que aprendan a descifrar las líneas de subte solitas!
Y ahí deben de andar yirando todavía, entre la línea cuatro y la tres, porque la siete está cerrada.
Mis otros yo me acompañaron durante un par de años en estos viajes, ayudando a no sentirme tan desamparada. Pero en París, acompañada por amigas con quienes las pasé bárbaro, ¿para qué corno cargar con exceso de equipaje? Así que adiós (por ahora...nunca se sabe) a mis otros yo.
Llegamos al aeropuerto Charles de Gaulle…sí, llegamos bien digo, yo, mis dos valijas, bolso de mano, y cartera al hombro cargada cuál yak en la tundra. Check in listo en la máquina que te escupe los tickets del equipaje, porque así es Europa, todo te escupe. Ya lo vivimos en Vallauris y en Marsella, y también en el Palacio de Versailles donde la competencia Medio Oriente-Lejano Oriente, por ver quién ganaba la Copa Mundial al Escupitajo, llegó a su máximo exponente con un anciano chino, que se la pasó regando los jardines de María Antonieta ante mi incontrolable sensación de náusea.
Volvamos al aeropuerto. Me presento al mostrador de despacho de equipaje y una empleada Airfrancesa me dice: usted tiene derecho a dos valijas de 23 kilos cada una, y a dos bolsos que no superen los 18 kg entre ambos.
Papita p´al loro dije. Subo, sacando los bofes, las maletas a la cinta y ahí mismo me dí cuenta que los cálculos no me daban. Menos mal que le habíamos apostado al rojo. ¡Colorado el 27!¡Colorado 32! Gané! dije saltando de alegría. No, me dice la señorita en un perfecto castellano, va a tener que pagar €320 de exceso de equipaje. ¿Lo qué? digo yo. ¿Qué hago ahora?
Hagamos una cosa, me responde la francolatinoamericana, redistribuyamos el peso de las valijas. Saque algunos objetos y póngalos en el otro bolso que tiene.
Ahí nomás, me arremangué las calzas francesas, el pañuelo de Galerías Lafayette pasó a ser una bandana, y empezamos la ardua lucha de rehacer dos valijas dos, en menos de cinco minutos. Abrimos primero la violeta. Sacamos UN libro de cerámica, dos pantalones, y con eso sólo la Samsonite pasó de 27 a 19.5 kgs. La roja, mientras, esperaba su turno. La abrimos, sacamos otros dos libros de cerámica, tres pares de zapatos, un toallón, y otros dos jeans, y cuando sube a la balanza, seguíamos teniendo un superávit de prendas al pedo.
Desesperada, chorreando sudor como si estuviese en el sauna de los orientales de más arriba, le digo: ¿sabés qué? Cobrame algo de exceso de equipaje, porque no me dan más los brazos ni la cabeza para resolver esto.
La mina, con súper buena onda, agarra mi nuevo bolso que sobrepasaba el "equipaje de cabina", saca cosas de adentro, y lo mete dentro de la valija violeta que era la menos pesada a esa altura. Desparramados por el piso de Don de Gaulle, quedaban varios libros, el toallón, dos pantalones y un par de zapatos. La miro a la señorita y le digo: ¿qué hago? ¿Me llevo esto en la mano arriba del avión?
Muy gauchita la chica, que ya debe estar acostumbrada a los compradores compulsivos que pasan por París, me entrega una bolsa blanca de plástico, y mete todas mis cosas ahí adentro. Esta bolsa está permitida arriba del avión, me dice. Listo. Solucionado el problema, pensamos ambas. Pero no.
Vuelve a pesar todo, y seguíamos teniendo 9 mil kilos de exceso. Ante mi estado de desesperación y menopausia, me mira compasiva y me dice: ¿sabe qué? Para mí, está bien así. ¿Qué son unos kilos extra? Vaya, vaya tranquila, yo le doy el ok, y listo. Y ahí marché, con dos bolsas en la mano que me pesaban 48 kilos, y me cortajeaban los dedos. Cuando ustedes se preguntan qué carajo hago viajando sola, acá tienen la respuesta. Para poder comprar y que la gente diga: pobre mujer! Tan mayor, cargada como un camello y encima es soysola!!
Para el próximo viaje me dejo las canas sin teñir y quizás me asciendan a primera clase, sólo de lástima.
Medicación sublingual donde corresponde, y a duras penas llegamos a sentarnos en el cómodo asiento de Air France antes de quedarnos dormidas. Ni nos enteramos del carreteo del avión, hasta que en el despegue nos despertamos, sintiéndo un mini pre-infartito. ¿Ataque de pánico a esta altura del empastillamiento? Imposible.¡Marche otro sublingual para el asiento 12 K pasillo de la izquierda!
Al rato, con 400 mg de droga en sangre, me despierto al clamor de ¿pasta o poio? como diría mi amiga Paula. Y por primera y única vez, marchó una pasta a 12 mil pies de altura, cosa que no volverá a ocurrir mientras siga subiendo a aviones y la quetiapina no haga efecto. Prefiero esperar al desayuno asqueroso pero medianamente comible.
Y llegamos a EZE, mis valijas, bolsos y yo, para encontrarnos con el caos aduanero argentino, y 18 puntitos de presión arterial cotizando en alza.
Así que quiero: seguir siendo soysola por el mundo pero en compañía, más no sea para levantar valijas.
Quiero tener mucha guita o millas acumuladas para viajar en primera y que me den algo de comer como la gente.
Quiero un jumbo privado con cama doble, baño completo con hidromasaje, catering del Palacio de la Papa Frita, y azafatos vestidos de Gucci.
Quiero acercar los continentes para no tener trece horas de viaje. Quiero una París para mí sola y el resto que se lo dividan entre los que quieran.
Quiero ser argentina con acento francés, y que Louis Vuitton venda carteras truchas para poder adquirirlas y que sean trucho-verdaderas o verdaderamente truchas.
Quiero una Francia sin patisserie, para no engordar tanto. Y de paso con quesos sin sal, porque los hipertensos enloquecemos cuando pasamos por una fiambrerie.
Quiero un id y vuelta de la vuelta al perro, menos perros con collares de brillantes y más niños con comida en la mesa.
Quiero una sociedad otorrinolaringológica que le enseñe a los escupidores a no contaminar las calles con gérmenes.
Quiero un viaje corto al Planeta de los Simios y uno eterno al Paraíso Perdido.
Quería estar en mi casa, y lo logré. Ahora quiero una nueva aventura de soysolaporelmundo, pero soysoleando en compañía. Masculina si se puede.