Cuando mi psiquiatra me dice que se toma vacaciones, o que se va a un congreso, siempre le pregunto lo mismo: ¿Vos me pediste permiso? Él, obviamente se ríe. Yo no.
Hay profesiones que no deberían tener días libres, por ejemplo los médicos en toda su amplia gama de especialidades. Más específicamente, la psiquiatría.
Yo estoy loca los 365 días del año, no me tomo vacaciones como paciente. Me las hacen tomar de prepo. Ni siquiera estoy libre en Iom Kippur.
Si ellos están cansados, a embromarse queridos, ¡hubiesen elegido ser abogados que tienen todo el mes de enero de feria para rascarse! Y si no, llévense a sus pacientes con toda la familia, que a esta altura ya somos parte, ¡qué joder!
Tres semanas sin terapia es como un año canino para una persona como yo. Todo se magnifica por siete. Veintiún días sin contención y no darle de comer a los leones, vendría a ser lo mismo.
¿Cómo hacés para en cincuenta minutos, meter tres semanas de pánicos, angustias, pesadillas, depresiones, y fobias varias? Mínimo deberían darte una sesión de dos horas y media, no sea cuestión de ser demasiado pretensiosa.
Y ni con ése tiempo, te alcanza para describir tu primer quilombo de la semana.
Para honrar a la verdad, debo decir que el mío, en ausencias prolongadas, me ha hecho alguna que otra sesión vía Skype. Pero mis viajes no son de puro placer, son de mucho trabajo, el de turista, y para colmo sola, con lo que significa una loca suelta en Europa, que tiene miedo de perderse en el subte francés, y por eso se camina París de punta a punta, con los zapatitos de Pepinucho Coliflor (viejo cuento familiar que ya he relatado).
E imagínense, a la que escribe, sin hablar con nadie o casi nadie, durante dos meses y medio. Para aquellos que no me conocen personalmente, les cuento que soy de hablar un poco mucho. Mi excusa es que vivo sola, no tengo hijos, ni pareja, pocos amigos y casi no suena el teléfono en casa, con lo cuál cuando tengo oportunidad hablo. Y parece que MUCHO. Yo me doy cuenta, pero es cómo una adicción, no puedo parar. Y para colmo de males, tengo el sindrome Chiquita Legrand: interrumpo.
Ahora díganme: ¿necesito o no necesito un psiquiatra personal, como un personal trainer o lazarillo? Lo de acompañante terapéutico no me gusta, me suena a loca sin retorno. Yo todavía vuelvo.
En mi refugio de todas las mañanas, Sálvame María, siempre decimos con las camareras, que voy a terminar como otra clienta habitué, que se sienta, abre su pastillero, en donde hay grageas de cientos de colores, y se pone a llorar en la mesa. Abrimos las apuestas para ver cuándo la encontramos colgada en el baño. Gracias a Dios estos días la veo mejor. Ya tuvimos un muerto, Richard que en paz descanse, así que Sálvame se está convirtiendo en la remake de Sexto Sentido. Falta nomás que mañana, se me siente uno de los niños que pululan por ahí, y me diga I see dead people. Y cantamos bingo.
Ya llenamos la casa con los políticos que vienen los fines de semana a hablar de vaya a saber qué, y con lo que sólo por ser quién soy, no sé pero me opongo.
Pero me fui del tema y vamos a hacer un par de llamados a la solidaridad de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Primero: psiquiatras disfrazados de hombres solteros apetecibles, cosa que de entrada ya le estás contando del hijo de puta de tu ex marido y encima te suben la autoestima porque pensás que te lo levantaste. Dos: Acortar las vacaciones del staff argentino, a dos días por año. Navidad y Año Nuevo. El primero de enero ya tienen que estar atendiendo porque la tasa de suicidios sube, y además si hay algo que me pone loca, es que no encuentre un puto lugar para tomar un café.
Tres: un psiquiatra por habitante. Eso también amén de ayudar al paciente, contribuiría con éste gobierno y su economía con el alza del trabajo y bajaría la tasa de desempleo.
Y cuatro: una ley que obligue al psi a acompañar al loco (este caso la loca) al vuelo que se tiene que tomar la semana que viene.
Las pastillas ayudan. Tres Rivotril, una quetiapina y media, un pedacito de Alplax, tapones para los oídos, máscara para los ojos, frazada para taparte hasta la cabeza, rezarle a todos los dioses habidos y por haber ,leer cuatro veces el rezo del viajero para llegar sana y salva, pero no estaría de más la mano de tu psiquiatra amigo, para apretujar en el despegue.
Dicho todo esto, espero que mi terapeuta no lo lea, porque mañana retomamos sesión, y no quiero que me aumente los honorarios por estar más loca de lo que él había diagnosticado.
Hay profesiones que no deberían tener días libres, por ejemplo los médicos en toda su amplia gama de especialidades. Más específicamente, la psiquiatría.
Yo estoy loca los 365 días del año, no me tomo vacaciones como paciente. Me las hacen tomar de prepo. Ni siquiera estoy libre en Iom Kippur.
Si ellos están cansados, a embromarse queridos, ¡hubiesen elegido ser abogados que tienen todo el mes de enero de feria para rascarse! Y si no, llévense a sus pacientes con toda la familia, que a esta altura ya somos parte, ¡qué joder!
Tres semanas sin terapia es como un año canino para una persona como yo. Todo se magnifica por siete. Veintiún días sin contención y no darle de comer a los leones, vendría a ser lo mismo.
¿Cómo hacés para en cincuenta minutos, meter tres semanas de pánicos, angustias, pesadillas, depresiones, y fobias varias? Mínimo deberían darte una sesión de dos horas y media, no sea cuestión de ser demasiado pretensiosa.
Y ni con ése tiempo, te alcanza para describir tu primer quilombo de la semana.
Para honrar a la verdad, debo decir que el mío, en ausencias prolongadas, me ha hecho alguna que otra sesión vía Skype. Pero mis viajes no son de puro placer, son de mucho trabajo, el de turista, y para colmo sola, con lo que significa una loca suelta en Europa, que tiene miedo de perderse en el subte francés, y por eso se camina París de punta a punta, con los zapatitos de Pepinucho Coliflor (viejo cuento familiar que ya he relatado).
E imagínense, a la que escribe, sin hablar con nadie o casi nadie, durante dos meses y medio. Para aquellos que no me conocen personalmente, les cuento que soy de hablar un poco mucho. Mi excusa es que vivo sola, no tengo hijos, ni pareja, pocos amigos y casi no suena el teléfono en casa, con lo cuál cuando tengo oportunidad hablo. Y parece que MUCHO. Yo me doy cuenta, pero es cómo una adicción, no puedo parar. Y para colmo de males, tengo el sindrome Chiquita Legrand: interrumpo.
Ahora díganme: ¿necesito o no necesito un psiquiatra personal, como un personal trainer o lazarillo? Lo de acompañante terapéutico no me gusta, me suena a loca sin retorno. Yo todavía vuelvo.
En mi refugio de todas las mañanas, Sálvame María, siempre decimos con las camareras, que voy a terminar como otra clienta habitué, que se sienta, abre su pastillero, en donde hay grageas de cientos de colores, y se pone a llorar en la mesa. Abrimos las apuestas para ver cuándo la encontramos colgada en el baño. Gracias a Dios estos días la veo mejor. Ya tuvimos un muerto, Richard que en paz descanse, así que Sálvame se está convirtiendo en la remake de Sexto Sentido. Falta nomás que mañana, se me siente uno de los niños que pululan por ahí, y me diga I see dead people. Y cantamos bingo.
Ya llenamos la casa con los políticos que vienen los fines de semana a hablar de vaya a saber qué, y con lo que sólo por ser quién soy, no sé pero me opongo.
Pero me fui del tema y vamos a hacer un par de llamados a la solidaridad de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Primero: psiquiatras disfrazados de hombres solteros apetecibles, cosa que de entrada ya le estás contando del hijo de puta de tu ex marido y encima te suben la autoestima porque pensás que te lo levantaste. Dos: Acortar las vacaciones del staff argentino, a dos días por año. Navidad y Año Nuevo. El primero de enero ya tienen que estar atendiendo porque la tasa de suicidios sube, y además si hay algo que me pone loca, es que no encuentre un puto lugar para tomar un café.
Tres: un psiquiatra por habitante. Eso también amén de ayudar al paciente, contribuiría con éste gobierno y su economía con el alza del trabajo y bajaría la tasa de desempleo.
Y cuatro: una ley que obligue al psi a acompañar al loco (este caso la loca) al vuelo que se tiene que tomar la semana que viene.
Las pastillas ayudan. Tres Rivotril, una quetiapina y media, un pedacito de Alplax, tapones para los oídos, máscara para los ojos, frazada para taparte hasta la cabeza, rezarle a todos los dioses habidos y por haber ,leer cuatro veces el rezo del viajero para llegar sana y salva, pero no estaría de más la mano de tu psiquiatra amigo, para apretujar en el despegue.
Dicho todo esto, espero que mi terapeuta no lo lea, porque mañana retomamos sesión, y no quiero que me aumente los honorarios por estar más loca de lo que él había diagnosticado.