Lunes 9 a.m pasa a buscarnos Daniel, como cada vez que nos vamos de viaje.
N: Daniel, el día está demasiado lindo ¿no será de mal augurio? Siempre viajamos con lluvia...
Daniel mira, y ya no responde...está acostumbrado a nuestras pelotudeces.
Check in y se acerca un chekinero y nos dice ¿le podré cambiar de asiento para que esa pareja se siente junta? ¿Nos van a cambiar de asiento?¿Qué tiene? ¿Está roto? ¿Nos van a dar un asiento roto y vamos a salir eyectadas del avión? ¿Están poniendo en riesgo nuestras vidas para que ése matrimonio de 200 años se siente junto? No, no, no, no, mirá si nos cambian de asiento y el avión se cae, pero la parejita se salva porque estaban en nuestro lugar? Nos están cambiando la cábala!! Y ahora qué hacemos? Nosotras tenemos pánico!
Ante la atónita mirada del personal de Iberia, y con temor a que el resto de la tripulación se negara a despegar con nosotras arriba, nos mandaron directo a business para compensar la angustia.
Así vale la pena angustiarse, y para reforzar la idea, nos clavamos el cuarto Rivotril del día.
Subimos.
En business los asientos son un sofá-cama de plaza y media. Comimos, bebimos, dormidos despatarradas, y escuchamos roncar a nuestro marido de turno, un señor español que vió películas toda la noche y diez minutos antes de aterrizar se durmió como un sapo.
Pero no todas son rosas en la clase superior. Nos dieron un bellísimo necessaire con tutti li fiocchi, pero vaya a saber quién fue el turro que mientras babeábamos dormidas, nos lo afanó, con la funda para la placa antibruxismo y dos tiras de rivotril sublingual adentro. ¡Con lo caro que está el Rivotril!! El avión se movió bastante, pero acostadas en una king size, ¿a quién le importa?
La hacemos corta. Bajamos en Madrid, más dormidas que otra cosa, esperamos cuatro horas y nos volvimos a montar en otro Iberia con destino a la Tierra Prometida.
Llegamos a Tel Aviv sin raya en el tujes, tras 17 horas de vuelo desde que salimos de casa.
Debíamos conseguir traslado hasta Jerusalém y ahí nos dirigimos a la parada de shuttles. Si nosotras nos quejábamos de los tacheros de B.A, aquí encontramos a los peores.
Estos te gritan, pero en hebreo. Y nosotras que te estudiamos doce años, al pedo, no entendemos más que dos palabras de mierda.
Pero descubrimos otra cosa. En Israel todos gritan. Aparentemente tienen un problema crónico de sordera, posiblemente heredado de cuando Moisés nos sacó de Egipto, y al cruzar el Mar Rojo, a más de uno le debe haber entrado agua en los oídos.
Y henos aquí en Jerusalém, con la misma sensación que cuando vinimos a los 17 años...que no somos profetas en nuestra tierra...Más bien, nos sentimos bastante goy.
Fuimos a dar una vuelta para conocer los alrededores, y mientras anochecía, de paso cenamos.
No pregunten qué. No tenemos idea. El plato se llamaba Jerusalem Mix. Lo único que distinguimos fue el pepino. Lo demás nos lo comimos sin preguntar, porque acá la comida coista cara. Creemos que era pollo, con cebolla y algo más que no supimos distinguir, pero que los gatos callejeros supieron devorar agradecidos. Con lo cuál calculamos que era hígado o testículos de algún animal diminuto y kosher.
Mañana empezamos la dieta y la caminata ...y a llorar al Muro de los Lamentos!
N: Daniel, el día está demasiado lindo ¿no será de mal augurio? Siempre viajamos con lluvia...
Daniel mira, y ya no responde...está acostumbrado a nuestras pelotudeces.
Check in y se acerca un chekinero y nos dice ¿le podré cambiar de asiento para que esa pareja se siente junta? ¿Nos van a cambiar de asiento?¿Qué tiene? ¿Está roto? ¿Nos van a dar un asiento roto y vamos a salir eyectadas del avión? ¿Están poniendo en riesgo nuestras vidas para que ése matrimonio de 200 años se siente junto? No, no, no, no, mirá si nos cambian de asiento y el avión se cae, pero la parejita se salva porque estaban en nuestro lugar? Nos están cambiando la cábala!! Y ahora qué hacemos? Nosotras tenemos pánico!
Ante la atónita mirada del personal de Iberia, y con temor a que el resto de la tripulación se negara a despegar con nosotras arriba, nos mandaron directo a business para compensar la angustia.
Así vale la pena angustiarse, y para reforzar la idea, nos clavamos el cuarto Rivotril del día.
Subimos.
En business los asientos son un sofá-cama de plaza y media. Comimos, bebimos, dormidos despatarradas, y escuchamos roncar a nuestro marido de turno, un señor español que vió películas toda la noche y diez minutos antes de aterrizar se durmió como un sapo.
Pero no todas son rosas en la clase superior. Nos dieron un bellísimo necessaire con tutti li fiocchi, pero vaya a saber quién fue el turro que mientras babeábamos dormidas, nos lo afanó, con la funda para la placa antibruxismo y dos tiras de rivotril sublingual adentro. ¡Con lo caro que está el Rivotril!! El avión se movió bastante, pero acostadas en una king size, ¿a quién le importa?
La hacemos corta. Bajamos en Madrid, más dormidas que otra cosa, esperamos cuatro horas y nos volvimos a montar en otro Iberia con destino a la Tierra Prometida.
Llegamos a Tel Aviv sin raya en el tujes, tras 17 horas de vuelo desde que salimos de casa.
Debíamos conseguir traslado hasta Jerusalém y ahí nos dirigimos a la parada de shuttles. Si nosotras nos quejábamos de los tacheros de B.A, aquí encontramos a los peores.
Estos te gritan, pero en hebreo. Y nosotras que te estudiamos doce años, al pedo, no entendemos más que dos palabras de mierda.
Pero descubrimos otra cosa. En Israel todos gritan. Aparentemente tienen un problema crónico de sordera, posiblemente heredado de cuando Moisés nos sacó de Egipto, y al cruzar el Mar Rojo, a más de uno le debe haber entrado agua en los oídos.
Y henos aquí en Jerusalém, con la misma sensación que cuando vinimos a los 17 años...que no somos profetas en nuestra tierra...Más bien, nos sentimos bastante goy.
Fuimos a dar una vuelta para conocer los alrededores, y mientras anochecía, de paso cenamos.
No pregunten qué. No tenemos idea. El plato se llamaba Jerusalem Mix. Lo único que distinguimos fue el pepino. Lo demás nos lo comimos sin preguntar, porque acá la comida coista cara. Creemos que era pollo, con cebolla y algo más que no supimos distinguir, pero que los gatos callejeros supieron devorar agradecidos. Con lo cuál calculamos que era hígado o testículos de algún animal diminuto y kosher.
Mañana empezamos la dieta y la caminata ...y a llorar al Muro de los Lamentos!