jueves, 22 de agosto de 2013

Un mundo de un asiento

Sin intenciones de emular a los que hacen stand up, hoy mi relato bien merecería estar en un escenario. Haciendo tiempo para ir a terapia, entré en un bar a almorzar.
Ya te pone de mal humor que, entre los cuatro comensales dispersos por las mesas,  hay dos flacas anoréxicas sentadas, y los dos únicos tipos que entran, sólo las miran a ellas, ignorando por completo tu presencia. No importa que te parezcan horribles, vos necesitás que por lo menos te descarten viéndote a los ojos. Ergo, no. Sos como el fantasma Gasparín pero con tetas. Invisibles obviamente. No importa que tus lolas tengan el tamaño de las de Isabel Sarli, porque para los señores, vos sos como la Coca, hoy.
Pero pasemos al tema que nos atañe. Pedimos la comida. Todo bien y muy rico. No muy sanito, pero ya hemos asumido que yo tampoco soy muy sanita, por lo tanto, un tema menos de preocupación.
Sandwich de salmón ahumado, con rúcula, palta y queso blanco en pan casero (que no quepan dudas que soy rusa). Agua sin gas, y dos cortados en jarrito. Nada de especial dirán ustedes, algo de lo más normal, nada gracioso ni interesante.
Hete aquí, que si te tomás el agua entera y los dos jarritos, en algún momento, se te da por ir a vaciar la vejiga, antes que explote en medio de tu sesión.
Como corresponde, me encamino al toilette de señoras. Si hay algo recurrente e inexorable en los baños femeninos, es la mugre. Entrás y ya tu olfato te anticipa que seguramente al lado del inodoro hay un cartel que dice, por favor tirar los papeles en el cesto. Por supuesto, el famoso cesto siempre está repleto de papel higiénico meado.
Algo que sigo sin comprender, es porqué las damas que viven con señores, les exigen que suban y bajen la tapa del asiento,si ellas en los baños públicos, ni por casualidad van a dar el ejemplo. Obviamente, vos señor, sabrás, que las mujeres jamás nos sentamos en un baño de un bar, ni en el de una estación se servicio, ni en el del lobby de un hotel, ni en la casa de alguien a quién no conocemos demasiado....en fin, sólo nos sentamos en nuestro trono o en el de nuestros padres porque nos vieron el culo desde chiquitas. Hablo del inodoro por supuesto.
Como toda mujer que se precie de tal, te bajás los pantalones, la ropa interior, y la sostenés, tirándola de atrás hacia adelante y te ponés en lo que sería la posición de vaca pariendo, con las piernas a lo Adrián Suar.  Mientras hacés semejante obra de ingeniería y tratás de mantenerte en pie, pensás: por favor, que el chorro salga derechito! El día que lo lográs, te sentís la mujer más feliz del mundo, como si te hubieses ganado el Oscar a la mejor meada. Pero justo hoy, que tenés mil cosas que hacer en la calle, tu chorrito decide mandarse por su cuenta a buscar nuevos horizontes. Y ahí va, derecho a la bombacha, bajándote por la pierna hasta llegar al pantalón. Díganme,¿ porqué mierda ustedes mean y el chorro a lo sumo salpica la tabla? ¿Además de sostenerlo con la mano, le dan indicaciones precisas de para dónde tiene que ir? ¿Tienen un GPS en el pito?
La cuestión es que ahí salís, puteando ya no bajito, y preguntándote cómo vas a hacer para andar en la calle todo el día pishada. Te vas a la pileta, y empezás a tirarle agua al pantalón, porque la bombacha ya es insalvable. Para secarte y no tener que salir toda mojada, usás el secador de manos que tira aire caliente. Ni que sirviera...pero vos le ponés toda la garra para que funcione.
Te vas a la farmacia más cercana y comprás un desodorante y en el ascensor, sin que nadie te vea empezás a rociarte con el Rexona Teens, tus partes pudendas.
Lo importante es no oler a meo. Que la gente te huya por la baranda a Musgo Jóven que tenés, no es relevante.
Y ahí partís, el resto del día, sintiéndote como una homeless, con las bragas pegadas al cuerpo oliendo a orina y desodorante.
Decidido, de hoy en adelante, salgo con un embudo en la cartera.