Poseí-don.
Día seis.
Arriba del barco todo el día. ¿Qué hacés? Comés y pelotudeás. Imposible tirarte a tomar sol, porque la mala educación cunde como epidemia en el mundo entero. La gente se levanta a las cinco de la mañana y ocupa todas las reposeras con toallas. "Reservadas" te contestan cuando vos con ojos de cordero degollado, y transpirada como un chivo preguntás tímidamente si te podés sentar. Las únicas que quedan libres son en la sombra o con los viejos. Chau día de pileta, porque encima no sólo te olvidaste el libro en tu camarote, que está ocho pisos abajo y en la otra punta, sino que además te anotaste, en una subasta de arte, en la que no vas a comprar nada, y empieza cuando vos encontraste una bendita reposera, al lado de una brasileña que te mira con cara de asco. Ya sé, mis frases son muy largas. Como hablo, escribo.
No sé cómo carajo engordo acá adentro, si me la paso caminando de popa a proa todo el día. Desayuno lo mismo que en casa y los postres ni los pruebo porque son de plástico. Pero los pantalones me aprietan y las medias me dan calor, y ningún muchachito del barco, me tiene loca de amor. Bueno, uno solo, de la tripulación, al que no le puedo ni pronunciar el nombre de lo raro que es, Tjaart o algo así, que me mira asustado, yo prefiero pensar que turbado, pero calculo que cuando me ve, lo único que le pasa por la mente es: ¡Socorro, otra vez se me acerca la vieja a hablarme! Está buenísimo el pendejo, y tiene la obligación de hacerme sentir joven y hermosa, así que yo feliz.
Señoras/es, un crucero, definitivamente, es para venir en pareja, en familia,o con amigos, a menos que tengas más de 78 años, que ahí sí, te venís sola y la pasás bomba. Hasta podés llegar a encontrar marido. Es factible que el hombre ya esté más cerca del arpa que del violín, pero candidato al fin. Los únicos que me hablan y me tratan bárbaro son los de la tripulación, camareros y servicio de limpieza, que no es porque les caigo genial sino que están esperando propina. Se la tienen bien merecida. Siete meses arriba del barco sin ver a la familia, y te vienen Elizabeth y 2000 brasileños de pasajeros. ¡Cómo para no tenerte ganado el cielo! O el mar...qué se yo.
Eso, el mar. Decí que no sé nadar bien, que sino, me quedo a vivir under the sea.
Creo que es lo único que disfruto más que el chocolate. Mirar el mar azul. Eso de que salís a la cubierta y ves tiburones, delfines y sirenas, niente. Es mentira. Nemo no está y de la sirenita ni noticias. No me engañes más a los niños que después me crecen y se convierten en cruceristas.
La aventura llega a su fin, con cena de gala y langosta esta noche (si puedo subiré fotos al FB de los mamarrachos andantes), fiesta de blanco en la cuál no seré aceptada porque casi toda mi ropa es negra. El negro adelgaza, me decía el viejopelotudo de mi ex. ¡Sí, lo que me adelgazaría bien, es alguno de los negros que ví durante el viaje!
Día siete. Asisto a charla con Romero Britto. El tipo un divino. Amigos artistas, tomar nota. Hay que hacerse artista pop, tener un genio como marchand que te desarrolle un amplio merchandising, y así llegas a comprarte tres Ferraris.
De seguir en este camino, yo no alcanzo a comprarme el manubrio de un monopatín.
Mediodía. Voy de nuevo a la subasta de arte, sólo para ver si adiviné (uno de los tantos juegos de a bordo) cuánto costaba un Picasso que tenían ahí. ¡Oh surprise! Gané. La pifié por 500 dólares, y fui la que más se acercó de todo el barco, con lo cuál, no me gané el Picasso, pero sí tres cuadros de artistas que ni conozco, y que ahora tendré que explicarles a Kiciloff, Lorenzino, Capitanich y compañía, que no pagué un mango y que me los dejen sacar de aduana.
Mi experiencia Titanic llega a buen puerto. Ahora una semanita de playa en Miami, sin brasileros. ¡Esas van a ser vacaciones!
Los dejo, gente, ya tuvieron suficiente de mí por el momento.
Próxima entrada probablemente desde mi Buenos Aires querido.
Día seis.
Arriba del barco todo el día. ¿Qué hacés? Comés y pelotudeás. Imposible tirarte a tomar sol, porque la mala educación cunde como epidemia en el mundo entero. La gente se levanta a las cinco de la mañana y ocupa todas las reposeras con toallas. "Reservadas" te contestan cuando vos con ojos de cordero degollado, y transpirada como un chivo preguntás tímidamente si te podés sentar. Las únicas que quedan libres son en la sombra o con los viejos. Chau día de pileta, porque encima no sólo te olvidaste el libro en tu camarote, que está ocho pisos abajo y en la otra punta, sino que además te anotaste, en una subasta de arte, en la que no vas a comprar nada, y empieza cuando vos encontraste una bendita reposera, al lado de una brasileña que te mira con cara de asco. Ya sé, mis frases son muy largas. Como hablo, escribo.
No sé cómo carajo engordo acá adentro, si me la paso caminando de popa a proa todo el día. Desayuno lo mismo que en casa y los postres ni los pruebo porque son de plástico. Pero los pantalones me aprietan y las medias me dan calor, y ningún muchachito del barco, me tiene loca de amor. Bueno, uno solo, de la tripulación, al que no le puedo ni pronunciar el nombre de lo raro que es, Tjaart o algo así, que me mira asustado, yo prefiero pensar que turbado, pero calculo que cuando me ve, lo único que le pasa por la mente es: ¡Socorro, otra vez se me acerca la vieja a hablarme! Está buenísimo el pendejo, y tiene la obligación de hacerme sentir joven y hermosa, así que yo feliz.
Señoras/es, un crucero, definitivamente, es para venir en pareja, en familia,o con amigos, a menos que tengas más de 78 años, que ahí sí, te venís sola y la pasás bomba. Hasta podés llegar a encontrar marido. Es factible que el hombre ya esté más cerca del arpa que del violín, pero candidato al fin. Los únicos que me hablan y me tratan bárbaro son los de la tripulación, camareros y servicio de limpieza, que no es porque les caigo genial sino que están esperando propina. Se la tienen bien merecida. Siete meses arriba del barco sin ver a la familia, y te vienen Elizabeth y 2000 brasileños de pasajeros. ¡Cómo para no tenerte ganado el cielo! O el mar...qué se yo.
Eso, el mar. Decí que no sé nadar bien, que sino, me quedo a vivir under the sea.
Creo que es lo único que disfruto más que el chocolate. Mirar el mar azul. Eso de que salís a la cubierta y ves tiburones, delfines y sirenas, niente. Es mentira. Nemo no está y de la sirenita ni noticias. No me engañes más a los niños que después me crecen y se convierten en cruceristas.
La aventura llega a su fin, con cena de gala y langosta esta noche (si puedo subiré fotos al FB de los mamarrachos andantes), fiesta de blanco en la cuál no seré aceptada porque casi toda mi ropa es negra. El negro adelgaza, me decía el viejopelotudo de mi ex. ¡Sí, lo que me adelgazaría bien, es alguno de los negros que ví durante el viaje!
Día siete. Asisto a charla con Romero Britto. El tipo un divino. Amigos artistas, tomar nota. Hay que hacerse artista pop, tener un genio como marchand que te desarrolle un amplio merchandising, y así llegas a comprarte tres Ferraris.
De seguir en este camino, yo no alcanzo a comprarme el manubrio de un monopatín.
Mediodía. Voy de nuevo a la subasta de arte, sólo para ver si adiviné (uno de los tantos juegos de a bordo) cuánto costaba un Picasso que tenían ahí. ¡Oh surprise! Gané. La pifié por 500 dólares, y fui la que más se acercó de todo el barco, con lo cuál, no me gané el Picasso, pero sí tres cuadros de artistas que ni conozco, y que ahora tendré que explicarles a Kiciloff, Lorenzino, Capitanich y compañía, que no pagué un mango y que me los dejen sacar de aduana.
Mi experiencia Titanic llega a buen puerto. Ahora una semanita de playa en Miami, sin brasileros. ¡Esas van a ser vacaciones!
Los dejo, gente, ya tuvieron suficiente de mí por el momento.
Próxima entrada probablemente desde mi Buenos Aires querido.