miércoles, 3 de julio de 2013

Pedidos del inframundo

Quiero que los que no tengan nada bueno para decir, no digan nada. Creo en la libertad de expresión, pero no en libertad de idiotización. La vida es corta como para perderla hablando al pedo. Lo digo yo, que de esto algo sé.
Quiero ser libre, pero no eso del aire es libre, el aire es libre y mirá como no te toco, porque si el aire no me tocara, ya no me tocaría nadie.
Quiero un campo sembrado de malas intenciones, porque de buenas ya está el camino al infierno.
Quiero una cabaña en la punta del Everest para retirarme a meditar el porqué de tanta pelotudez en el mundo y ver si consigo una respuesta que me satisfaga tanto a mí como a mi otro yo. Yo soy fácil de convencer, la otra no tanto.
Quiero una tarjeta de viajero frecuente a Babia, que ya me corresponde después de tanto tiempo de ir y venir, sin decidir si me quedo a vivir o no. Babia ganaría un habitante, el mundo perdería una pensadora de estupideces contemporáneas.
Quiero un Apu, porque Homero Simpson ya tuve dos y hasta me arriesgué con un Flanders. En la variedad está el gusto, dicen, y por el momento soy fiel a los preceptos urbanos.
Quiero tener la inocencia intacta, pero calculo que la perdí allá lejos y hace tiempo, cuando ser inocente todavía era un valor apreciable y no ser tratada como una tarada, como sucede hoy, en todo ámbito y momento.
Quiero una cicatriz  con punto smock, que no es lo mismo que tener un punto shmock. Estos últimos son un poco más difíciles de colocar en el mercado. No cualquiera se banca un shmock, y menos si se te instala en casa.
Quiero la virtud perdida, si es que alguna vez tuve virtud alguna. Lo que se dice virtuosa, virtuosa, supongo que jamás lo fui y siempre dejé bastante que desear.
Quiero echarle la culpa de mis corduras momentáneas a mi psiquiatra, que es el que hace que tome conciencia de muchas cosas y actúe en consecuencia, logrando un nivel de incomunicación interneuronal, que termina en una operación de útero y autoputeándome por haberlo hecho.
Quiero un desayuno en Tiffany´s, un almuerzo con Mirtha Legrand, un Té para dos, y una Última Cena, con mis doce amigos alrededor e intentar adivinar cuál es Judas, que me va a vender por el anillo del desayuno.
Bajando al submundo de lo terrenal, quiero una corona de flores hawaianas, en la mismísima isla de Hawaii, con una corte de faunos bailándome el hula-hula. Una casa en Escocia, con un placard lleno de polleras kilt, que me quedan como el traste, pero evocan mi niñez. Un Lautrec colgado en la pared de mi casa, para recordarme mi época de ballet, y su nefasta influencia a lo largo de los años, creyendo que tenía cierta aptitud para la danza, cuando tengo dos piernas de roble de Eslavonia.
Quiero el Mar Mediterráneo para mí sola, porque sí, de caprichosa que soy.
Sigo queriendo a George Clooney, que si se llega a enterar que lo solicito tanto, va a pedir una orden de restricción en mi contra. Pero como dice el dicho, persevera y triunfarás. Algún día se dará cuenta de lo que se pierde al no conocerme. La novia rubia algún día envejecerá. ¿Y para qué tiene que esperar tanto,  para saber lo que es estar con alguien que derrocha sabiduría por los años vividos y canas que implican una vida rica en conocimientos? Eh?Eh?Eh?
Y finalmente quiero poder entenderme a mi misma, sin necesidad de ser subtitulada, ni venir con manual de instrucciones metido en la raya del tujes.