Se nos terminó la estadía en Oyveylandia, en dónde no pudimos caminar por la calle sin pensar: este es judío...este es judío... este es judío... todos son judíos y ninguno nos mira! Maldito karma...
Tenemos que volver, sólo para no dar el brazo a torcer.
Dos y media de la madrugada nos pasa a buscar un taxista judío para llevarnos al aeropuerto en donde el 99% son judíos. Estamos en la gloria...no nos habla...y tampoco nos grita.
Cinco treina y cinco en punto, subimos al avión de matrimonio mixto, Iberia/El-Al, y debemos haber despegado en algún momento, pero no nos acordamos.
Encontramos la cura milagrosa para nuestro pánico a volar. Tenemos que viajar en horarios exóticos tipo cinco de la mañana, con 2 mg de Rivotril, y ¡santo remedio! Fue subir, sentarnos, y quedarnos totalmente dormidas, sin placa anti-bruxismo, tapones en los oídos ni antifaz para no ver. ¡Y tampoco rezamos la oración del viajero! Sacrilegio, pero llegamos vivas.
Aterrizamos en Barajas y teníamos boleto de tren/hotel para ir a Lisboa. Nos fuimos hasta la estación de Chamartín, a dejar las valijas en el locker y salir a pasear. Bueno, pasear...lo que se dice pasear, no llegamos...dimos unas vueltas por la zona, ya que la pasta todavía hacía efecto sobre nuestro intelecto, así que decidimos hacer la gran Tom Hanks, y quedarnos en la terminal hasta la salida del tren.
Las dos primeras horas pasaron rápido, o más o menos. Estábamos entretenidas entrando a todos los negocios de la estación. Las subsiguientes dos horas y media, ya entramos a ponernos de mal humor, pensando cómo carajo hizo Tom para vivir en el aeropuerto. Nosotras no te apoyamos el culo en un baño público ni con Ayudín en la mano. Menos te íbamos a dormir, con el señor que estaba sentado enfrente mirándonos onda buitre carroñero, a la espera de que cerráramos los ojos para adueñarse de nuestros Sugus.
Finalmente abordamos el tren, carroza 23, camarote 55...o eso creíamos. Llegamos a la puerta y vemos: 55/51. Abrimos la puerta y ¡oh surprise! eran camas cuchetas. La cuestión es que la nuestra era la 55, y la 51 supuestamente de alguien más. Obviamente, y como no podía ser de otra manera, la 55 era la de arriba. Imaginate nuestra cara...Alguien que nos explique cómo hacemos para subir toda nuestra humanidad hasta ahí arriba. Por suerte los vecinos de camarote nos explicaron que no podían poner a nadie que no fuese familiar para compartirlo. ¡Menos mal! Estábamos yo, mi otro yo y el otro yo de mi otro yo...uno más no cabía, y como estaba la familia completa, nos acostamos abajo.
Buscamos el baño, y nos damos cuenta que non hay. ¿Dónde querés que pishemos? ¿Por la ventanilla? Eso sí, teníamos pileta para lavarnos el tujes, pero el baño estaba al final del vagón.
Si alguien vio Orange is the new black, digamos que el cubículo en donde teníamos que dormir, era lo más parecido a una cárcel de máxima seguridad. Éramos propiamente Piper Chapman.
La mal llamada cama, tenía una frazada que parecía un trapo de piso Media Naranja, de los grises. Por ende, pusimos prolijamente sobre la cama un pañuelo, y nos acostamos vestidas. Ni en pedo en camisón.
A las 2.30 a.m ya estábamos un tanto entumecidas de dormir casi sin movernos, no vaya a ser cosa que sin querer toquemos esa frazada de estopa. Nos levantamos para ir al baño, y encontramos a nuestros vecinos haciendo cola para mear. La madre en camisón, el muchacho en piyama y medias. ¿Adentro del baño todo meado por el tren entero, en medias??? Se ve que nosotras no tenemos mucho campamento.
Tras nueve horas de un traqueteo intolerable, en el que el tren directo, paró en cuarenta y ocho estaciones, no sabemos para qué, llegamos a Lisboa.
Nota mental para el gobierno portugués: ni un mísero control aduanero. Podríamos haber pasado con treinta y ocho misiles que nadie se enteraba.
Y aquí estamos, en Lishboa, en donde no existe el portuñol, pero te saben el resto de los idiomas.
Tenemos que volver, sólo para no dar el brazo a torcer.
Dos y media de la madrugada nos pasa a buscar un taxista judío para llevarnos al aeropuerto en donde el 99% son judíos. Estamos en la gloria...no nos habla...y tampoco nos grita.
Cinco treina y cinco en punto, subimos al avión de matrimonio mixto, Iberia/El-Al, y debemos haber despegado en algún momento, pero no nos acordamos.
Encontramos la cura milagrosa para nuestro pánico a volar. Tenemos que viajar en horarios exóticos tipo cinco de la mañana, con 2 mg de Rivotril, y ¡santo remedio! Fue subir, sentarnos, y quedarnos totalmente dormidas, sin placa anti-bruxismo, tapones en los oídos ni antifaz para no ver. ¡Y tampoco rezamos la oración del viajero! Sacrilegio, pero llegamos vivas.
Aterrizamos en Barajas y teníamos boleto de tren/hotel para ir a Lisboa. Nos fuimos hasta la estación de Chamartín, a dejar las valijas en el locker y salir a pasear. Bueno, pasear...lo que se dice pasear, no llegamos...dimos unas vueltas por la zona, ya que la pasta todavía hacía efecto sobre nuestro intelecto, así que decidimos hacer la gran Tom Hanks, y quedarnos en la terminal hasta la salida del tren.
Las dos primeras horas pasaron rápido, o más o menos. Estábamos entretenidas entrando a todos los negocios de la estación. Las subsiguientes dos horas y media, ya entramos a ponernos de mal humor, pensando cómo carajo hizo Tom para vivir en el aeropuerto. Nosotras no te apoyamos el culo en un baño público ni con Ayudín en la mano. Menos te íbamos a dormir, con el señor que estaba sentado enfrente mirándonos onda buitre carroñero, a la espera de que cerráramos los ojos para adueñarse de nuestros Sugus.
Finalmente abordamos el tren, carroza 23, camarote 55...o eso creíamos. Llegamos a la puerta y vemos: 55/51. Abrimos la puerta y ¡oh surprise! eran camas cuchetas. La cuestión es que la nuestra era la 55, y la 51 supuestamente de alguien más. Obviamente, y como no podía ser de otra manera, la 55 era la de arriba. Imaginate nuestra cara...Alguien que nos explique cómo hacemos para subir toda nuestra humanidad hasta ahí arriba. Por suerte los vecinos de camarote nos explicaron que no podían poner a nadie que no fuese familiar para compartirlo. ¡Menos mal! Estábamos yo, mi otro yo y el otro yo de mi otro yo...uno más no cabía, y como estaba la familia completa, nos acostamos abajo.
Buscamos el baño, y nos damos cuenta que non hay. ¿Dónde querés que pishemos? ¿Por la ventanilla? Eso sí, teníamos pileta para lavarnos el tujes, pero el baño estaba al final del vagón.
Si alguien vio Orange is the new black, digamos que el cubículo en donde teníamos que dormir, era lo más parecido a una cárcel de máxima seguridad. Éramos propiamente Piper Chapman.
La mal llamada cama, tenía una frazada que parecía un trapo de piso Media Naranja, de los grises. Por ende, pusimos prolijamente sobre la cama un pañuelo, y nos acostamos vestidas. Ni en pedo en camisón.
A las 2.30 a.m ya estábamos un tanto entumecidas de dormir casi sin movernos, no vaya a ser cosa que sin querer toquemos esa frazada de estopa. Nos levantamos para ir al baño, y encontramos a nuestros vecinos haciendo cola para mear. La madre en camisón, el muchacho en piyama y medias. ¿Adentro del baño todo meado por el tren entero, en medias??? Se ve que nosotras no tenemos mucho campamento.
Tras nueve horas de un traqueteo intolerable, en el que el tren directo, paró en cuarenta y ocho estaciones, no sabemos para qué, llegamos a Lisboa.
Nota mental para el gobierno portugués: ni un mísero control aduanero. Podríamos haber pasado con treinta y ocho misiles que nadie se enteraba.
Y aquí estamos, en Lishboa, en donde no existe el portuñol, pero te saben el resto de los idiomas.