domingo, 25 de agosto de 2013

Radiador de ancianos

Mis amigas siempre me y se preguntaron porqué elegía hombres que me llevaban muchos años.
Y siempre me y les aclaré, que no los elegía, sino que era lo que iba llegando. Si hubiesen aparecido señores de mi edad, es muy probable que la historia fuese la misma. Como dice mi amiga Frida, vos tuviste esos novios porque no sabés decir que no. Y es cierto. Tengo el sí flojo. Lo mío siempre fue por descarte...ellos eran descartados por las otras y no quedaba más que yo.
Ya sé, no va a faltar quién diga, esta mina tiene cero autoestima, como ya leí por ahí. No querida, mi autoestima está perfecta, vos no tenés sentido del humor ni de la ironía. Tengo muy asumida mi condición de divorciada resentida, con unos cuántos kilos de más, sola por elección de mi otro yo y de los hombres que no saben lo que se pierden.
Pero volviendo a la pregunta inicial, la respuesta se me reveló el miércoles pasado que acompañé a mi padre a hacerse un estudio.
Reitero, yo no busco a la gente grande, ellos me encuentran a mí. Debo ser un radiador de anicanos.
Mientras mi papá estaba en el tomógrafo, y yo en la sala de espera, se me sienta al lado una señora mayor. El lugar estaba lleno de gente, y el asiento a mi lado, no era el único libre. Tras unos momentos de duda, la mujer decidió que yo era La Elegida, como Pablo Echarri y Lito Cruz. Sin siquiera mirarla, la doña ya me estaba hablando como si me conociera de toda la vida. Que tenía 89 años, que le dolía la panza, que no escuchaba nada, que quién la iba a atender, que el bastón era una porquería, que si se tenía que sacar los aros, la cadenita y la ropa. De golpe, pasé a ser hija de otra anciana más, como si no tuviese suficiente con mis padres. A saber, yo debía indicarle si tenía que tomar el contraste, en cuánto tiempo debía tomarlo, si le podía servir en el vaso (su acompañante, sabiamente se había sentado lejos) etc. Además debo tener cara de doctora, porque me preguntó si yo sabía qué era lo que ella tenía, tras relatarme los síntomas. Esta vez estuve rápida de reflejos, porque enseguida la miré a la chica que la acompañaba y le dije, nena, te sentás acá al lado de la señora.
Por suerte mi papá salió rápido y nos fuimos antes que otro anciano me agarrase como pariente. Si por lo menos me pusieran en el testamento, no me quejaría tanto.
Si estoy en el supermercado, los viejos me hablan a mí. Si voy al banco o al Rapipago, no hay menor de 80 que me dirija la palabra. Si en un restaurante, me levanto para ir al baño, y hay sesenta y cinco hombres entre 45 y 50 años y tres de 85, sólo dan vuelta la cabeza para mirarme, estos últimos tres.
A otras amigas incrédulas de mi destino, tuve que demostrarles científicamente cómo a mí sólo se me acercaban los llamados, adultos mayores. ¿Cómo? Me anoté en Match. La aplicación me daba cuatro opciones. Un pibe de 34, dos señores de 40 y pico y un señor de 81. Y oh! sorpresa, ¿quién era mi admirador secreto? Obviamente, el señor de 81.
Mi viejo, de 90 años, ahora lo único que pide de mi próximo novio, ya no es que no sea goy, sino que no sea mayor que él.
¿Debo empezar a preguntarme si los que me dicen que estoy bárbara para mi edad, en realidad creen que en vez de 47 tengo 74?