martes, 4 de junio de 2019

Ver la Bienal e doppo morire

Ciao, sono qui.  No nos hemos ido a ningún lado, seguimos en Italia. Pensaban que nos habíamos olvidado de ustedes, pero no.
Tras una maravillosa estancia de un mes en Faenza, donde casi hemos sido tratadas como una celebridad, llegamos a Venecia donde somos absolutamente desconocidas para el público en su totalidad. Queremos volver a Faenza.
Acá hay mucha paloma, gaviota y turistas (ponemos todo en el mismo status), allá golondrinas.
Acá hay mucha mugre, allá podés pasar la lengua por el piso.
Acá hay mucho niño turista llorón, allá los niños siempre buena onda.
Acá hay mucho turista, allá una paz increíble.
Acá hay mucho turista, allá la única turista era yo.
Acá hay mucho turista…
Hoy calzamos sandalias de goma y salimos a buscar un ticket para la Bienal de arte. É chiuso nos dice con la peor onda el flaco de la boletería, torna a le dieci. Dieci menos cinco estábamos ahí paradas esperando a que abrieran y como buenos descendientes de argentinos, hasta las dieci en punto no nos atendieron.
Tomamos el vaporetto, que vendría a ser un bondi sobre agua, y llegamos a la terminal de Arsenal donde estaban algunos de los pabellones. En el camino nos hicimos amigas de unos israelíes, que perdimos apenas pasamos la primera instalación de vídeo. Vaya a saber dónde quedaron…Volvamos a la bienal…podríamos decir que el arte no es lo nuestro, pero estaríamos mintiendo. Quizás lo que no es lo nuestro, es el arte en las bienales. Mucho video, mucho color negro, mucha sala a oscuras donde no ves la obra y sólo pisás al pobre turista que tenés al lado. Mucha cosa grande al pedo, mucho feo y poco lindo, pero lo poco lindo es muy lindo.
Recorrer una bienal no es moco de pavo. Antes deberías pasar por el gimnasio a entrenar para la maratón de los 100K.
Tras recorrer todos los pabellones de Arsenal, o casi todos, llegamos a lo que creímos era la salida, pero no.
Parados ahí charlando estaban dos carabinieri. Morochos ambos, o eso supusimos, porque uno era pelado con pinta de haber sido morocho anteriormente. Le pregunto (yo sola, sin la compañía habitual)  ¿dove siamo? le muestro el mapa. El dolape me responde, per inizio a Venezia… y sonríe…ahí mismo me enamoré. Lamentablemente él no, porque sin ningún tipo de compasión me dice, e facile, toma questo giardini e dobla a la sinistra. Y ese fue nuestro romance más fugaz.
Tomamos (volvieron las otras) el giardino que parecía un laberinto y tardamos quince minutos más o menos en poder encontrar la salida. A esas alturas, sentíamos una molestia en los pies. Miramos hacia abajo y con estupor exclamamos ¡nos salieron juanetes! Pero no, eran unas ampollas del tamaño y forma de Uruguay…y todavía nos faltaba ver ¾ parte de la bienal.
Relatar la otra parte de la bendita bienal, sería un despropósito no sólo porque se aburrirían, sino que no podíamos pensar en otra cosa más que en nuestros pies, por ende sobrevolamos el resto de los pabellones, que tampoco eran dignos de un relato.
Volvimos en vaporettobondi a San Marco, tomamos el Bellini más caro de nuestras vidas, y enfilamos para la cena. Elegimos un lugar lindo, porque desde un tiempo a esta parte, mejor dicho, desde TETAS a esta parte, decidimos que nos merecíamos todo.
Si bien el lugar es muy cool, no fue la mejor cena de nuestras vidas, pero decidimos que volveremos porque los mozos están buenísimos. Ah! Ahí nos enamoramos por segunda vez en el día, para descubrir que el mozo sólo nos miraba para ver si necesitábamos algo más.
Domani será otro día y doppo partiremos a Verona a encontrar a Romeo.
Tetas=1 (habló la creída), Bienal=0