Mejor escribo ahora, porque después de mi última velada, lo mas probable es que me olvide.
La vida es cíclica y como tal, mi madre me cuidó de niña y ahora me toca a mí cuidarla a ella.
Quienes son madres, yo no, saben que una de las tareas que conlleva la maternidad, no es sólo la de proveer amor y bienestar, sino también la de llevarlos al médico, al colegio, actividades extra curriculares y cumpleaños de amiguitos.
Bueno, esta noche, me tocó llevar a mi madre al cumpleañitos de ochenta de una amiguita.
¡La venganza será terrible!, debía estar pensando mi vieja, por todos los años que me bancó de adolescente rebelde y caprichosa.
De más está decir que yo era la menor de la fiesta junto con la octogenaria cumpleañera. Fuí invitada con el único propósito de que mi señora madre se dignara a dejar el trono en casa y fuera al festejo.
Y ahí estábamos, yo, mi otro yo, y mi madre, sentadas, tipo Bat Mitzvá, en la mesa cinco, con otros cuatro compañeritos de salita....geriátrica.
A ojo de buen cubero, podríamos decir que entre los asistentes, sumábamos 4214 años, repartidos de la siguiente manera: 48 invitados, más la festejada, a un promedio de 85 años ( pongámosle entre 80 y 90= 85) da un total de 4165 + mis 49= hacé la suma.
Lo que se dice, una partusa. No sé si me sentí una piba, o una pobre desgraciada.
Empezó la música, con Palito Ortega y Leo Dan a la cabeza, y los que no tenían bastón salieron a bailar. Pongámosle, unos seis en total. Yo aduje, una trocanteritis y rinitis alérgica, con lo cuál me puse a tono con el resto de la concurrencia, no era cuestión de humillar.
A mi gusto la música estaba un poco alta, cosa que no era un problema para el resto, ya que con bajar el volumen del audífono, terminado el asunto.
Así que yo escuché a Palito, Leo, Juan Ramón y Sótano Beat, a 98 decibeles, que evidentemente no perturbaban a los invitados.
Llegó la comida, y los chicos ya habían comido mucho calentito y sanguchito, así que casi no me comieron el plato principal. No hace falta aclarar, imagino, que todo el catering era sin sal y preparado para no tener que usar cuchillo. No voy a ser mala, ni irónica ni sarcástica, porque algún día daré gracias a Dios de que me traigan la comida ya cortada. Hipertensa ya soy.
A las once de la noche, la reina madre quería la carroza porque, no sé, parece que tenía miedo de convertirse en calabaza. Y como Carlitos Balá , empezó, ¿(mamá) cuándo nos vamos?
Y ahí terminó mi noche de joda loca, a las 23:15.
Reitero, sostengo y ratifico, mi deseo de ser empujada por la borda de un crucero en el Caribe, ya que no voy a tener quién me lleve a los cumpleaños de mis amigas, si todavía tengo alguna a esa edad.