Eh bo! Así, cálidamente nos recibieron los charrúas. Tras un mes en Buenos Aires, volvimos a la Madre Patria. Uruguay. Seguimos en proceso de divorcio. Es controversial. Según se mire, bien se podría aducir abandono del hogar. La cuestión es que Argentina todavía no nos quiere firmar los papeles y nosotras hace un año que dejamos de amarla.
Esto es así, qué le vas a hacer... Acostumbrate, nos dijo un sabio el día que dudamos si casarnos o no saliendo para la sinagoga, nadie se muere de esto, agregó.
No, nadie murió, pero perdimos siete largos años de nuestras vidas. Igual que con la República. Unos treinta. Le dimos la vida entera, la mantuvimos, le fuimos fieles aún cuando nos cagó por donde se mire. Enough is enough dicen los yanquis y nosotras también.
Acá medio que todavía estamos en la etapa de enamoramiento. No nos cansamos de mirar el mar, los atardeceres, todavía creemos que los uruguayos son amables, y si bien alguien podría pensar que encontramos al amor de nuestras vidas, mmmmno. Por ahora no ponemos el gancho.
Esto se está llenando de argentinos y brasileños y nosotras ya tenemos los pelos de punta. Porque si hay alguien a quién detestemos más que a los porteños, es justamente a los cariocas, paulistas y sus derivados.
Son ruidosos y o mais grades do mundo. Tienen las voces mais grandes do mundo. Gritan. Mucho gritan. Y ya se sabe, nosotras tenemos un problema con eso.
Aunque pensándolo bien, si tuvieramos que elegir si quedarnos con los compatriotas, que como Atila, donde pisan no crece el pasto, o los vecinos para quienes la vida es un carnaval, elegimos a los suecos, que son un poco más silenciosos y tienen Ikea.
En definitiva, a treinta y dos días y medio de cumplir años, reconocemos que estamos envejeciendo mal. Muy mal. Cada día nos parecemos más a mamá y al zeide que nunca toleraron a nadie. La paciencia la perdimos más o menos cuando cumplimos quince años. No pueden pedirnos que a los casi cincuenta y seis la recuperemos. La boleta caducó hace años y andá a reclamarle a Magoya.
En fin, Uruguay está aún en el período de gracia, cosa que puede cambiar abruptamente en cualquier momento. Groenlandia suena bien.
Y George sigue sin enterarse que existimos.
Esto es así, qué le vas a hacer... Acostumbrate, nos dijo un sabio el día que dudamos si casarnos o no saliendo para la sinagoga, nadie se muere de esto, agregó.
No, nadie murió, pero perdimos siete largos años de nuestras vidas. Igual que con la República. Unos treinta. Le dimos la vida entera, la mantuvimos, le fuimos fieles aún cuando nos cagó por donde se mire. Enough is enough dicen los yanquis y nosotras también.
Acá medio que todavía estamos en la etapa de enamoramiento. No nos cansamos de mirar el mar, los atardeceres, todavía creemos que los uruguayos son amables, y si bien alguien podría pensar que encontramos al amor de nuestras vidas, mmmmno. Por ahora no ponemos el gancho.
Esto se está llenando de argentinos y brasileños y nosotras ya tenemos los pelos de punta. Porque si hay alguien a quién detestemos más que a los porteños, es justamente a los cariocas, paulistas y sus derivados.
Son ruidosos y o mais grades do mundo. Tienen las voces mais grandes do mundo. Gritan. Mucho gritan. Y ya se sabe, nosotras tenemos un problema con eso.
Aunque pensándolo bien, si tuvieramos que elegir si quedarnos con los compatriotas, que como Atila, donde pisan no crece el pasto, o los vecinos para quienes la vida es un carnaval, elegimos a los suecos, que son un poco más silenciosos y tienen Ikea.
En definitiva, a treinta y dos días y medio de cumplir años, reconocemos que estamos envejeciendo mal. Muy mal. Cada día nos parecemos más a mamá y al zeide que nunca toleraron a nadie. La paciencia la perdimos más o menos cuando cumplimos quince años. No pueden pedirnos que a los casi cincuenta y seis la recuperemos. La boleta caducó hace años y andá a reclamarle a Magoya.
En fin, Uruguay está aún en el período de gracia, cosa que puede cambiar abruptamente en cualquier momento. Groenlandia suena bien.
Y George sigue sin enterarse que existimos.