Mi Buenos Aires querido, cuando yo te vuelva a ver…Tras quince días de aclimatamiento visual, sonoro, emocional y supermercaderil, aquí estamos nuevamente yo y mis otros yos.
Sí, volvieron. Duró poco el idilio conmigo misma, y decidí de inmediato que necesitaba con urgencia la contención de mis compañeras de viaje. Allá no me ayudaron con las valijas, acá esperemos que ayuden con cualquier cosa. Todo soporte emocional será bienvenido.
La primera semana de nuestro retorno, defendimos a rajatabla el suelo que nos vió nacer. Una semana más tarde, ya estábamos extrañando Francia, los marselleses escupidores, el Chivo Eau de Toilette y los paros de trenes sorpresivos, que por ser franceses tienen más glamour que los argentinos.
Ahora los taxistas europeos nos parecen una delicia de silencio ante la catarata abrumadora de quejas y reclamos que vierten los nuestros ante cualquier cosa. Allá lo único que teníamos que oír era: cazzo, mascalzone, putain, merde, y acá la cosa es así: inflación, Cristina, Macri, dólar, elecciones, paros, asaltos, asesinatos y Rial y la Niña Loly.
Hoy preferimos quedarnos con la merde y los gargajos ajenos, antes que volver a oír hablar de Luciana Salazar y Redrado, cosa que nos importa absolutamente tres carajos menos que las aventuras de Hollande.
Ahora nos damos cuenta que además de la familia y amigos, lo único que extrañábamos era el bidet.
A pesar de los cuarenta y cinco perros por habitante en la Galia de Ásterix, los dos por familia bien constituída en Argentina, cagan más que el Regimiento de Granaderos a Caballo. O estamos teniendo un problema con Manliba, Cliba o como cuernos se llame ahora.
Dos meses y medio de viaje para volver como cuando te fuiste. Chota.
Sí, ya sabemos. Nos quejamos como las viejas. ¿Y qué? Para eso hemos trabajado toda la vida. Además para qué mentirnos, somos lo que se llama la mediana edad, la puta que lo parió.
Sin ir más lejos, el fin de semana tuvimos una fiesta divina, en la que notamos el paso de los años.
Nos hicimos un vestido para la ocasión, y la diseñadora, que es nuestra sobrina, nos dice, con toda la onda y tratando de que no suene mal: las de tu edad ya no usan los brazos al descubiertos y el ruedo por arriba de la rodilla. Mi amor, te amamos de acá al infinito, te bancamos a muerte, pero la próxima vez que insinúes que estamos gordas y viejas, te desheredamos.
Llegás a la fiesta. Con todo el cariño te arrimás a la pista para acompañar a los padres de la criatura en los bailes rituales y quedás relegada al borde de la misma, porque los adolescentes ocupan el centro, saltando y empujándose, y vos que todavía no tenés osteoporósis, pero pronto, no vas a arriesgarte a una fractura doble.
Otro tema es ir al baño después de media hora de bailar como Silvana di Lorenzo en Música en Libertad. Entrás, las niñas están sacándose selfies y mirándose al espejo. Para tus adentros pensás, nena, mirate ahora todo lo que quieras porque dentro de treinta años no vas a querer hacerlo.
Pasás al toilette. Bajarte la faja, las medias y la bombacha para pishar, no es un inconveniente. El problema viene cuando te las querés subir y vos estás toda transpirada. Empezás a pujar entre la necesidad de subirte las medias y la incertidumbre de romperlas. ¡Ahí te quiero ver! Te convertís en la contorsionista del circo, y ni que hablar una vez que lo lograste, subirte la faja!
Por suerte, tus amigos, son gente piola, y en el momento donde los pibes ya están cansados, te ponen música de los ochenta y vos revivís para volver a sentirte de quince.
Pero basta de cháchara como decía Don Saadi, y pasemos a querer, que hace un rato que no queremos nada.
Queremos la madurez que tenemos, pero con veinte años menos. Queremos un camino de espinas lleno de rosas. Un atardecer en Solanas con el clericó de Oasis. Queremos volver a los diecisiete, después de vivir un siglo, y no un siglo teniendo diecisiete de presión. Una faja que te esculpa el cuerpo sin necesidad de ahogarte. Queremos un barco a vapor, para navegar tiempos lejanos. Un cuadro de Cezanne, y una casa llena de lirios. Queremos ser más románticas y menos pragmáticas. A George ya no lo queremos porque demostró ser un tarado y de viejo va a ser feo. Ahora queremos a cualquiera de los modelos de Armani Homme, en talle 42, modelo 75 y no de 75.
Por último queremos que nuestro cuerpo vuelva a tener elasticidad, aquella perdida durante el viaje, y un masajista con cama adentro, que nos descontracture cada vez que lo necesitamos, por no decir todos los días.
Feliz primavera y Shaná Tová para todos y todas.
Por último queremos que nuestro cuerpo vuelva a tener elasticidad, aquella perdida durante el viaje, y un masajista con cama adentro, que nos descontracture cada vez que lo necesitamos, por no decir todos los días.
Feliz primavera y Shaná Tová para todos y todas.