Como era previsible, no cumplo con mi palabra. La necesidad de escribir es más grande que la de mantenerme callada.
Ya sabemos que nosotras no podemos tolerar el silencio. Si no hablamos o escribimos, corremos el riesgo de morir ahogadas por nuestra propia lengua.
Las experiencias nos suceden vertiginosamente, algunas más amenas que otras, pero experiencias al fin. Mudanzas, arreglos, y sucesos varios, hicieron que algo explote en el cableado eléctrico y se quemara la térmica.
La locura no es cosa fácil de sobrellevar, y nosotras no somos la excepción. Nuestras múltiples personalidades se reproducen cuál esporas en el aire, y ahora somos yo, mi otro yo, el yo de mi otro yo, el otro yo de mi otro yo, y ellas. Ellas son nuevas, y muchas. Son como semillas de amapola pegadas a la yema de huevo. Son millones y molestas. Son peores que moscas.
Hablan todas juntas y no se escuchan, y obviamente menos nos escuchan a nosotras, las habitantes originales de la cabeza que llevo sobre estos hombros.
No paran nunca. Hablan y hablan y hablan. Piensan. Y lo hacen a toda hora. Hasta cuando duermen. Son insoportables. En realidad todavía no entendemos quién las invitó a nuestra cabeza, pero las queremos echar. Nosotras no somos lo que se llama "unas buenas anfitrionas". Pero las muy guachas se resisten como los piojos. El tratamiento que nos hacía mamá en Miramar, cuando salíamos del cine rascándonos la cabeza, - nos la envolvía con un trapo de piso embebido en kerosén y nos sentaba en el porche a pleno sol-, no parece haber matado ni las liendres. Sólo mató nuestras neuronas y multiplicó las células de los pensamientos raros. Las guachas ellas, no quieren irse.
Así que hoy, estamos aquí, reunidas en Congreso General Constituyente, en nuestra cavidad craneana, sin la voluntad y elección de las neuronas que la componen, en incumplimiento de los pactos preexistentes, con el objeto de constituir la unión de las personalidades múltiples, afianzar la demencia, consolidar la guerra interior, proveer a la defensa de los yos, promover la expulsión de las ellas, y asegurar los beneficios de la libertad para mí, mi otro yo, el yo de mi otro yo y el otro yo de mi otro yo, y ningún otro habitante que ande pululando por ahí, invocando la protección de Dior, fuente de toda necesidad innecesaria, ordenamos, decretamos y establecemos, que esta cabeza es propiedad privada. Privada de razón por lo menos. ¡Vivamos nosotras las federales, fuera las malditas unitarias!
Apenas a segundos de creada esta Constitución, la rebelión está llevándose a cabo por parte de ellas.
Siendo de madrugada, nos vamos a dormir vencidas, esperando que mientras ellas complotan para apoderarse de todo nuestro cerebro, no se acuerden de venir a molestar en los sueños.
Ya sabemos que nosotras no podemos tolerar el silencio. Si no hablamos o escribimos, corremos el riesgo de morir ahogadas por nuestra propia lengua.
Las experiencias nos suceden vertiginosamente, algunas más amenas que otras, pero experiencias al fin. Mudanzas, arreglos, y sucesos varios, hicieron que algo explote en el cableado eléctrico y se quemara la térmica.
La locura no es cosa fácil de sobrellevar, y nosotras no somos la excepción. Nuestras múltiples personalidades se reproducen cuál esporas en el aire, y ahora somos yo, mi otro yo, el yo de mi otro yo, el otro yo de mi otro yo, y ellas. Ellas son nuevas, y muchas. Son como semillas de amapola pegadas a la yema de huevo. Son millones y molestas. Son peores que moscas.
Hablan todas juntas y no se escuchan, y obviamente menos nos escuchan a nosotras, las habitantes originales de la cabeza que llevo sobre estos hombros.
No paran nunca. Hablan y hablan y hablan. Piensan. Y lo hacen a toda hora. Hasta cuando duermen. Son insoportables. En realidad todavía no entendemos quién las invitó a nuestra cabeza, pero las queremos echar. Nosotras no somos lo que se llama "unas buenas anfitrionas". Pero las muy guachas se resisten como los piojos. El tratamiento que nos hacía mamá en Miramar, cuando salíamos del cine rascándonos la cabeza, - nos la envolvía con un trapo de piso embebido en kerosén y nos sentaba en el porche a pleno sol-, no parece haber matado ni las liendres. Sólo mató nuestras neuronas y multiplicó las células de los pensamientos raros. Las guachas ellas, no quieren irse.
Así que hoy, estamos aquí, reunidas en Congreso General Constituyente, en nuestra cavidad craneana, sin la voluntad y elección de las neuronas que la componen, en incumplimiento de los pactos preexistentes, con el objeto de constituir la unión de las personalidades múltiples, afianzar la demencia, consolidar la guerra interior, proveer a la defensa de los yos, promover la expulsión de las ellas, y asegurar los beneficios de la libertad para mí, mi otro yo, el yo de mi otro yo y el otro yo de mi otro yo, y ningún otro habitante que ande pululando por ahí, invocando la protección de Dior, fuente de toda necesidad innecesaria, ordenamos, decretamos y establecemos, que esta cabeza es propiedad privada. Privada de razón por lo menos. ¡Vivamos nosotras las federales, fuera las malditas unitarias!
Apenas a segundos de creada esta Constitución, la rebelión está llevándose a cabo por parte de ellas.
Siendo de madrugada, nos vamos a dormir vencidas, esperando que mientras ellas complotan para apoderarse de todo nuestro cerebro, no se acuerden de venir a molestar en los sueños.