jueves, 15 de diciembre de 2016

Sin turbulencia a la vista

Sábado 3 de diciembre y el cielo encapotado.
Pasa Daniel a buscarnos.
Soysola: Daniel, hay pronóstico de tormenta eléctrica en San Pablo.
Daniel: .....
Ante la negativa de nuestro remisero a respondernos, va whatsapp a psiquiatra.
Sosyola: Pablo, van a caer soretes de punta sobre el avión cuando yo esté arriba...¿se va a estrellar?¿Me voy a morir?¿Qué hago?
Pablo: No va a pasar nada. Yo viajé mil veces a Brasil con tormenta y acá estoy.
Soysola: Vos tenés la obligación de no morirte porque sos mi terapeuta.
Pablo: Y vos también porque sos mi paciente.
Ante tan contundente afirmación, no nos quedó más remedio que quedarnos en el molde y encomendarnos a la Santísima Trinidad: San Rivotril, San Alplax y San Quetiazic.
Finalmente el servicio meteorológico brasileño, es igual de malo e impreciso que el nuestro. No hubo rayos ni centellas y llegamos todos sanos y salvos.
 Soysola se fue y volvió, volvió y se fue, y entre medio estuvo acompañada.
Mucha cachaça, mucho petisco, amigos entrañables, arte, joda, diversión y samba.
Hemos pasado por la Bienal, por una chácara bellísima, con anfitriones maravilhosos llenos de encantos mil, garroneado frutas exóticas en el Mercado Municipal, y shopeado boludeces varias sin que se nos caiga la cara de vergüenza.
Ubereamos de aquí para allá, y decidimos que de ahora en más, en vez de tomar taxis comunes con tacheros del orto, llamaremos meninos de Uber, a riesgo de ser interceptadas por las bestias locales. Soysola sigue sosteniendo la teoría de que el turismo debería ser un trabajo rentado, o por lo menos debería buscar sponsors que me garpen todo.
Llegamos a Buenos Aires cansadas pero felices, planificando ya nuestro próximo viaje. ¿Perú? ¿Colombia? ¿El Caribe? ¿Las Toninas?...por ahora Juramento nomás.
Pasemos a querer, porque si antes quería, después de este viaje, ni te imaginás todo lo que quiero.
Quiero un Airbus 320 para mí sola, que me lleve y me traiga a gusto y piacere, sin tener que compartir asiento con niños que lloran dos horas cuarenta y cinco minutos seguidos.
Quiero una quinta en Ibiúna, rodeada de paulistas amables, o en su defecto, un terrenito en La Tablada, con vecinos calladitos.
Quiero un ganso salvaje, a un salvaje que sea un ganso.
Quiero entrar y salir, salir y entrar mil veces y quedarme eternamente grabada en tus pupilas.
Quiero una peluca rosada, un par de zapatos rojos, unas medias de red y pavonearme con el culo al aire por las páginas de Memorias de mis putas tristes.
Quiero una voz angelical, un sinfín de palabras de amor, cien escalones y una nota musical para llegar al cielo.
Quiero un bisturí sin filo, para dejarte marcadas mis iniciales en tu alma.
Ya no quiero a Shorsh, porque él no me quiere a mí. Y no sabe lo que se pierde.