Y llegó el día de mudarnos. Finalmente nos fuimos del hotel de lujo con vecinos chotos, para mudarnos al taller, en un edificio choto, con vecinos más chotos aún. Para la Tierra Prometida, o sea Juramento, todavía nos quedan unos días.
La mudanza fue en tandas, gracias a las sobrinas y novios, que con toda gentileza, ayudaron a la vieja chota (ya que estábamos hablando de chotez, para qué cambiar,¿no?) a trasladarse.
Tres valijas, cuatro bolsos, un changuito y miles de bolsitas cuál cartoneras vip. Nos faltaba el bombín y éramos Charles Chaplin en The Kid, propiamente....Seamos honestas, más bien, la Bruja del 71.
La cuestión es que pasamos a vivir en nuestro lugar de trabajo, cosa que para algunos puede ser maravilloso, pero para nosotras no. Si hasta hace unos días éramos un poco ermitañas, ahora somos como el Hombre de la Máscara de Hierro. Vivimos enclaustradas entre el horno cerámico, el compresor, la laminadora y la extrusora. Podríamos construirnos nuestra propia torre de Babel con los más de cien kilos de arcilla acopiada, y nadie, nadie nos echaría de menos. Vendríamos a ser un hornero, para ser más gráficas. Pero sin alas.
A pesar de lo que parece, estamos bastante cómodas. Dormimos en la sala de hornos, comemos en la mesa de trabajo, tratando de no intoxicarnos con los esmaltes, y nos duchamos, entre otras cosas, en nuestro nuevo baño blanco. Y es ahí donde está todo el problema. Por la ventilación oímos a todos los vecinos. Y los olemos también.
El consorcio habitacional se divide en doce departamentos, doce vecinos y quince perros. Mucho olor a meo. Mucho pelo por los pasillos.
No. Nosotras no tenemos animales de ningún tipo o factor. No sabemos cuidar ni una planta, ¡mirá si te vamos a cuidar un canino o un humano!
Y de repente, con tanto aroma a efluvios perrunos, nos vino como una oleada de nostalgia francesa. Oh Vallauris, Vallauris! Es como si estuviésemos ahí mismo, pero en el centro neurálgico del Barrio Chino.
Nos falta poco para volver a casa, nos repetimos diariamente. Eso nos salva de la locura...creíamos....hasta que escuchamos una cumbia chamamecera evangelista. ¡Tenemos al Pastor Giménez de vecino! Me cache en dié! ¡Médico psiquiatra a la izquierda, por favor!
Cada vez estamos más convencidas que deberíamos vivir en una isla desierta, o con Gilligan que es lo mismo que el desierto.
Y así estamos, sin televisor, sin pila, sin piedra y sin cable, como un Magiclick de 104 años, llenas de gas. A punto de reventar, rezando con el vecino, para llegar vivas a la siguiente mudanza.
Quiero un camión con acoplado, para trasladar dentro de mil valijas, las penas del alma.
Quiero cuarenta cajas de embalar, que contengan cuarenta kilos de ilusiones cada una, para saldar la deuda de amor.
Quiero un arco de salto en garrocha, para pasar de un solo envión del cielo al infierno.
Quiero el poder de síntesis que me fue negado mil veces de nacimiento.
Quiero una bachata rosa, un unicornio azul, pero no quiero la ola verde. Odio a Flavia Palmiero.
Quiero sacudirme el estrés, y bañarme con margaritas en el pelo.
Quiero no ser el sol que ilumina tus días, porque después me reprocharías los eclipses.
Quiero subir al Uritorco, bajarlo en ovni, y escuchar cómo hablan los duendes que lo habitan.
Quiero ser la marca de tu espalda, el abanico de tu techo, y la cálida sombra que te persigue en el otoño.
Y por último pero no menos, quiero mi casa, mi cama, mi mesa, mis sábanas blancas y a Shorsh en ellas. O a cualquiera a estas alturas.
La mudanza fue en tandas, gracias a las sobrinas y novios, que con toda gentileza, ayudaron a la vieja chota (ya que estábamos hablando de chotez, para qué cambiar,¿no?) a trasladarse.
Tres valijas, cuatro bolsos, un changuito y miles de bolsitas cuál cartoneras vip. Nos faltaba el bombín y éramos Charles Chaplin en The Kid, propiamente....Seamos honestas, más bien, la Bruja del 71.
La cuestión es que pasamos a vivir en nuestro lugar de trabajo, cosa que para algunos puede ser maravilloso, pero para nosotras no. Si hasta hace unos días éramos un poco ermitañas, ahora somos como el Hombre de la Máscara de Hierro. Vivimos enclaustradas entre el horno cerámico, el compresor, la laminadora y la extrusora. Podríamos construirnos nuestra propia torre de Babel con los más de cien kilos de arcilla acopiada, y nadie, nadie nos echaría de menos. Vendríamos a ser un hornero, para ser más gráficas. Pero sin alas.
A pesar de lo que parece, estamos bastante cómodas. Dormimos en la sala de hornos, comemos en la mesa de trabajo, tratando de no intoxicarnos con los esmaltes, y nos duchamos, entre otras cosas, en nuestro nuevo baño blanco. Y es ahí donde está todo el problema. Por la ventilación oímos a todos los vecinos. Y los olemos también.
El consorcio habitacional se divide en doce departamentos, doce vecinos y quince perros. Mucho olor a meo. Mucho pelo por los pasillos.
No. Nosotras no tenemos animales de ningún tipo o factor. No sabemos cuidar ni una planta, ¡mirá si te vamos a cuidar un canino o un humano!
Y de repente, con tanto aroma a efluvios perrunos, nos vino como una oleada de nostalgia francesa. Oh Vallauris, Vallauris! Es como si estuviésemos ahí mismo, pero en el centro neurálgico del Barrio Chino.
Nos falta poco para volver a casa, nos repetimos diariamente. Eso nos salva de la locura...creíamos....hasta que escuchamos una cumbia chamamecera evangelista. ¡Tenemos al Pastor Giménez de vecino! Me cache en dié! ¡Médico psiquiatra a la izquierda, por favor!
Cada vez estamos más convencidas que deberíamos vivir en una isla desierta, o con Gilligan que es lo mismo que el desierto.
Y así estamos, sin televisor, sin pila, sin piedra y sin cable, como un Magiclick de 104 años, llenas de gas. A punto de reventar, rezando con el vecino, para llegar vivas a la siguiente mudanza.
Quiero un camión con acoplado, para trasladar dentro de mil valijas, las penas del alma.
Quiero cuarenta cajas de embalar, que contengan cuarenta kilos de ilusiones cada una, para saldar la deuda de amor.
Quiero un arco de salto en garrocha, para pasar de un solo envión del cielo al infierno.
Quiero el poder de síntesis que me fue negado mil veces de nacimiento.
Quiero una bachata rosa, un unicornio azul, pero no quiero la ola verde. Odio a Flavia Palmiero.
Quiero sacudirme el estrés, y bañarme con margaritas en el pelo.
Quiero no ser el sol que ilumina tus días, porque después me reprocharías los eclipses.
Quiero subir al Uritorco, bajarlo en ovni, y escuchar cómo hablan los duendes que lo habitan.
Quiero ser la marca de tu espalda, el abanico de tu techo, y la cálida sombra que te persigue en el otoño.
Y por último pero no menos, quiero mi casa, mi cama, mi mesa, mis sábanas blancas y a Shorsh en ellas. O a cualquiera a estas alturas.