Seguimos en refacciones habitacionales. Ya nos estamos acostumbrando a esto de estar repartidas en tres lugares diferentes. Los pies en Juramento, la cabeza en Olazábal y el culo en Blanco Encalada. Bah, aunque a estas alturas, nuestro culo ocupa toda las Barrancas de Belgrano.
Para esto está bueno tener a mis otros yos. Una queda de campana en la obra, la otra trabaja, y yo me vuelvo loca con los vecinos de alquiler.
Porque si hay en algo en lo que nosotras no tenemos suerte, es con los vecinos.
Ya hemos descrito a los habitantes de nuestro piso, mas tenemos otras plantas con las que empezamos a llevarnos para el orto. Ellos no lo saben, pero se estarían llevando muy mal con mis otros yo y especialmente conmigo.
Tenemos aquellos que no te saludan, los que ensucian el ascensor con meo de perros, los que no limpian el filtro del lavarropas comunitario, y lo peor que me podría haber tocado: jóvenes que hacen la previa.
Es nuestro karma. A donde vamos, nos siguen los niños llorones o los adolescentes rompebolas.
Para aquellos que me están criticando, preguntándose ¿acaso vos no fuiste adolescente? Les digo, NO. Yo nací vieja. Siempre fui mala onda y jodida. Pueden preguntárselo a mis amigas. Les cagaba las salidas con los chicos, y aún así, hoy me siguen queriendo. Allá ellas.
Anoche, un grupete de jovenzuelas alcoholizadas, gritaron durante una hora treinta minutos, sobre mi cabeza. Le calculamos dos pisos más arriba, por el nivel de decibeles, apagado por dos lozas de cartón corrugado, porque de eso están hechos los edificios nuevos. No, si ya que vamos a criticar, critiquemos también al constructor.
La cuestión es que cuando empezamos a calentar la garganta para lanzar cuanta puteada saliese de nuestra gola, las niñas decidieron irse de parranda. Graciadió.
Ahora sólo nos lloriquea la beba de al lado. Mi sobrina decía, cuando era pequeña: "los chicos son lindos hasta los 6 años. Después hay que mandarlos lejos y traérlos de vuelta a casa a los 21."
En los tiempos que corren, y en mi situación, los traería después de los 45 y los volvería a mandar lejos a los 80.
Y sí! Qué le vas a hacer? Yo soy así, y me llaman la Pipistrella. Soy Tita Merello en sus peores épocas. Soy la bruja Cachavacha, el Doctor Neurus y Juana de Arco, todo en un sólo cuerpo.
Pero vayamos a lo que nos compete. Los pedidos.
Quiero paciencia. Siempre la ando queriendo, pero evidentemente no se me cumple el pedido. Creo que está viniendo desde Alaska y con este tema de la limitación en las importaciones, ya debe estar cubierto el cupo.
Quiero un portaligas en la pierna derecha y en la izquierda una media can-can. Quiero bailar en el Moulin Rouge con Josephine Baker y las bailarinas de Degas.
Quiero un sapo en la barriga y no convidados de piedra.
Quiero una casa en el Mediterráneo para sentarme a mirar el atardecer en mi vejez. Y en mi próxima niñez, quiero Disneylandia y el Italpark.
Quiero ser el Ave Fénix y renacer de mis cenizas, antes que reencarnar en un tatú carreta.
Quiero un pasaje a la Isla de la Fantasía, y hacer un nido en el campanario.
Quiero quinientos pares de pies, para seguir caminando el mundo, y ganar la Maratón de Manhattan.
Quiero el Muro de los Lamentos, un sueño imposible, la Garganta del Diablo y un día contigo. Sin tí ya llevo años.
Quiero ser y no ser, reír y llorar, amar y odiar, o quiero todo lo contrario que vendría a ser lo mismo.
Quiero encontrarte y perderme, perderte y encontrarme, hasta que me canse de buscar y te encuentre por ahí perdido en mis ojos.
Quiero lo que siempre quiero y lo que no quiero también.
Y obviamente, quiero a George.
Para esto está bueno tener a mis otros yos. Una queda de campana en la obra, la otra trabaja, y yo me vuelvo loca con los vecinos de alquiler.
Porque si hay en algo en lo que nosotras no tenemos suerte, es con los vecinos.
Ya hemos descrito a los habitantes de nuestro piso, mas tenemos otras plantas con las que empezamos a llevarnos para el orto. Ellos no lo saben, pero se estarían llevando muy mal con mis otros yo y especialmente conmigo.
Tenemos aquellos que no te saludan, los que ensucian el ascensor con meo de perros, los que no limpian el filtro del lavarropas comunitario, y lo peor que me podría haber tocado: jóvenes que hacen la previa.
Es nuestro karma. A donde vamos, nos siguen los niños llorones o los adolescentes rompebolas.
Para aquellos que me están criticando, preguntándose ¿acaso vos no fuiste adolescente? Les digo, NO. Yo nací vieja. Siempre fui mala onda y jodida. Pueden preguntárselo a mis amigas. Les cagaba las salidas con los chicos, y aún así, hoy me siguen queriendo. Allá ellas.
Anoche, un grupete de jovenzuelas alcoholizadas, gritaron durante una hora treinta minutos, sobre mi cabeza. Le calculamos dos pisos más arriba, por el nivel de decibeles, apagado por dos lozas de cartón corrugado, porque de eso están hechos los edificios nuevos. No, si ya que vamos a criticar, critiquemos también al constructor.
La cuestión es que cuando empezamos a calentar la garganta para lanzar cuanta puteada saliese de nuestra gola, las niñas decidieron irse de parranda. Graciadió.
Ahora sólo nos lloriquea la beba de al lado. Mi sobrina decía, cuando era pequeña: "los chicos son lindos hasta los 6 años. Después hay que mandarlos lejos y traérlos de vuelta a casa a los 21."
En los tiempos que corren, y en mi situación, los traería después de los 45 y los volvería a mandar lejos a los 80.
Y sí! Qué le vas a hacer? Yo soy así, y me llaman la Pipistrella. Soy Tita Merello en sus peores épocas. Soy la bruja Cachavacha, el Doctor Neurus y Juana de Arco, todo en un sólo cuerpo.
Pero vayamos a lo que nos compete. Los pedidos.
Quiero paciencia. Siempre la ando queriendo, pero evidentemente no se me cumple el pedido. Creo que está viniendo desde Alaska y con este tema de la limitación en las importaciones, ya debe estar cubierto el cupo.
Quiero un portaligas en la pierna derecha y en la izquierda una media can-can. Quiero bailar en el Moulin Rouge con Josephine Baker y las bailarinas de Degas.
Quiero un sapo en la barriga y no convidados de piedra.
Quiero una casa en el Mediterráneo para sentarme a mirar el atardecer en mi vejez. Y en mi próxima niñez, quiero Disneylandia y el Italpark.
Quiero ser el Ave Fénix y renacer de mis cenizas, antes que reencarnar en un tatú carreta.
Quiero un pasaje a la Isla de la Fantasía, y hacer un nido en el campanario.
Quiero quinientos pares de pies, para seguir caminando el mundo, y ganar la Maratón de Manhattan.
Quiero el Muro de los Lamentos, un sueño imposible, la Garganta del Diablo y un día contigo. Sin tí ya llevo años.
Quiero ser y no ser, reír y llorar, amar y odiar, o quiero todo lo contrario que vendría a ser lo mismo.
Quiero encontrarte y perderme, perderte y encontrarme, hasta que me canse de buscar y te encuentre por ahí perdido en mis ojos.
Quiero lo que siempre quiero y lo que no quiero también.
Y obviamente, quiero a George.