viernes, 23 de diciembre de 2016

Quereres de fin de año

Y como todos los años, llega Papá Noel, y con él, el putísimo mes de diciembre acaba.
A nosotras no nos trae nada. Más bien nos lleva. Se nos lleva un año más...como si nos sobraran...
No nos gusta hacer el balance anual, pero lo haremos porque es lo que el contador nos pide.
Hemos padecido, hemos disfrutado, hemos bailado, hemos viajado, nos hemos caído, nos hemos levantado. Volvimos a viajar, hemos vuelto a caer y casi casi que no repuntamos más, pero aquí estamos, erguidas, estoicas, mirando de frente hacia un futuro incierto.
Lo único cierto de lo que vendrá, es que cumpliremos cincuenta y un años. ¡Qué lo tiró de las patas! Medio siglo más uno. O sea, vendríamos a ser como el peronismo o Boca Juniors, la mitad más uno.
Acercándonos a la Navidá, Añonuevo, Reyes y nuestro cumpleaños, nos ataca la compulsión por pedir. Como dice doña Raquel, para pedir, pedí en grande; el no, ya lo tenés asegurado. Así que a sabiendas de que Papánuel no nos dejará regalitos, acá va la lista de deseos para el 2017.
Quiero la edad de piedra a un camino de ripio. Mis suelas ya están gastadas y no soportarían otro agujero.
Quiero una casa en Andalucía, un patio portugués, un balcón italiano y un ascensor parisino que me lleve hasta la cúpula de tu cabeza, para poder ver un panorama completo de tus pensamientos.
Quiero la satisfacción del deber cumplido, a la desazón del no me acuerdo.
Quiero un portaligas negro con moño rojo, a una liga completa de nudos apretados.
Quiero merecer el cielo, porque el infierno ya me lo he ganado.
Quiero escalar el Kilimanjaro, estremecerme ante el silencio del volcán inactivo a ensordecer por el grito de tu corazón herido.
Quiero ser un pollito a la parrilla, a un renacuajo dentro de un charco de agua sucia.
Quiero mis años veinte, treinta y cincuenta. Los cuarenta son para el olvido y los sesenta, seguramente, no los querré.
Quiero lo que nunca quise, porque queriendo lo que quería, he perdido media vida.
Quiero perderme en el laberinto de Creta, tener las alas de Ícaro, y volar cerca de la Luna, que es donde habitualmente moran mis deseos.
Quiero las historias de mi niñez, relatadas por mi padre, a encontrarlo en una lápida que no me dice nada.
Quiero lo que quiero y lo que no, porque así siempre he querido. Unas veces mucho, y otras poco. Quiero porque quiero, porque no me queda otra, porque soy así, quieriente de alma.
Y para no perder la costumbre que había perdido, quiero a Shorsh, porque sin él no sería Soysola, aunque sospecho que con él sería lo mismo.