Soysola volvió para no quedarse. Decidimos que era hora de hacer algo por nosotras, además de mentirnos.
La mentira ya no nos sirve. Eso de mentíme que me gusta, lo vamos a dejar para otros ámbitos. Para el de la salud ya no corre.
Tocamos fondo y era hora de salir a flote. Por más que durante años tuvimos los flotadores puestos, no estaban más que para hundirnos de a poco. Como yunques. Ni siquiera podríamos decir que son anclas, porque mal que mal, las anclas te posan en una bahía calma donde reposar...(es la libre interpretación de la autora). Pero el yunque de acero, es lo que usa la mafia para deshacerse de un cuerpo. Y nosotras tenemos mucho cuerpo del que deshacernos.
En un último intento por recuperar la lozanía que jamás tuvimos, empezamos con nuestra búsqueda de un nuevo gurú del adelgazamiento.
Ravenna ni en pedo, Cormillot no nos convence, la dieta del Ysonut tampoco, porque nos obliga cocinar, y nosotras seremos gordas pero no boludas, la dieta protéica no te deja cagar, la vegetariana te caga de hambre, y la del chorizo colorado todavía no existe.
Llamamos a los adventistas, pero el régimen místico-vegetariano no es algo que vayamos a sostener con el tiempo. El judaísmo no se lleva con los vegetales. Googleamos a ver si encontrábamos una dieta que nos dejara comer latkes de papa, pero parece que todavía no la inventaron.
Y en nuestro largo peregrinar, llegamos hasta acá. A Uruguay. ¡Los hermanos uruguayos sí que saben de dietas! Un hotel de lujo, con unas habitaciones hermosísimas, maquinaria de primera, y una cocina gourmet. Nada de gritos ni puteadas como en la secta Ravenna. Acá todo es paz y armonía.
El primer día estábamos medio perdidas, pero siempre hay alguien que te guía a los tratamientos. Alive Path, nos toca, decimos ¿nos podrás indicar? Sí, te dicen al modo amable uruguayo. Tienes (no sabe aún que somos muchas en una) que ir al gimnasio-te explica amorosamente tu entrenador- y después que termines, vas ahí afuera ¿ves esa piletita?, bueno, te sacas los championes y caminas dos vueltas dentro de esa pileta.
¡Galleta de arroz comida (nada de harinas)!-pensamos nosotras. Sacamos los bofes en la bici fija durante cuarenta minutos, y procedimos a descalzarnos para entrar a la pileta...¡que lo re contra mil parió! -gritamos. La bendita piletita, tiene el agua a 54 grados bajo cero, para activarte la circulación y acelerarte el metabolismo -te explican con el mismísimo tono amable de antes, que ya empieza a parecerte sarcasmo puro.¡Nosotras vinimos a adelgazar -les espetamos- no a crionizarnos! Acto seguido nos secamos las patas y juramos mentir de ése momento en adelante cuando nos pregunten si ya fuimos al Alive Path.
El primer día nos dieron de comer un lomo con cous-cous, y creímos que habíamos llegado al paraíso de los gordos. Si todos los días son así, pensamos, nos venimos a vivir a este spa y largamos los postres para siempre.
Mienten. Te engolosinan como a los chicos. Los días subsiguientes va menguando el morfi. Gourmet eso sí, pero escaso.
Durante el transcurso de la semana, cualquier cosa que te den de comer, te parece un manjar. No importa que sea un omelette con gusto a espinacas recién arrancadas de la tierra o un escarabajo.
Somos hijas del rigor, se ve...
Sexto día y finalmente nos toca algo bueno, nos alegramos. Massage Sensation. Tan pajueranas no somos y reconocimos un buen sillón masajeador. ¡Justo lo que queríamos!
Vuelta a sacarnos los championes, y nos acomodamos cómodamente en el sillón. ¿Querés suave o fuerte?-nos pregunta la que lo maneja, que tampoco sabe que nosotras no somos una sola. Y, mejor suave -decimos- por las dudas ¿viste? . Ok-nos dice- poné los brazos adentro de los apoyabrazos. Listo-confirmamos.
Y arranca. De pronto sentimos cinco manos de boxeadores que recorrían nuestra espalda hasta llegar al mismísimo tujes, y clavarnos los puños dentro del huesito dulce, más comúnmente llamado “orto”. Mientras tanto, nuestras piernas eran apretadas al punto de explotarnos las várices, los pies masajeados frenéticamente por un millón de pelotillas chinas, y los brazos eran abducidos por algún espíritu maligno escondido adentro del aparato. Ni que hablar de la cabeza, que bajaba un casco con manos al costado, que nos apretaba el bocho hasta estrujarnos las neuronas, al mismo tiempo que los boxeadores seguían pegándonos en la espalda. Con decirte que hasta casi confesamos que matamos a Kennedy con tal de salir de ahí. Eso sí, quedamos tiernitas pa milanesa.
Y hasta acá llegamos por hoy. Nos quedan nueve días más de tratamientos que seguramente nos dejarán bella, flacas y lozanas.
Todo sea por la salud.