Tras trece horas de viaje desde Buenos Aires, (como si nos hubiésemos ido a Siberia) , acá estamos, mirando el mar y oyendo en vez del rumor de las olas, una sierra eléctrica. Nosotras nacimos para ser seguidas por el ruido. No somos perseguidas políticas, ni étnicas, somos perseguidas acústicas.
Nos vinimos a Uruguay, tras veinte años de soñarlo, buscando paz y tranquilidad, huyendo del smog y ruido de la avenida Juramento. Soñábamos con este momento. El tema es que nuestro timing nunca es el correcto. Nos olvidamos que miles y miles de argentinos huían del Covid-19. Y de la otra pandemia también.
Alquilamos un lindísimo apartamento con vista al mar. Bien ubicado para alguien que no maneja. Ni céntrico ni muy alejado, cosa que podamos ir caminando a cualquier lado. El tema de cuando una no conoce mucho la vida diaria de un lugar como este, es cuando mete la pata.
Habíamos olvidado que los uruguayos además del mate, son amantes de las motos con caños de escape recortado. Todos sin excepción te rompen los tímpanos.
Si en Juramento teníamos ocho líneas de colectivo en nuestra puerta, y vecinos fiesteros, acá tenemos moto chica, mediana y grande, una disco que pone música punchi punchi y un vecino que, por lo que vimos por el balcón, le gusta los domingos darle a la lijadora eléctrica. Siendo las 13.39 en punto, van cuantro horas ininterrumpidas de lijada.
Debe ser nuestro karma. A veces nos ponemos a pensar qué habremos sido en otra vida, que en esta estamos pagando con los oídos. Se nos ocurrieron varias. Una, monja de clausura con voto de silencio, añorando escuchar algo más que la voz de Jesús. Dos, una cantante lírica frustrada que le gorgojeaba sin pausa a su familia. Tres, la creadora de la tortura china y cuatro, Cleopatra, porque toda mujer que se precie dice haber sido Cleopatra en otra vida.
La cuestión es que acá andamos, cuarenteneando en el paraíso sin tapones de silicona.
Punta del Este 1 = Soysola 0