Esto de ir a almorzar con nuestra madre se estaba tornando algo monótono. No por nuestra señora mamá , sino porque estábamos empezando a sentirnos como esas hijas de antaño, que se quedaban para vestir santos.
Todos los domingos lo mismo. Previa reserva telefónica, a las 13.15 en punto, cita con mother en Covadonga. Sí, porque si nos resultaba un tanto deprimente el fin de semana, el nombre del comedero no es un dechado de alegría. No es como para decir, uyy, qué onda tiene Covadonga! No. Pero se come bien. Bien caro.
Es el típico restaurante de barrio cheto, con ancianos por doquier. Lo que se dice, un programón. Como si con ser Soysola no bastara!
Aparcamos nuestros tujes en la zona del mozo Ricardo, pedimos la comanda, clavamos el primer bocado de lomo y escuchamos un: "ayuda por favor! se me cae! Papi quedate conmigo, mirame, no te vayas!"
Era el pedido desesperado de una señora a la que el marido se le estaba descomponiendo.
Salimos eyectadas, cual saeta, y corrimos a poner una silla detrás del señor para que no se estrolara contra el piso. Acto seguido, gritamos ¡médico por favor! y nos sentimos como Alfonsín en el 83.
Descubrimos que la famosa solidaridad argentina no es tal. En un salón con 40 comensales, sólo nos levantamos dos personas a asistir al cuasi muerto.
Mientras el cajero llamaba al Same, nosotras hacíamos lo propio al 911 y la futura casi viuda, llamaba a su hija. Demás está decir, que el resto de los covadonguenses no movieron el upite del asiento.
No vaya a ser que las papas fritas no esperen...
Entre tanto, nuestro bife de 226 pesos se enfriaba en el plato, y nosotras nos debatíamos entre convertirnos en Florence Nightingale y la voz de papá diciéndonos: pidieron el lomo, sale caro, ahora se lo comen aunque esté frío.
Allá en la puerta seguía sentado, al borde del abismo, el pobre señor, blanco como un papel debatiéndose entre el más allá y el más acá.
Nuestra madre, no paraba de decirnos, me parece que se muere, está muy pálido, ¡qué cosa con el Same que no llega!¡Te podés morir antes que llegue la ambulancia!
Ante semejante panorama, nosotras nos levantábamos cada dos segundos a ver si el hombre respiraba o no. Bueno, nos acercábamos un poco, porque sabido es, que te somos un poco aprensivas, por más solidarias que seamos. Volvimos a la mesa en cuanto vimos que el susodicho abría los ojos. Sin occisos la cosa ya no tenía gracia.
Miramos a doña Rujele, y con la delicadeza que nos caracteriza le dijimos: mamá, ¿ves por qué tenés que estar contenta? Porque todavía estás viva!
Acto seguido cortamos un cacho de carne y lo manducamos...
Quiero un sistema de salud presente y no un presente para el sistema.
Quiero la solidaridad bien entendida empieza por casa, y no el sálvese quien pueda.
Quiero una línea directa al corazón, y no un 0800-FUNERARIA.
Quiero un kilo y dos pancitos, y no una panera llena de bolas de fraile inútiles.
Quiero el sexto sentido alerta y no el séptimo cielo.
Quiero tocar la mandolina, pero no quiero tocar el arpa.
Quiero una sinfonía de Beethoven, la primavera de Vivaldi, y el Danubio Azul, antes que la Cumbia de un solo dedo.
Quiero dormir en paz, pero no quiero el sueño eterno.
Quiero que seas lo que yo quiero, para que cuando te encuentre, te diga, ahora sos mi Shorsh.
Todos los domingos lo mismo. Previa reserva telefónica, a las 13.15 en punto, cita con mother en Covadonga. Sí, porque si nos resultaba un tanto deprimente el fin de semana, el nombre del comedero no es un dechado de alegría. No es como para decir, uyy, qué onda tiene Covadonga! No. Pero se come bien. Bien caro.
Es el típico restaurante de barrio cheto, con ancianos por doquier. Lo que se dice, un programón. Como si con ser Soysola no bastara!
Aparcamos nuestros tujes en la zona del mozo Ricardo, pedimos la comanda, clavamos el primer bocado de lomo y escuchamos un: "ayuda por favor! se me cae! Papi quedate conmigo, mirame, no te vayas!"
Era el pedido desesperado de una señora a la que el marido se le estaba descomponiendo.
Salimos eyectadas, cual saeta, y corrimos a poner una silla detrás del señor para que no se estrolara contra el piso. Acto seguido, gritamos ¡médico por favor! y nos sentimos como Alfonsín en el 83.
Descubrimos que la famosa solidaridad argentina no es tal. En un salón con 40 comensales, sólo nos levantamos dos personas a asistir al cuasi muerto.
Mientras el cajero llamaba al Same, nosotras hacíamos lo propio al 911 y la futura casi viuda, llamaba a su hija. Demás está decir, que el resto de los covadonguenses no movieron el upite del asiento.
No vaya a ser que las papas fritas no esperen...
Entre tanto, nuestro bife de 226 pesos se enfriaba en el plato, y nosotras nos debatíamos entre convertirnos en Florence Nightingale y la voz de papá diciéndonos: pidieron el lomo, sale caro, ahora se lo comen aunque esté frío.
Allá en la puerta seguía sentado, al borde del abismo, el pobre señor, blanco como un papel debatiéndose entre el más allá y el más acá.
Nuestra madre, no paraba de decirnos, me parece que se muere, está muy pálido, ¡qué cosa con el Same que no llega!¡Te podés morir antes que llegue la ambulancia!
Ante semejante panorama, nosotras nos levantábamos cada dos segundos a ver si el hombre respiraba o no. Bueno, nos acercábamos un poco, porque sabido es, que te somos un poco aprensivas, por más solidarias que seamos. Volvimos a la mesa en cuanto vimos que el susodicho abría los ojos. Sin occisos la cosa ya no tenía gracia.
Miramos a doña Rujele, y con la delicadeza que nos caracteriza le dijimos: mamá, ¿ves por qué tenés que estar contenta? Porque todavía estás viva!
Acto seguido cortamos un cacho de carne y lo manducamos...
Quiero un sistema de salud presente y no un presente para el sistema.
Quiero la solidaridad bien entendida empieza por casa, y no el sálvese quien pueda.
Quiero una línea directa al corazón, y no un 0800-FUNERARIA.
Quiero un kilo y dos pancitos, y no una panera llena de bolas de fraile inútiles.
Quiero el sexto sentido alerta y no el séptimo cielo.
Quiero tocar la mandolina, pero no quiero tocar el arpa.
Quiero una sinfonía de Beethoven, la primavera de Vivaldi, y el Danubio Azul, antes que la Cumbia de un solo dedo.
Quiero dormir en paz, pero no quiero el sueño eterno.
Quiero que seas lo que yo quiero, para que cuando te encuentre, te diga, ahora sos mi Shorsh.