miércoles, 16 de abril de 2014

La religiosidad al palo

Pesaj y Pascuas todo en un siete días es too much. Eso de empezar comiendo guefiltefish con krein, matzá, latkes de papa y terminar con una rosca rellena de huevo y crema pastelera, con un conejo de chocolate de postre, es como para acabar descompuesto y agarrado al inodoro, diciéndole cómo te quiero hermano, como te quiero. Y ni te cuento, si tu familia es mitad turca, mitad rusa, y mezclás kipes con sopa de kneidalaj y bamias con farfalaj.
Pero así somos los judíos argentinos. No te comemos harinas por una semana, y el domingo de Pascuas te manducás una rosca entera. Eso sí, el menú gira siempre en torno al pescado y al pollo, porque en ninguna de las dos comemos carne. Los cristianos por el cuerpo y la sangre de Cristo y nosotros porque  en el desierto sólo había un mayorista de maná, y con la maldición a Egipto de las siete plagas, el ganado escaseaba y no ibas a andar arriesgándote al virus de la vaca loca en el medio de la nada, sin Swiss Medical a la vista.
Las fiestas judías y las católicas deberían estar separadas por lo menos por un mes, cosa de que morfes como un cerdo kosher en una y tengas tiempo para hacer una dieta líquida de treinta días hasta la otra.
Pero no, te juntan Pesaj con Pascua, y Navidad con Hannukah. A fin de cuentas, somos todos lo mismo.
Así que pidamos al Señor:
Quiero un sistema digestivo que me permita separar la comida, por unidad de peso y calorías y redistribuirlo por el cuerpo. Por ejemplo, todas las proteínas a los músculos, las verduras a las caderas, los latkes de papa y los kipes a los dedos de los pies, que total no jode más grasa ahí, y los huevos de chocolate y dátiles al cabello, para engrosarlo y no se caiga, y no al tujes con el mismo propósito.
Quiero un respirador para poder dormir tranquila, después de semejante comilona, sin riesgo de morir ahogada por los makarundlaj que te suben y bajan.
Quiero que los que van a la iglesia con las ramitas de olivo no tiren las hojas muertas en el palier de mi edificio.
Quiero entrar a Jerusalem en un Porsche convertible y no en un burro blanco, porque no soy el Mesías ni lo quiero ser. Ya bastante tengo con cuidarme a mí misma y no sé si podría con el mundo entero.
Quiero que mi otro yo se independice un poco y no me siga a todos lados, porque la están empezando a confundir conmigo y eso no me gusta. Somos dos seres diferentes que convivimos en un mismo cuerpo, cosa que no quiere decir que seamos la misma persona.
Quiero aprender a diferenciar el blanco mate del blanco semi mate, porque entre medio hay un sinfín de tonalidades que me estoy perdiendo.
Quiero lo que nunca quise, que es ser quien quiero ser y no la que quieren los otros. Los otros no me conocen, sólo me conozco yo misma y a medias. Las otras mitades de mí misma, ni siquiera saben quién soy, por supuesto menos lo saben los demás.
Quiero recorrer el Nilo en una canasta de precios cuidados, porque en la canasta familiar no entramos.
Quiero la gallina de los huevos de oro, porque como no tengo quién me regale nada, con el ovíparo tendría asegurados todos mis cumpleaños.
Quiero dar la vuelta al mundo en un jet privado. Privado de turbulencias, de pilotos con problemas psiquiátricos y principalmente privado de accidentes.
Quiero ser la reina del universo paralelo, porque en éste sólo sería la versión femenina del Rey Momo.
Y por último, quisiera decir que no quiero nada, pero estaría mintiendo.
Felices Pascuas.