viernes, 4 de octubre de 2019

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-Daniel ¿va a llover?-, pregunta de cábala antes de cada viaje, aunque hay un sol que raja la tierra. Daniel ya está harto de nosotras y pone cara de esta mina me tiene podrido.
Check in en American Airlines y delante de nosotras hay un pequeño grupete donaldtrumpista, que está despachando cuatro cajones con rifles de caza. Ahora toca el turno de romperle los quinotos a Pablo el psiquiatra. 
-Pablo, hay gente despachando armas en nuestro vuelo. ¿Subimos? ¿Estarán cargadas? ¿Explotará el avión por tantas municiones?
-No rompas, responde Pablo, ¿cuántas pastillas te tomaste ya? Agregá una más y déjate de joder.
-Bueno, chau.
Hemos decidido que en nuestros próximos viajes todas estas inquietudes se las derivaremos directamente a la policía aeroportuaria que todavía no nos conoce.
Hacemos migraciones siendo palpadas hasta el upite por una dama a la que no le pedimos el teléfono, aún cuando fue la primera persona en tocarnos en años.
Subimos, hello, welcome, su seat es a la derecha please. Despegamos con destino a New York y Washington, arrancando con turbulencia que ni las treinta y cinco pastillas de Rivotril nos pudieron ayudar. Diez horas diez minutos, dijo el capitán. Nosotras quisimos bajarnos pero no teníamos paracaídas.
Tras unos interminables minutos de un movimiento frenético, llegó la calma, y con ella la cena. Rescatamos un cacho de carne masticable y un par de zanahorias hervidas, y de postre un helado con cookies. Lo único bueno.
Suponemos que la quetiapina hizo efecto apenas tragamos el último bocado de helado, porque después de eso no recordamos nada hasta una hora antes del desayuno.
Aterrizamos en JFK, que no es CFK y tomamos un taxi hasta el hotel. El señor no evitó pozo alguno, ni maniobra riesgosa. En menos de dos segundos casi nos estrolamos dos veces, pero el hombre seguía su raid zigzagueando como si nada. Nosotras, atrás, rezándole a San Christian Dior, para que nos haga llegar a Bloomigdale´s sanas y salvas.
El hotel un primor. Un caro primor, pero esto es Nueva York y qué le vamos a hacer. 
Paseamos un rato, mirando las vidrieras como en el tango, la ñata contra el vidrio, porque con el dólar a 60...
Estaban todos nuestros amigos mandatarios en la reunión de las Naciones Unidas, incluido Mauricio, así que nos la pasamos sorteando vallas, cantidades inhumanas de policías, y mucho servicio secreto.
Partimos en tren hacia Washington, a visitar a nuestra amiga Luciana, sentadas en asientos de cuatro, enfrentados, mirando el paisaje que teníamos delante. Un muchacho muy apuesto. Le convidamos una pastilla de mentol porque no paraba de toser y ese fue todo nuestro contacto amoroso. 
Llegamos a DC donde nos esperaba nuestra socia y amiga, y fue amor a primera vista. No, no con Luciana que ya nos queremos mucho, si no con la ciudad. 
-¡Queremos vivir acá!- gritamos. Y encontramos nuestro quincuagésimo noveno lugar en el mundo.
Todo es limpio, todo es grande, todo es ordenado, todos son amables y está la casa de Donald, no el pato, que no es que nos caiga bien, pero tiene un jardín hermoso.
Paseamos, chusmeamos, comimos, chusmeamos, caminamos, chusmeamos, vimos museos, chusmeamos, compramos barato, chusmeamos, compartimos, chusmeamos.
Nos enamoramos de todos los afroamericanos que viven en Washington. Son todos hermosos. Ellas, ellos, nos enamoramos de todos sin distinción de sexo. Nosotras nos enamoramos, ellos no. Adiós romance frustrado...
Luego de tres hermosos días, tomamos el tren de vuelta, pero esta vez el paisaje era un pelado, así que decidimos dormir.
 ¡Gracias miles a la familia Mora Raigo por tratarnos tan bien! Prometemos volver si nos aceptan!
Llegamos a New York nuevamente, y con la audacia que nos caracteriza, tomamos el subte. Papita pa´l loro dijimos. Había que hacer conexiones, y si bien viajábamos livianas, una valija es una valija a la hora de subtear.
Ya tenemos re junado el trayecto, pensamos. Subte E y después conexión con el 6 y llegamos. 
Resultó que el E los fines de semana no funciona, así que corrimos escaleras arriba para alcanzar el C, que nos dejaría para una segunda y tercera conexión, o eso creímos.
Con la lengua afuera llegamos al C, saltamos adentro, y como somos petisas, y un señor nos tapaba, no veíamos los carteles de las paradas, y al señor conductor no se le entendía su inglés. Pero creímos ver que el subte paraba en la calle 42. Tras un larguísimo recorrido, en el que empezamos a sospechar que nos habíamos pasado, oímos claramente esta vez, la voz del subtero que decía ,- “estación de la calle 72 directo al Bronx”- ¿Cómo? ¿Y la 42 dónde está?-nos desesperamos sin obtener respuesta de nadie.
Bajamos, transpiradas como camellos, asustadas por la posibilidad de llegar al corazón del Bronx, a donde no habíamos ido jamás y seguramente la gente es amabilísima, pero vimos demasiadas películas yanquis como para saber que ahí no teníamos muchas ganas de bajarnos.
A todo esto, estábamos del lado oeste de la ciudad, y nuestro hotel quedaba del lado este y a unas veinticinco cuadras. Como es de imaginarse, ni en pedo caminaríamos ni tampoco otra vez nos meteríamos en un subte.
Casi llorando del cansancio y del calor, nos abalanzamos sobre el único taxi libre en todo NY.
-56 between Park y Lexington- le sollozamos al señor Apu, que lo único que quería era cobrar el viaje y le importaba tres carajos nuestra odisea.
Finalmente arribamos a nuestro hogar por los próximos nueve días.
La habitación es enorme, cosa rara para esta ciudad. Es una especie de apart hotel, tenemos cocina, que nos viene bien para no gastar tanto en restaurantes. Así como el cuarto es enorme, la cama también. No solamente es ancha e incómoda, si no que es alta. Está hecha para el estándar basquetboliano. Nos dio cosa pedir un banquito en recepción para poder subirnos, así que todas las noches escalamos el Everest, que así se llama ahora nuestro lecho no nupcial.
El otoño se está haciendo esperar en Estados Unidos así como la primavera en Buenos Aires.
Calor, calor, calor y más calor sofocante. Esta vez vinimos con la ropa exacta, absolutamente de pedo. Llega a hacer frío y vamos a tener que salir corriendo a comprar...uy! Qué pena ¿no?
Si hay algo que a nosotras no nos gusta es el comprar por comprar. Por eso en casa tenemos cuatro camperas de Uniqlo de cuando el dólar estaba a 15.
Llegó Rosa Hashaná y con ella una divina cena en la casa de nuestra sobrina. Fue la oportunidad de ver a un primo que vive en Buenos Aires, y con el que sólo nos encontramos cada tres años en algún lugar del mundo. Cosa ´e ricos, ¿vió? 
Paseamos por el Central Park, fuimos al zoológico, nos convertimos en acérrimas defensoras del Free Animals y Bichos. Seguimos caminando, llegamos al Museo Metropolitan, donde la muestra que habíamos ido a ver especialmente había terminado, por lo que aprovechamos e hicimos esta vez, el sector de África y Oceanía, y Antigua Grecia y Roma. Llegamos a la conclusión de que nos dedicamos a lo que nos dedicamos, por suerte, porque el arte es lo único, junto con los fósiles, que deja algo para la posteridad. El resto es pura casualidad.
Seguimos de paseo por NY, sudando como chivos, comiendo como vacas, y pateando como caballos. Perdón, pero es que después de ver el zoo, no pudimos más que compararnos con los animales.
Caminamos mucho por la ciudad de los subtes y rascacielos, y muy a pesar de quienes nos critican por afirmar que somos invisibles a la vista humana, lo corroboramos en este viaje también. Nadie nos mira. Y cuando decimos nadie, es nadie nadie. Ya no porque creamos que somos feas y gordas, sino porque hasta los más pequeños, andan con la vista clavada en el celular.  
Ya está, encontramos a quién echarle la culpa de nuestra soltería. Listo. Pablo, podés ir dándote por despedido. ¡Se terminó la terapia para nosotras! Para ser visibles sólo necesitamos el último IPhone.
Además de quejarnos del calor, del frío, de la lluvia y de la falta de bidet, encontramos que así como en Francia el jabón no lava, en Uruguay la sal no sala, acá en Norteamérica el agua no enjuaga. Pensamos que era una cosa solo de Washington, pero no, en Ñuyork tampoco. 
Le damos, le damos y le damos al agua, pero salimos de la ducha todas resbalosas. 
¿O nos habremos convertido en una babosa? Vaya a saber... A quien nos cruce por la calle, por favor que nos avise si vamos dejando una estela de baba...
Nos quedan pocos días en La Gran Manzana, ya el martes estaremos de vuelta en la Gran Banana.
Bye, bye NYC, see you later...