lunes, 22 de septiembre de 2014

Feliz primavera y Shaná Tová

Mi Buenos Aires querido, cuando yo te vuelva a ver…Tras quince días de aclimatamiento visual, sonoro, emocional y supermercaderil, aquí estamos nuevamente yo y mis otros yos.
Sí, volvieron. Duró poco el idilio conmigo misma, y decidí de inmediato que necesitaba con urgencia la contención de mis compañeras de viaje. Allá no me ayudaron con las valijas, acá esperemos que ayuden con cualquier cosa. Todo soporte emocional será bienvenido.
La primera semana de nuestro retorno, defendimos a rajatabla el suelo que nos vió nacer. Una semana más tarde, ya estábamos extrañando Francia, los marselleses escupidores, el Chivo Eau de Toilette y los paros de trenes sorpresivos, que por ser franceses tienen más glamour que los argentinos.
Ahora los taxistas europeos nos parecen una delicia de silencio ante la catarata abrumadora de quejas y reclamos que vierten los nuestros ante cualquier cosa. Allá lo único que teníamos que oír era: cazzo, mascalzone, putain, merde, y acá la cosa es así: inflación, Cristina, Macri, dólar, elecciones, paros, asaltos, asesinatos y Rial y la Niña Loly.
Hoy preferimos quedarnos con la merde y los gargajos ajenos, antes que volver a oír hablar de Luciana Salazar y Redrado, cosa que nos importa absolutamente tres carajos menos que las aventuras de Hollande.
Ahora nos damos cuenta que además de la familia y amigos, lo único que extrañábamos era el bidet.
A pesar de los cuarenta y cinco perros por habitante en la Galia de Ásterix, los dos por familia bien constituída en Argentina, cagan más que el Regimiento de Granaderos a Caballo. O estamos teniendo un problema con Manliba, Cliba o como cuernos se llame ahora.
Dos meses y medio de viaje para volver como cuando te fuiste. Chota.
Sí, ya sabemos. Nos quejamos como las viejas. ¿Y qué? Para eso hemos trabajado toda la vida. Además para qué mentirnos, somos lo que se llama la mediana edad, la puta que lo parió.
Sin ir más lejos, el fin de semana tuvimos una fiesta divina, en la que notamos el paso de los años.
Nos hicimos un vestido para la ocasión, y la diseñadora, que es nuestra sobrina, nos dice, con toda la onda y tratando de que no suene mal: las de tu edad ya no usan los brazos al descubiertos y el ruedo por arriba de la rodilla. Mi amor, te amamos de acá al infinito, te bancamos a muerte, pero la próxima vez que insinúes que estamos gordas y viejas, te desheredamos.
Llegás a la fiesta. Con todo el cariño te arrimás a la pista para acompañar a los padres de la criatura en los bailes rituales y quedás relegada al borde de la misma, porque los adolescentes ocupan el centro, saltando y empujándose, y vos que todavía no tenés osteoporósis, pero pronto, no vas a arriesgarte a una fractura doble.
Otro tema es ir al baño después de media hora de bailar como Silvana di Lorenzo en Música en Libertad. Entrás, las niñas están sacándose selfies y mirándose al espejo. Para tus adentros pensás, nena, mirate ahora todo lo que quieras porque dentro de treinta años no vas a querer hacerlo.
Pasás al toilette. Bajarte la faja, las medias y la bombacha para pishar, no es un inconveniente. El problema viene cuando te las querés subir y vos estás toda transpirada. Empezás a pujar entre la necesidad de subirte las medias y la incertidumbre de romperlas. ¡Ahí te quiero ver! Te convertís en la contorsionista del circo, y ni que hablar una vez que lo lograste, subirte la faja!
Por suerte, tus amigos, son gente piola, y en el momento donde los pibes ya están cansados, te ponen música de los ochenta y vos revivís para volver a sentirte de quince.
Pero basta de cháchara como decía Don Saadi, y pasemos a querer, que hace un rato que no queremos nada.
Queremos la madurez que tenemos, pero con veinte años menos. Queremos un camino de espinas lleno de rosas. Un atardecer en Solanas con el clericó de Oasis. Queremos volver a los diecisiete, después de vivir un siglo, y no un siglo teniendo diecisiete de presión. Una faja que te esculpa el cuerpo sin necesidad de ahogarte. Queremos un barco a vapor, para navegar tiempos lejanos. Un cuadro de Cezanne, y una casa llena de lirios. Queremos ser más románticas y menos pragmáticas. A George ya no lo queremos porque demostró ser un tarado y de viejo va a ser feo. Ahora queremos a cualquiera de los modelos de Armani Homme, en talle 42, modelo 75 y no de 75.
Por último queremos que nuestro cuerpo vuelva a tener elasticidad, aquella perdida durante el viaje, y un masajista con cama adentro, que nos descontracture cada vez que lo necesitamos, por no decir todos los días.
Feliz primavera y Shaná Tová para todos y todas.




miércoles, 10 de septiembre de 2014

Air France anuncia el arribo de Soysola

Setenta días diciendo que me quería volver a casa, para llegar a la última semana en París, y querer quedarme a vivir. No soy una nueva Gata Flora, sigo teniendo el síndrome del gataflorismo de toda la vida.
Sí, no están leyendo mal. Hablo en primera persona. Sin las otras. A las otras las dejé en la ciudad luz el primer día. Las perdí de vista en el Metro y me dije: ¡que se arreglen como puedan ahora! ¡No me levantaron una valija en todo el viaje, ahora que aprendan a descifrar las líneas de subte solitas!
Y ahí deben de andar yirando todavía, entre la línea cuatro y la tres, porque la siete está cerrada.
Mis otros yo me acompañaron durante un par de años en estos viajes, ayudando a no sentirme tan desamparada. Pero en París, acompañada por amigas con quienes las pasé bárbaro, ¿para qué corno cargar con exceso de equipaje? Así que adiós (por ahora...nunca se sabe) a mis otros yo.
Llegamos al aeropuerto Charles de Gaulle…sí, llegamos bien digo, yo, mis dos valijas, bolso de mano, y cartera al hombro cargada cuál yak en la tundra. Check in listo en la máquina que te escupe los tickets  del equipaje, porque así es Europa, todo te escupe. Ya lo vivimos en Vallauris y en Marsella, y también en el Palacio de Versailles donde la competencia Medio Oriente-Lejano Oriente, por ver quién ganaba la Copa Mundial al Escupitajo, llegó a su máximo exponente con un anciano chino, que se la pasó regando los jardines de María Antonieta ante mi incontrolable sensación de náusea.
Volvamos al aeropuerto. Me presento al mostrador de despacho de equipaje y una empleada Airfrancesa me dice: usted tiene derecho a dos valijas de 23 kilos cada una, y a dos bolsos que no superen los 18 kg entre ambos.
Papita p´al loro dije. Subo, sacando los bofes, las maletas a la cinta y ahí mismo me dí cuenta que los cálculos no me daban. Menos mal que le habíamos apostado al rojo. ¡Colorado el 27!¡Colorado 32! Gané! dije saltando de alegría. No, me dice la señorita en un perfecto castellano, va a tener que pagar €320 de exceso de equipaje. ¿Lo qué? digo yo. ¿Qué hago ahora?
Hagamos una cosa, me responde la francolatinoamericana, redistribuyamos el peso de las valijas. Saque algunos objetos y póngalos en el otro bolso que tiene.
Ahí nomás, me arremangué las calzas francesas, el pañuelo de Galerías Lafayette pasó a ser una bandana, y empezamos la ardua lucha de rehacer dos valijas dos, en menos de cinco minutos. Abrimos primero la violeta. Sacamos UN libro de cerámica, dos pantalones, y con eso sólo la Samsonite pasó de 27 a 19.5 kgs. La roja, mientras, esperaba su turno. La abrimos, sacamos otros dos libros de cerámica, tres pares de zapatos, un toallón, y otros dos jeans, y cuando sube a la balanza, seguíamos teniendo un superávit de prendas al pedo.
Desesperada, chorreando sudor como si estuviese en el sauna de los orientales de más arriba, le digo: ¿sabés qué? Cobrame algo de exceso de equipaje, porque no me dan más los brazos ni la cabeza para resolver esto.
La mina, con súper buena onda, agarra mi nuevo bolso que sobrepasaba el "equipaje de cabina", saca cosas de adentro, y lo mete dentro de la valija violeta que era la menos pesada a esa altura. Desparramados por el piso de Don de Gaulle, quedaban varios libros, el toallón, dos pantalones y un par de zapatos. La miro a la señorita y le digo: ¿qué hago? ¿Me llevo esto en la mano arriba del avión?
Muy gauchita la chica, que ya debe estar acostumbrada a los compradores compulsivos que pasan por París, me entrega una bolsa blanca de plástico, y mete todas mis cosas ahí adentro. Esta bolsa está permitida arriba del avión, me dice. Listo. Solucionado el problema, pensamos ambas. Pero no.
Vuelve a pesar todo, y seguíamos teniendo 9 mil kilos de exceso. Ante mi estado de desesperación y menopausia, me mira compasiva y me dice: ¿sabe qué? Para mí, está bien así. ¿Qué son unos kilos extra? Vaya, vaya tranquila, yo le doy el ok, y listo. Y ahí marché, con dos bolsas en la mano que me pesaban 48 kilos, y me cortajeaban los dedos. Cuando ustedes se preguntan qué carajo hago viajando sola, acá tienen la respuesta. Para poder comprar y que la gente diga: pobre mujer! Tan mayor, cargada como un camello y encima es soysola!!
Para el próximo viaje me dejo las canas sin teñir y quizás me asciendan a primera clase, sólo de lástima.
Medicación sublingual donde corresponde, y a duras penas llegamos a sentarnos en el cómodo asiento de Air France antes de quedarnos dormidas. Ni nos enteramos del carreteo del avión, hasta que en el despegue nos despertamos, sintiéndo un mini pre-infartito. ¿Ataque de pánico a esta altura del empastillamiento? Imposible.¡Marche otro sublingual para el asiento 12 K pasillo de la izquierda!
Al rato, con 400 mg de droga en sangre, me despierto al clamor de ¿pasta o poio? como diría mi amiga Paula. Y por primera y única vez, marchó una pasta a 12 mil pies de altura, cosa que no volverá a ocurrir mientras siga subiendo a aviones y la quetiapina no haga efecto. Prefiero esperar al desayuno asqueroso pero medianamente comible.
Y llegamos a EZE, mis valijas, bolsos y yo, para encontrarnos con el caos aduanero argentino, y 18 puntitos de presión arterial cotizando en alza.
Así que quiero: seguir siendo soysola por el mundo pero en compañía, más no sea para levantar valijas.
Quiero tener mucha guita o millas acumuladas para viajar en primera y que me den algo de comer como la gente.
Quiero un jumbo privado con cama doble, baño completo con hidromasaje, catering del Palacio de la Papa Frita, y azafatos vestidos de Gucci.
Quiero acercar los continentes para no tener trece horas de viaje. Quiero una París para mí sola y el resto que se lo dividan entre los que quieran.
Quiero ser argentina con acento francés, y que Louis Vuitton venda carteras truchas para poder adquirirlas y que sean trucho-verdaderas o verdaderamente truchas.
Quiero una Francia sin patisserie, para no engordar tanto. Y de paso con quesos sin sal, porque los hipertensos enloquecemos cuando pasamos por una fiambrerie.
Quiero un id y vuelta de la vuelta al perro,  menos perros con collares de brillantes y más niños con comida en la mesa.
Quiero una sociedad otorrinolaringológica que le enseñe a los escupidores a no contaminar las calles con gérmenes.
Quiero un viaje corto al Planeta de los Simios y uno eterno al Paraíso Perdido.
Quería estar en mi casa, y lo logré. Ahora quiero una nueva aventura de soysolaporelmundo, pero soysoleando en compañía. Masculina si se puede.



jueves, 4 de septiembre de 2014

Placer Amor Romance Idilio Siempre, París

Sentadas en el cómodo asiento de TGV con destino a París, ya medio adormecidas antes de partir, porque el tren es nuestro nuevo Alplax, nos enteramos que debíamos bajarnos porque el bendito aparato no salía. Paro de controladores de trenes. Parece que hicieron un curso acelerado en pocos meses, con Aerolíneas Argentinas y Metrovías, para que cuando llegáramos a Francia nos sintiéramos como en casa. Así que vuelta al levantamiento de pesas, cargamos nuestras valijas y salimos corriendo cuál Jugos Olímpicos para el andén F. Aclaramos, nuestras valijas con cuatro rueditas cuatro, ya no ruedan. No por rotas, sino por llenas, al igual que nuestra silueta desdibujada.
Nuestros compañeros de la primera formación, eran unos cuántos franceses, una familia colombiana y nosotras. Si no nos gustaban los brasileños en marzo, ni los marselleses árabes en agosto, no les puedo contar, lo que detestamos a los colombianos en septiembre. En cualquier momento empezamos a odiar al resto del mundo y completamos el mapamundi.
Nos tocó un adolescente  caribeño, con tono monocorde insoportable. Insoportable su tono y el pibe.Sus estupideces eran a saber: mama, mama, mama, ponte el sombrero para la foto. Mama, mama, mama, ponte el sombrero para la foto. Mama, mama, mama, y no hace falta que diga el final porque durante cinco minutos escuché lo mismo. Tras eso, saca un papel y se pone a leer un rezo.¡Cagamos! pensamos nosotras.¡Hare krishna no son, deben ser infiltrados de EI, y van a volar el tren! No, si para exageradas no nos andamos con chiquitas…Y ni les cuento cuando nos sentamos en el segundo ferrocarril y el Reverendo Alegría, dice: Mama, seguro que nos cambiaron de tren porque había una amenaza de bomba en el otro.¡Bomba, bomba, bomba! Cantaba el imbécil. No lo ahorcamos porque estamos en contra del maltrato animal. Pero se ve que la cosa venía de familia, porque la tía, o abuela, no entendimos quién era en la foto, le dice: (sic) eh tú!, pareces un "mongólico", no se te entiende cuando hablas por estar todo el tiempo delante de los jueguitos esos de la internet!
No sabemos el número de teléfono del Inadi colombiano, porque correspondería hacerle una doble denuncia por discriminar a los que padecen síndrome de down y a los nativos de Mongolia. Ninguno merece ser comprado con semejante energúmeno de Barranquilla.
Y por fin llegamos a destino. París reivindica a los franceses. Retiramos lo dicho sobre ellos hasta el día de la fecha. Amamos la ciudad luz y sus habitantes. Como diría nuestra estimada CFK, a los habitantos. A las habitantas las envidiamos. Para quienes gustan de la moda masculina, les cuento que el azul es el nuevo negro. Toddddos trajeaditos de azul marino, con pantalones tipo chupín. Dato al pedo que damos, pero que describe a la sociedad francesa al fin, y delata el hecho de que ya conocemos todos los museos y estamos disfrutando de mirar nomás. Acá hay menos olor a chivo también. Algo cambió desde nuestro último viaje. O cambiaron las cañerías y funciona mejor Eau Français, o descubrieron para qué inventaron los perfumes... vaya a saber!
Ya tenemos un enamorado gastronómico como todos los años. Llámese esta vez Ahmed o Sanjay, porque no le sacamos todavía el origen, que todas las mañanas cuando vamos a desayunar nos dice: Bonjour Argentine! Petit déjeneur pour madame! No sabemos cómo puede estar tan contento a las ocho de la mañana…NADIE en este mundo puede estar contento a esa hora. A esa hora se duerme, carajo!
Seguimos sosteniendo y ahora más que nunca, que el ser turista es un trabajo que debería ser remunerado y con vacaciones y aguinaldo pagos. Levantamos peso (valijas, bolsos, bolsas de shopping, libros que llevamos, souvenirs y etcs), dormimos poco, nos arruinamos la salud porque comemos en exceso cosas que no deberíamos, sea por ahorrar o sea porque pasamos por una patisserie. Estudiamos un poco de cartografía para descifrar el mapa de los metros y buses. Hacemos colas de horas para entrar a ver antigüedades y cosas rotas, y como si todo esto fuera poco, nos empobrecemos económicamente porque todo cuesta en euros. ¡Exigimos sindicato ya!
Este año, decidimos tomarnos París con calma y recorrerla sin mapa, porque ya no nos perdemos tanto. La tercera es la vencida. Así que caminamos, y caminamos como nuestro famoso y bienamado Pepinucho Coliflor (N. de la R. ver posteos anteriores para saber la historia de Pepinucho). Aprendimos también a tomarnos los subtes fganceses, que al principio nos parecían chinos, hasta que los entendimos.
Y, nos fuimos a Versailles. Ahí entendés la Revolución Francesa. Dicho lo cuál, pasamos a los quiero.
Quiero el Château ídem, con todos los châteaucitos circundantes. Quiero los jardines para hacer raku, y el lago para bañarme en bolas, total, es tan grande que nadie te ve.
Quiero el salón de los espejos para bailar el minué o lo que se bailara en ésa época, y colgarme de las arañas como Tarzán de las lianas.
Quiero la cintura de María Antonieta, aunque no quiero al Delfín porque parece una Mojarrita. Tampoco quiero la cabeza de María Antonieta.
Quiero un señor que mantenga mi château de Versailles, en la provincia de Buenos Aires aunque sea.
Quiero encontrarme a mí misma en los laberintos del Grand Trianon, y dejar perdidos por ahí a mis otros yos.
Y quiero en un día como hoy en el que perdimos creativos, que deje de morirse gente talentosa, que hay poca, y que partan al limbo desconocido, todos aquellos que sólo hacen de este mundo, un lugar peor.