martes, 30 de abril de 2019

Mani pulite

-Daniel, ¿va a llover?
-No rompas las pelotas, ¿no ves que el cielo está despejado?
Luego de una semana en la que casi, casi suspendemos el viaje, llegamos al aeropuerto, Daniel, nosotras y la valija.
Daniel nos dejó luego de abonarle como siempre, y nosotras nos quedamos ahí, haciendo el check in y calculando cuántos Rivotril nos íbamos a tomar.
Estábamos desorientadas porque era la primera vez que íbamos a viajar de día.
Entonces, ¿cuándo empezar? ¿Cuántos? ¿Cada cuánto? ¿Nos alcanzaría el tiempo antes de embarcar para empastillarnos bien? ¿O nos quedaríamos cortas?
Decidimos no hacer cara o cruz, una porque no vemos un carajo y otra porque nosotras no te creemos en el santo grial.
Así que cada hora antes del embarque nos mandamos un sublingual. O sea, tres, como la Santísima Trinidad.
Llegado el momento de subir al avión, se nos paró al lado un señor que primero nos pareció simpático, hasta que empezó a comerse las uñas y mandar cien mensajes de texto por segundo. Es un terrorista, pensamos, y ahí fue el cuarto Rivotril.
Mientras resolvíamos si subir con el terrorista o no, el señor de atrás nos dijo ¡vamos, vamos muévase señora! Y casi que nos empujó.
Perdimos a Bin Laden de vista y al viejo choto y buscamos nuestro asiento.
Uno a uno iban subiendo los demás pasajeros, diez tanos, cien argentinos, cuatro curas, dos monjas y una familia de judíos religiosos. ¡Listo, pensamos, este avión es imposible que se caiga! Hay mucha gente rezando. Así que decidimos no darle más a las drogas prescritas.
A los veinte minutos de despegar, nos dormimos. Y nos despertamos. Y nos dormimos. Y nos despertamos. Y nos dormimos. Y nos despertamos….Vimos una peli entera, puteamos al de atrás por tirarse pedos, le pedimos a una pasajera un paracetamol y nos dormimos por enésima vez, para despertarnos nuevamente cada hora.
El vuelo fue tranquilo, aunque se movió un poquito cuando pasamos por el desierto del Sahara. Se ve que Alitalia anda con problemas de amortiguadores para andar por la arena.
Aterrizamos en Fiumicino tras trece horas de vuelo, y Francisco no estaba para recibirnos. A decir verdad, tampoco estaba la manga para salir del avión. Como a la vieja usanza, vinieron tres buses a la pista. ¡Qué bueno dijimos! Anda todo como la mierda como en casa!
Cuando estuvimos en Río Cuarto, una bruja nos predijo que en este viaje conoceríamos el amor, encarnado en un señor morocho.
Bueno, el primer hombre que vimos al pisar Roma, era un policía de aduana, morocho y con una cara de orto tan asquerosa, que decidimos esperar a recorrer un poco más la ciudad y no quedarnos con el primero.
Llegamos al hotel a las siete de la mañana y es sabido que a esa hora no te dan la habitación no aunque seas la reina de España. Así que salimos a dar vueltas y estrenar la calle. Sí, estrenar, porque a la segunda cuadra nos tropezamos y nos caímos de jeta en el medio de la vereda. Desde acá les agradezco a todos los italianos del ojete que pasaron por nuestro lado sin siquiera mosquearse. Dudamos mucho ahora, de las predicciones de la bruja.
Finalmente al mediodía nos dieron la habitación. Esto es Roma señoras y señores. Todos te engañan. La pieza no está en el edificio principal sino,saliendo hacia la esquina andiamo per la distra, doblamos a la sinistra e qui tiene la chiave. Primo piano, habitazione 102. O sea, nos dieron un bellísimo departamento de dos ambientes, al que se accede por una escalera del año IV, empinada como el Aconcagua. Tenemos un living con televisor LCD de 900 pulgadas, no sabemos para qué, una cocina en la que ni en pedo vamos a cocinar, y una cama que es más dura que el heno sobre el que dormían los gladiadores en el Coliseo. En esta tercera vez en Roma, llegamos a la conclusión, de que a los romanos fabricantes de colchones hay que largarlos a los leones.
Para colmo de males, mañana para ir a desayunar, voy a tener que ir al edificio principal, o sea a dos cuadras.
Por suerte el baño está bastante bien. Los toallones son para gordas.
Primi giorni, primo piano, primo primo, ma ningún morocho.