Como Marsella nos recuerda a La Boca, el Riachuelo y el Once todo junto, decidimos recorrer la Provence, de punta a punta. Nos fuimos a Avignon a bailar y cantar en el puente, pero no a coser ni a lavar como las lavanderas, porque no te lavamos en casa, menos te vamos a lavar en el Ródano. Nos fuimos a visitar el Palacio de los Papas, y puteamos un poco al Benedicto XII y al Clemente VI, que mandaron a construir un palacio lleno de escaleras. Igual, te digo, que al lado del Vaticano, esta es la casa del mayordomo. Se ve que los Papas siguientes prefirieron estar un poco más cómodos y cerca de Via Condotti, donde podían acceder más fácilmente a los baúles Louis Vuitton.
Queríamos ir a ver los famosos campos de lavandas, pero ya los habían decapitado en julio, ahora que está de moda la decapitación.
Después pasamos por Aix en Provence, lindo, muy lindo, pero tiene una onda Palermo Soho. De toda casa antigua hicieron un local comercial. Nos perdimos un poco, porque a esta altura del viaje, largamos los mapas. Ocupan lugar al pedo.
Como queríamos un poco de cultura, decidimos tomarnos el bondi número cinco e ir hasta el tallercito que tenía Paul Cezanne. Los franceses no sólo tienen un problema con el olfato, sino también con los cálculos matemáticos. Cuando preguntás si queda muy lejos, te dicen, no, es acá nomás, tendrá unos diez minutos de autobús y después dos minutos más a pie. Cosa que se traduce en : subirnos al bus, y resulta que nuestra parada era la última, o sea unos veinte minutos en bondi, y tres segundos a pie, con el consecuente: ¡me moiro, a dónde fuimos a parar, nos pasamos y ahora no vamos a poder volver NUNCA más a casa! O en su defecto pueden decirte, es acá nomás, a doscientos metros, y ponernos a caminar lo más campantes, pensando que en cinco minutos a pata llegamos, con la resultante de caminar por media hora, para llegar a la puerta del museo y que encima sea arriba de una colina.
Nos imbuímos en el espíritu de Cezanne y respiramos el mismo aire que él, que murió de pulmonía, para darnos cuenta que nosotras, de artistas, no tenemos nada.
Así que para reforzar la idea, al día siguiente nos fuimos a Arles, a ver a nuestro ídolo Van Gogh. La oreja no la encontramos porque el tipo en realidad pintaba en las afueras de la ciudad. Y con la experiencia previa, no quisimos arriesgarnos al acá nomás de los franceses, así que tuvimos que conformarnos con ver una fundación medio trucha, con un par de cuadritos de Vincent, que no por cuadritos dejaban de ser Vangoghcitos.
Ya que estábamos en el lugar, marchamos hacia las Arenas, donde luchaban los gladiadores. Otra vez mucha escalera, mucho escalón alto de piedra, mucho piso desnivelado, y nos dijimos: todo muy lindo, pero de ahora en más, antes de pagar, preguntamos: ¿hay que subir para ver lo bueno? Si la respuesta es sí, entonces preferimos ser brutas antes que seguir perdiendo salud.
Hoy, partimos hacia Cassis, lugar recomendado por las amigas María y Victoria. Previo, ya que nos andaban criticando por nuestra falta de femineidad, y salir en todas las fotos a cara lavada, por consejo de la amiga Corita, nos dijimos: estamos en La Francia ché, a ver si nos compramos algo digno de fotografiar. Y ahí fue que adquirimos un bellísimo par de anteojos de sol y un sombrerete, y nos pusimos un poco de rouge, para parecer al menos una mujer con sus otros yos. Divinos los Burberry´s, pero no vemos un carajo sin aumento.
Ya casi al final de este larguísimo e interminable viaje, empezamos a entender algunas palabras en francés, que no utilizaremos jamás, y que olvidaremos la próxima vez que vengamos para estos lares.
Por ejemplo: calanques, son acantilados, o eso creemos, por lo que vimos. Jusque es hasta, palabra que estuvimos usando mal durante todo el viaje. A todo le ponemos un voudrai por las dudas, y aprendimos que los encornetes no son cuernos que te ponen sino que son calamares tipo rabas. Boir no es ver, sino beber. Antes nos los quedábamos mirando unos minutos cuando nos preguntaban :¿Pour boire? casi al borde de contestarles, ¿qué querés que mire?¿No ves que ya te estoy mirando? Plat no es plato, sino sin gas, y cuillère no tiene nada que ver con culear, sino que es una cuchara. ¿Cuántas veces a lo largo de estos dos meses y medio necesitamos una cucharita y sólo podíamos hacer el gesto de revolver para que nos entendieran? Y un sac es una bolsa y no un saco. ¿Voulez vous un sac? Y nuestra reacción automática era mirarnos a ver si teníamos puesto un saquito, ante la mirada desconcertada de la señora cajera del supermercado.
Pero nos vamos aprendiendo otras cosas más fundamentales: cómo cagarnos en los demás, y empezar a comportarnos como europeos (justamente es cagarse en los demás).
Ahora partiremos a París, como la boluda de Manuelita, que finalmente y como todos saben, se vino sólo a hacer unas cirugías estéticas, para volver arrugadísima a Pehuajó porque el botox dura poco.
Vamos dejando atrás a Musulmania/Marsella, con sus mujeres tapadas de pies a cabeza, hombres que sólo juegan a la raspadita, y la música árabe en el Vieux Port todos los santos días que ya nos taladra el cerebro.
Si el nuevo grupo islámico EI, pretende conquistar Europa de los infieles, buen trabajo han hecho en Francia ya.
Queremos no oír hablar en francés por un buen tiempo. Al que dijo que era el idioma del amor, lo invitamos a que venga al sur de Francia, y después nos cuente si no le gritaron por lo menos una vez al día en la calle.
Queremos un nuevo viaje a una planicie donde no haya que subir ni siquiera un montículo de tierra.
Queremos nuestra cama, nuestros toallones y más que nada, nuestro amado jabón que lava.
Queremos más a los que siempre quisimos, y también nos queremos un poco más a nosotras mismas. A los que no quisimos nunca, seguimos sin quererlos.
Este es el último viaje de mis otras yos, que se están enterando en este momento que fueron despedidas.
Queremos un mundo libre de fanatismos y la evolución a la involución.
Queremos el color turquesa del Mediterráneo y ser Joan Manuel Serrat para decir: ay, si un día para mi mal, viene a buscarme la parca, empujad al mar mi barca, con un levante otoñal y dejad que el temporal desguace sus alas blancas, y a mi enterradme sin duelo, entre la playa y el cielo(…) cerca del mar, porque yo, nací en el Río de la Plata.
Queríamos ir a ver los famosos campos de lavandas, pero ya los habían decapitado en julio, ahora que está de moda la decapitación.
Después pasamos por Aix en Provence, lindo, muy lindo, pero tiene una onda Palermo Soho. De toda casa antigua hicieron un local comercial. Nos perdimos un poco, porque a esta altura del viaje, largamos los mapas. Ocupan lugar al pedo.
Como queríamos un poco de cultura, decidimos tomarnos el bondi número cinco e ir hasta el tallercito que tenía Paul Cezanne. Los franceses no sólo tienen un problema con el olfato, sino también con los cálculos matemáticos. Cuando preguntás si queda muy lejos, te dicen, no, es acá nomás, tendrá unos diez minutos de autobús y después dos minutos más a pie. Cosa que se traduce en : subirnos al bus, y resulta que nuestra parada era la última, o sea unos veinte minutos en bondi, y tres segundos a pie, con el consecuente: ¡me moiro, a dónde fuimos a parar, nos pasamos y ahora no vamos a poder volver NUNCA más a casa! O en su defecto pueden decirte, es acá nomás, a doscientos metros, y ponernos a caminar lo más campantes, pensando que en cinco minutos a pata llegamos, con la resultante de caminar por media hora, para llegar a la puerta del museo y que encima sea arriba de una colina.
Nos imbuímos en el espíritu de Cezanne y respiramos el mismo aire que él, que murió de pulmonía, para darnos cuenta que nosotras, de artistas, no tenemos nada.
Así que para reforzar la idea, al día siguiente nos fuimos a Arles, a ver a nuestro ídolo Van Gogh. La oreja no la encontramos porque el tipo en realidad pintaba en las afueras de la ciudad. Y con la experiencia previa, no quisimos arriesgarnos al acá nomás de los franceses, así que tuvimos que conformarnos con ver una fundación medio trucha, con un par de cuadritos de Vincent, que no por cuadritos dejaban de ser Vangoghcitos.
Ya que estábamos en el lugar, marchamos hacia las Arenas, donde luchaban los gladiadores. Otra vez mucha escalera, mucho escalón alto de piedra, mucho piso desnivelado, y nos dijimos: todo muy lindo, pero de ahora en más, antes de pagar, preguntamos: ¿hay que subir para ver lo bueno? Si la respuesta es sí, entonces preferimos ser brutas antes que seguir perdiendo salud.
Hoy, partimos hacia Cassis, lugar recomendado por las amigas María y Victoria. Previo, ya que nos andaban criticando por nuestra falta de femineidad, y salir en todas las fotos a cara lavada, por consejo de la amiga Corita, nos dijimos: estamos en La Francia ché, a ver si nos compramos algo digno de fotografiar. Y ahí fue que adquirimos un bellísimo par de anteojos de sol y un sombrerete, y nos pusimos un poco de rouge, para parecer al menos una mujer con sus otros yos. Divinos los Burberry´s, pero no vemos un carajo sin aumento.
Ya casi al final de este larguísimo e interminable viaje, empezamos a entender algunas palabras en francés, que no utilizaremos jamás, y que olvidaremos la próxima vez que vengamos para estos lares.
Por ejemplo: calanques, son acantilados, o eso creemos, por lo que vimos. Jusque es hasta, palabra que estuvimos usando mal durante todo el viaje. A todo le ponemos un voudrai por las dudas, y aprendimos que los encornetes no son cuernos que te ponen sino que son calamares tipo rabas. Boir no es ver, sino beber. Antes nos los quedábamos mirando unos minutos cuando nos preguntaban :¿Pour boire? casi al borde de contestarles, ¿qué querés que mire?¿No ves que ya te estoy mirando? Plat no es plato, sino sin gas, y cuillère no tiene nada que ver con culear, sino que es una cuchara. ¿Cuántas veces a lo largo de estos dos meses y medio necesitamos una cucharita y sólo podíamos hacer el gesto de revolver para que nos entendieran? Y un sac es una bolsa y no un saco. ¿Voulez vous un sac? Y nuestra reacción automática era mirarnos a ver si teníamos puesto un saquito, ante la mirada desconcertada de la señora cajera del supermercado.
Pero nos vamos aprendiendo otras cosas más fundamentales: cómo cagarnos en los demás, y empezar a comportarnos como europeos (justamente es cagarse en los demás).
Ahora partiremos a París, como la boluda de Manuelita, que finalmente y como todos saben, se vino sólo a hacer unas cirugías estéticas, para volver arrugadísima a Pehuajó porque el botox dura poco.
Vamos dejando atrás a Musulmania/Marsella, con sus mujeres tapadas de pies a cabeza, hombres que sólo juegan a la raspadita, y la música árabe en el Vieux Port todos los santos días que ya nos taladra el cerebro.
Si el nuevo grupo islámico EI, pretende conquistar Europa de los infieles, buen trabajo han hecho en Francia ya.
Queremos no oír hablar en francés por un buen tiempo. Al que dijo que era el idioma del amor, lo invitamos a que venga al sur de Francia, y después nos cuente si no le gritaron por lo menos una vez al día en la calle.
Queremos un nuevo viaje a una planicie donde no haya que subir ni siquiera un montículo de tierra.
Queremos nuestra cama, nuestros toallones y más que nada, nuestro amado jabón que lava.
Este es el último viaje de mis otras yos, que se están enterando en este momento que fueron despedidas.
Queremos un mundo libre de fanatismos y la evolución a la involución.
Queremos el color turquesa del Mediterráneo y ser Joan Manuel Serrat para decir: ay, si un día para mi mal, viene a buscarme la parca, empujad al mar mi barca, con un levante otoñal y dejad que el temporal desguace sus alas blancas, y a mi enterradme sin duelo, entre la playa y el cielo(…) cerca del mar, porque yo, nací en el Río de la Plata.