jueves, 4 de junio de 2015

Marchando se hace la gente.

Y hoy me fui a la marcha #NiUnaMenos. Fui sola. Mis acompañantes de toda la vida decidieron no sumarse. Las muy hijas de puta, cuando tienen que apoyarme en algo, no aparecen. Sólo están para joderme. ¡Sí, a ustedes les hablo! A mi otro yo y al yo de mi otro yo. Dos turras. Si hubiesen estado el día que conocí a los que me mandaron al psiquiatra, quizás hoy no estaría escribiendo este blog.
Ahí estaba, solita con mi alma, en el medio de una multitud con mayoría de mujeres, escuchando historias de violencia. Y me pregunté porqué por tantos años, me costó aceptar que yo también fui víctima de la violencia. De esa que no deja heridas visibles. De esa que no te animarías jamás a denunciar, porque es poco posible de demostrar. La psicológica. Si bien no es una cicatriz palpable, no es imposible de ver. Si sos un poco avispado, y mirás bien, te vas a dar cuenta dónde están.
Pero bueno, volvamos a la marcha.
Mucha gente. Y cuando digo mucha, es MUCHA. No apto para claustrofóbicos, o con fobias sociales. Después de haber superado mi pánico a los aviones, esto me parecía pan comido. Pero no. De golpe me ví arrastrada por una turba impaciente por acercarse a vaya saber dónde, porque era imposible acercarse a ningún lado. Para donde miraras había gente. Gente grande, gente mediana, gente adolescente (que descubrí también es gente), y miniaturas de gente llamados niños. En el espacio que cabe una persona, estaban paradas tres. Te preguntarás cómo. Yo también. Aunque te puedo decir que a una la tenía parada sobre mis pies.
Y de estar ahí sola, pasé a estar acompañada, o mejor dicho encolumnada, detrás de los ferroviarios, después de los del MTP,  del STP, de los barrenderos municipales, de la Izquierda Unida, de los Boyescauts de Mataderos, del centro de estudiantes del colegio Municipal de Trinidad y Tobago, del Movimiento Evita, y del movilero de Infama.
Luego de varios intentos fallidos de aferrarme a un camión de TV para no seguir siendo arrastrada por la multitud, decidí dejarme llevar por la corriente y ver si me acercaban hacia alguna calle adyacente con menor tránsito de seres humanos. Tras 45 minutos de incertidumbre, logré escaparme por la calle Ayacucho, donde tomé un taxi y huí, por 145 pesos, a mi casa. Salen caras las manifestaciones. Tomo nota para la próxima.
Y acá estamos, de nuevo reunidas en casa, yo, mi otro yo, y el yo de mi otro yo, deseando que al gato de al lado se le pase el celo, o que su dueño decida castrarlo de una vez por todas y deje de andar haciendo la chanchada en mi balcón.
Quiero NiUnaMenos, pero también los quiero en cana a los causantes de que tengamos que exigir ni una menos.
Quiero un mundo de rosas sin espinas y un árbol de veinte asientos.
Quiero un cartel que diga #LaFelicidadExiste, y una marcha del amor.
Quiero un repasador para el olvido y una olla a presión que no chille.
Quiero una planta de naranja lima, y un limonero repleto de paltas sin carozo.
Quiero un noticiero de buenas noticias y un libro que cuente las horas, los minutos y segundos.
Quiero una mano amorosa, un lápiz afilado y una hoja en blanco, para escribir nuevos capítulos de mi vida.
Quiero mi vida, vivida casi de la misma manera ,pero con algunos cambios. Quiero poder decir, si me vas a querer de ése modo, mejor andate. Quiero querer otras cosas sin que me traten de idiota. Quiero perder el miedo a caminar por la calle y encontrarte.
Y por último, quiero. Porque siempre quiero. Porque no conozco otra manera de vivir, que vivir queriendo.

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