viernes, 4 de octubre de 2019

Start spreading the news

-Daniel ¿va a llover?-, pregunta de cábala antes de cada viaje, aunque hay un sol que raja la tierra. Daniel ya está harto de nosotras y pone cara de esta mina me tiene podrido.
Check in en American Airlines y delante de nosotras hay un pequeño grupete donaldtrumpista, que está despachando cuatro cajones con rifles de caza. Ahora toca el turno de romperle los quinotos a Pablo el psiquiatra. 
-Pablo, hay gente despachando armas en nuestro vuelo. ¿Subimos? ¿Estarán cargadas? ¿Explotará el avión por tantas municiones?
-No rompas, responde Pablo, ¿cuántas pastillas te tomaste ya? Agregá una más y déjate de joder.
-Bueno, chau.
Hemos decidido que en nuestros próximos viajes todas estas inquietudes se las derivaremos directamente a la policía aeroportuaria que todavía no nos conoce.
Hacemos migraciones siendo palpadas hasta el upite por una dama a la que no le pedimos el teléfono, aún cuando fue la primera persona en tocarnos en años.
Subimos, hello, welcome, su seat es a la derecha please. Despegamos con destino a New York y Washington, arrancando con turbulencia que ni las treinta y cinco pastillas de Rivotril nos pudieron ayudar. Diez horas diez minutos, dijo el capitán. Nosotras quisimos bajarnos pero no teníamos paracaídas.
Tras unos interminables minutos de un movimiento frenético, llegó la calma, y con ella la cena. Rescatamos un cacho de carne masticable y un par de zanahorias hervidas, y de postre un helado con cookies. Lo único bueno.
Suponemos que la quetiapina hizo efecto apenas tragamos el último bocado de helado, porque después de eso no recordamos nada hasta una hora antes del desayuno.
Aterrizamos en JFK, que no es CFK y tomamos un taxi hasta el hotel. El señor no evitó pozo alguno, ni maniobra riesgosa. En menos de dos segundos casi nos estrolamos dos veces, pero el hombre seguía su raid zigzagueando como si nada. Nosotras, atrás, rezándole a San Christian Dior, para que nos haga llegar a Bloomigdale´s sanas y salvas.
El hotel un primor. Un caro primor, pero esto es Nueva York y qué le vamos a hacer. 
Paseamos un rato, mirando las vidrieras como en el tango, la ñata contra el vidrio, porque con el dólar a 60...
Estaban todos nuestros amigos mandatarios en la reunión de las Naciones Unidas, incluido Mauricio, así que nos la pasamos sorteando vallas, cantidades inhumanas de policías, y mucho servicio secreto.
Partimos en tren hacia Washington, a visitar a nuestra amiga Luciana, sentadas en asientos de cuatro, enfrentados, mirando el paisaje que teníamos delante. Un muchacho muy apuesto. Le convidamos una pastilla de mentol porque no paraba de toser y ese fue todo nuestro contacto amoroso. 
Llegamos a DC donde nos esperaba nuestra socia y amiga, y fue amor a primera vista. No, no con Luciana que ya nos queremos mucho, si no con la ciudad. 
-¡Queremos vivir acá!- gritamos. Y encontramos nuestro quincuagésimo noveno lugar en el mundo.
Todo es limpio, todo es grande, todo es ordenado, todos son amables y está la casa de Donald, no el pato, que no es que nos caiga bien, pero tiene un jardín hermoso.
Paseamos, chusmeamos, comimos, chusmeamos, caminamos, chusmeamos, vimos museos, chusmeamos, compramos barato, chusmeamos, compartimos, chusmeamos.
Nos enamoramos de todos los afroamericanos que viven en Washington. Son todos hermosos. Ellas, ellos, nos enamoramos de todos sin distinción de sexo. Nosotras nos enamoramos, ellos no. Adiós romance frustrado...
Luego de tres hermosos días, tomamos el tren de vuelta, pero esta vez el paisaje era un pelado, así que decidimos dormir.
 ¡Gracias miles a la familia Mora Raigo por tratarnos tan bien! Prometemos volver si nos aceptan!
Llegamos a New York nuevamente, y con la audacia que nos caracteriza, tomamos el subte. Papita pa´l loro dijimos. Había que hacer conexiones, y si bien viajábamos livianas, una valija es una valija a la hora de subtear.
Ya tenemos re junado el trayecto, pensamos. Subte E y después conexión con el 6 y llegamos. 
Resultó que el E los fines de semana no funciona, así que corrimos escaleras arriba para alcanzar el C, que nos dejaría para una segunda y tercera conexión, o eso creímos.
Con la lengua afuera llegamos al C, saltamos adentro, y como somos petisas, y un señor nos tapaba, no veíamos los carteles de las paradas, y al señor conductor no se le entendía su inglés. Pero creímos ver que el subte paraba en la calle 42. Tras un larguísimo recorrido, en el que empezamos a sospechar que nos habíamos pasado, oímos claramente esta vez, la voz del subtero que decía ,- “estación de la calle 72 directo al Bronx”- ¿Cómo? ¿Y la 42 dónde está?-nos desesperamos sin obtener respuesta de nadie.
Bajamos, transpiradas como camellos, asustadas por la posibilidad de llegar al corazón del Bronx, a donde no habíamos ido jamás y seguramente la gente es amabilísima, pero vimos demasiadas películas yanquis como para saber que ahí no teníamos muchas ganas de bajarnos.
A todo esto, estábamos del lado oeste de la ciudad, y nuestro hotel quedaba del lado este y a unas veinticinco cuadras. Como es de imaginarse, ni en pedo caminaríamos ni tampoco otra vez nos meteríamos en un subte.
Casi llorando del cansancio y del calor, nos abalanzamos sobre el único taxi libre en todo NY.
-56 between Park y Lexington- le sollozamos al señor Apu, que lo único que quería era cobrar el viaje y le importaba tres carajos nuestra odisea.
Finalmente arribamos a nuestro hogar por los próximos nueve días.
La habitación es enorme, cosa rara para esta ciudad. Es una especie de apart hotel, tenemos cocina, que nos viene bien para no gastar tanto en restaurantes. Así como el cuarto es enorme, la cama también. No solamente es ancha e incómoda, si no que es alta. Está hecha para el estándar basquetboliano. Nos dio cosa pedir un banquito en recepción para poder subirnos, así que todas las noches escalamos el Everest, que así se llama ahora nuestro lecho no nupcial.
El otoño se está haciendo esperar en Estados Unidos así como la primavera en Buenos Aires.
Calor, calor, calor y más calor sofocante. Esta vez vinimos con la ropa exacta, absolutamente de pedo. Llega a hacer frío y vamos a tener que salir corriendo a comprar...uy! Qué pena ¿no?
Si hay algo que a nosotras no nos gusta es el comprar por comprar. Por eso en casa tenemos cuatro camperas de Uniqlo de cuando el dólar estaba a 15.
Llegó Rosa Hashaná y con ella una divina cena en la casa de nuestra sobrina. Fue la oportunidad de ver a un primo que vive en Buenos Aires, y con el que sólo nos encontramos cada tres años en algún lugar del mundo. Cosa ´e ricos, ¿vió? 
Paseamos por el Central Park, fuimos al zoológico, nos convertimos en acérrimas defensoras del Free Animals y Bichos. Seguimos caminando, llegamos al Museo Metropolitan, donde la muestra que habíamos ido a ver especialmente había terminado, por lo que aprovechamos e hicimos esta vez, el sector de África y Oceanía, y Antigua Grecia y Roma. Llegamos a la conclusión de que nos dedicamos a lo que nos dedicamos, por suerte, porque el arte es lo único, junto con los fósiles, que deja algo para la posteridad. El resto es pura casualidad.
Seguimos de paseo por NY, sudando como chivos, comiendo como vacas, y pateando como caballos. Perdón, pero es que después de ver el zoo, no pudimos más que compararnos con los animales.
Caminamos mucho por la ciudad de los subtes y rascacielos, y muy a pesar de quienes nos critican por afirmar que somos invisibles a la vista humana, lo corroboramos en este viaje también. Nadie nos mira. Y cuando decimos nadie, es nadie nadie. Ya no porque creamos que somos feas y gordas, sino porque hasta los más pequeños, andan con la vista clavada en el celular.  
Ya está, encontramos a quién echarle la culpa de nuestra soltería. Listo. Pablo, podés ir dándote por despedido. ¡Se terminó la terapia para nosotras! Para ser visibles sólo necesitamos el último IPhone.
Además de quejarnos del calor, del frío, de la lluvia y de la falta de bidet, encontramos que así como en Francia el jabón no lava, en Uruguay la sal no sala, acá en Norteamérica el agua no enjuaga. Pensamos que era una cosa solo de Washington, pero no, en Ñuyork tampoco. 
Le damos, le damos y le damos al agua, pero salimos de la ducha todas resbalosas. 
¿O nos habremos convertido en una babosa? Vaya a saber... A quien nos cruce por la calle, por favor que nos avise si vamos dejando una estela de baba...
Nos quedan pocos días en La Gran Manzana, ya el martes estaremos de vuelta en la Gran Banana.
Bye, bye NYC, see you later...





sábado, 15 de junio de 2019

Médico a la derecha, por favor

Llegamos a Roma, tras un viaje de mierda en el Frecciarosa, en el que tampoco había dónde meter las valijas y encima el aire acondicionado no daba abasto para los 38º de Italia.
¡Naaa, si en este viaje la pasamos bomba! Entre el frío de cagarse en Faenza y el calor del orto del resto del recorrido, debemos reconocer que no fue el típico viaje que solemos hacer.
Lo sabemos, nos hemos quejado mucho. Jódanse, así somos y evidentemente por más que queramos no vamos a cambiar.
Decíamos que llegamos a Roma, urgidas de un dentista, porque el arreglo que nos habían hecho en Faenza, caducó y pasó a mejor vida. Así que llamamos a Universal Assistance, que hasta ahora había tenido sólo aciertos. Nos envían un correo diciendo que debíamos concurrir al Dr. Paolo Salustri a las 15.15 hs. Vía Cavour 266. Llegamos. Ya al ver la placa con su nombre, toda herrumbrada, vecchia, vecchia como Roma misma, nos dio un escozor. Bueno pensamos, no prejuzguemos que a lo mejor el dentista heredó de su tatarabuelo el consultorio y el nombre. Subimos y tocamos timbre. Nos abre una asistente que tendría no más de 25 años. Tome asiento, nos dice, y si quiere ir al baño tiene que dar la vuelta a esta puerta. Tras un breve vistazo, decidimos que nos mearíamos encima antes que ir al baño ahí.
El consultorio era más o menos lo que sospechamos desde la calle. Década del 60. Lo que nos dio una leve sospecha de que el médico quizás estaba actualizado, era que había un dibujo en la pared, donde mostraba a un dentista con barbijo, atendiendo a un niño. Ok, pensamos, por lo menos ya entró en la era sanitaria.
Tras esperar una media hora, aparece otra niña de unos 26 años, embarazada, vestida como asistente y nos dice, prego signora. Cagadas en las patas, entramos.
La piba nos empieza a preguntar qué nos pasaba y le respondemos que veníamos porque sólo era necesario cubrir la muela rota, hasta que lleguemos a Buenos Aires y nuestro odontólogo nos atienda. Aclaramos, que no teníamos dolor alguno, pero como el nervio todavía estaba activo, era mejor taparlo, según recomendación de nuestro dentista argentino.
A los dos segundos aparecen la asistente que nos recibió, y un flaco vestido de calle. Raro, pensamos, un dentista vestido así en el consultorio…¿Cuál de todos estos es el médico, si es que alguno lo es?
Abra la boca signora, y con el rabillo del ojo, vemos que los tres se ponen barbijo y guantes. ¿Los tres? pensamos. ¿Quién es este pibe vestido de jeans y remera que va a meter mano en nuestra boca? Acto seguido, teníamos a los tres mamotretos escudriñando nuestras muelas. ¡¡Los tres al mismo tiempo!!! Ya ahí nos pusimos más nerviosas. De pronto se alejan los tres en tándem, y creyendo que no entendíamos italiano, comienzan a especular. ¿Cosa facciamo? Y, no sé, para mí hay que aprire…¿Aprire qué, gritamos nosotras??¡ Acá no se apre niente! ¡Ustedes solo tapen con alginato como hicieron en Faenza y nosotras nos arreglamos en Buenos Aires! No, signora, seguían estos tres borregos, hay que neutralizarle el nervio. ¡Neutralizá a tu abuela, a nosotras no nos tocan nada! Para mí, hay que sacar una lastra (radiografía), aportaba el de jeans. ¡Si te acabamos de dar la lastra de hace dos semanas! retrucamos.
No, decía la tercera, yo creo que hay que ponerle anestesia y después ver.¡Qué anestesia ni ocho cuartos! ¡A nosotras nos tapan y listo! ¿Saben qué? Si ustedes no saben qué es lo que hay que hacer, no hay problema, nos vamos y se acabó. No, signora, aspeta un attimo que ya viene el doctor.  Si viene el doctor, preguntamos, ¿quienes son ustedes? Acto seguido desaparecen la embarazada y el idiota de jeans. Tras esa actitud, supusimos que no estábamos erradas al pensar que eran estudiantes.
Viene el doctor Salustri, que era bastante buen mozo y no tan vecchio como su placa, junto a la primera asistente y sin saludarnos nos abre la boca y dice: cúbranle como ella les dijo y nada más. No hay que hacer nada.
En ese instante se nos aflojaron los músculos de todo el cuerpo, anche los esfínteres. Finalmente tras una tortura sin anestesia de diez minutos, lograron cubrir la muela.
Conclusión que llegamos al odontólogo sin dolor, y nos fuimos con dolor.
¿Alguien recuerda la parte del dentista de la peli Little Shop of Horror? Bueno, tal cuál.
Moraleja, usen dientes postizos así no se les rompen los suyos y no tienen que caer en lo del Dr. Jekyll.
Ver Roma e doppo morire.
Arrivederci Italia, chi vediamo un altra volta y sin problemas dentales.
Muela 1 = Dr. Salustri 0

jueves, 13 de junio de 2019

Stanca (cansada) ma no estancada

Sentadas en un barcito de Florencia, mientras escuchamos a un bombón cantar y un viejo loco (del que admiramos su libertad) bailar en la mitad de la calle, nos sentimos Julia Roberts en Comer, rezar, amar. Bueno, la mitad de Julia en altura y el doble en gordura…
Verona. Lamentamos comunicar que Romeo no estaba. Fuimos hasta la casa, le tocamos el timbre, pero nos dijeron que se había ido con una tal Julieta. Va fanculo le respondimos nosotras al portero, que nos miró impávido cual estatua que era.
Así que nos fuimos al Castelvecchio a ver si ahí encontrábamos algún duque veronés. Tampoco, pero nos quedamos recorriéndolo. Subimos, porque en Italia todo es escalera, y recorrimos obligadas, una de las más grandes exhibiciones de arte sacro, que vimos en nuestras vidas. Obligadas, bien decimos, porque cada vez que queríamos escapar para la uscita, venía una de las guardias y nos obligaba a entrar a otra sala. La mina nos siguió todo el recorrido, mostrándonos con un gesto de cabeza, por dónde había que seguir. No sabemos en realidad si todos los turistas se le rajan de embole o tenía miedo que nos chafáramos algo. ¡Ni que en nuestras intenciones estuviera afanarnos un cacho de fresco con la imagen de la Asunción de la virgen!¡ Preferimos un par de zapatos antes que un santo! ¡Un santo no nos duraría lo que un par de buenos zapatos italianos, doña! Pero nos callamos la boca, y seguimos subiendo por el Castelvecchio. Si algo tenemos que agradecerle a la guardia, fue que con su insistencia de llevarnos por el camino correcto, terminamos en las murallas del castillo, viendo la mejor vista de Verona que podríamos haber imaginado.
Lamento decepcionarlos, pero no tengo más que palabras elogiosas para Verona. Bella ciudad, bellos hombres y gente amable por todos lados.
Cargamos nuestras valijas al Frecciargento y partimos sin demora a Florencia. Ya al subir, empezamos a las puteadas. El tren no tenía lugar para el equipaje, así que viajamos más o menos a cococho de las valijas. Seguimos con nuestro rosario de buenas intenciones, al bajar en la estación y notar que no había ascensor. Solo escaleras…la puta que los parió a los italianos y su obsesión por las escaleras. Además, para quienes no lo saben, como en la antigüedad no había reglas de construcción, cada uno hacía los escalones con la altura que se les cantaba el ojete. O, los del norte de Italia tenían las piernas muy largas…vaya a saber, no hay con quién comparar…Bah, si nos dejamos llevar por el tamaño de las esculturas de Michelangelo, la península itálica debía ser la tierra de Gulliver.
No desesperéis que ya llega la tercera puteada…
Nuestro hotel, resultó ser un apart hotel. Bien ubicado, súper lindo, gente amable, ascensor en el edificio….y escaleras en el departamento. No hace falta reproducir nuestros dichos, ya los conocen de sobra.
Salimos a pasear, con cuarenta grados a la sombra, para largar la cuarta y anteúltima puteada de la semana. Si Venecia nos pareció un mar de turistas, Florencia es el océano. ¡Queremos volver a Faenza donde no hay nadie!,gritábamos sin que nadie nos oyera, porque cientos de miles de turistas, zumban como cientos de miles de moscas. Odiamos a los turistas. Llegamos a la conclusión de que nosotras nos vestiremos como turistas, pero en realidad somos ciudadanas del mundo.
Queríamos conocer Cinque Terre, San Giminiano e ir a la Toscana y beber algunos vinos Chianti. Cansadas de andar solas, creímos conveniente tomar una excursión . Mal hecho.
Cinque Terre es hermoso, pero decidimos que ahí no nos vamos a mudar porque todo es cuesta arriba. Además tomamos un barco para ir de una terre a la altra, pero el capitán estaba un poco fumado,  manejaba a los tumbos, y casi largamos por la borda los spaghettis que habíamos mangiado antes. Finalmente sudamos como guanacos, sacamos fotos y llegamos agotadas al anochecer.
Al día siguiente, como si no nos hubiese alcanzado con la excursión previa, hicimos la segunda.
Hermosa la Toscana, no decepciona, lo juro. Nos sentimos Diane Lane en Bajo el sol de la Toscana, con la pequeña diferencia que nosotras no encontramos el amor, sino otro millón de turistas.
Consejo. Nunca hagas excursiones multilingües. Terminás no entendiendo ninguno de los idiomas que habla el guía.
A diferencia del día previo, acá sí nos quedaríamos a vivir. Queremos una villa toscana, con vista a San Giminiano. Largamos la cerámica y nos ponemos un viñedo. Decidido.
Hoy, nuestro último día en Florencia, nos propusimos tener uno tranquilo. Visitamos a nuestro novio David, en el Museo della Accademia. Es tan, pero tan bello, que no nos importa que tenga pito chico. Nos hubiésemos quedado todo el día con él, pero había que ir a hacer el reintegro del tax. Y ahí llega nuestra cuarta y última puteada en Firenze.
No uses el Google Maps acá, porque el  puntito azul se te vuelve loco. Así fue que estuvimos dando vueltas en círculos durante media hora hasta llegar a destino. No es que esta ciudad sea muy grande, no, es la vuelta al perro, pero si el puto punto azul se quedara quieto quizás no nos hubiésemos caído de rodillas con el culo para arriba, en el medio del pavimento florentino.
Y la recontrarecalcadísimaconchadesuputamadre!!! Ahí tienen la puteada que les debía.
Suponemos ahora, que tenemos un par de ligamentos menos en nuestras rodillas.
Casi llorando, porque ganas no nos faltaron, nos volvimos al apart a preparar la valija, ya que mañana partimos a Roma. En el trayecto nos enamoramos varias veces de italianos que ni siquiera notaron nuestra existencia.
En definitiva, la bruja la pifió en todo. Ni este viaje nos cambió sustancialmente la vida, y menos que menos encontramos al morocho. O mejor dicho, encontramos muchos morochos que no nos cambiaron la vida.
Arrivederci Florencia, chi vediamo cuando el turismo merme.
Verona 10 = La Toscana 10
Rodillas -2= Elizabeth 0

martes, 4 de junio de 2019

Ver la Bienal e doppo morire

Ciao, sono qui.  No nos hemos ido a ningún lado, seguimos en Italia. Pensaban que nos habíamos olvidado de ustedes, pero no.
Tras una maravillosa estancia de un mes en Faenza, donde casi hemos sido tratadas como una celebridad, llegamos a Venecia donde somos absolutamente desconocidas para el público en su totalidad. Queremos volver a Faenza.
Acá hay mucha paloma, gaviota y turistas (ponemos todo en el mismo status), allá golondrinas.
Acá hay mucha mugre, allá podés pasar la lengua por el piso.
Acá hay mucho niño turista llorón, allá los niños siempre buena onda.
Acá hay mucho turista, allá una paz increíble.
Acá hay mucho turista, allá la única turista era yo.
Acá hay mucho turista…
Hoy calzamos sandalias de goma y salimos a buscar un ticket para la Bienal de arte. É chiuso nos dice con la peor onda el flaco de la boletería, torna a le dieci. Dieci menos cinco estábamos ahí paradas esperando a que abrieran y como buenos descendientes de argentinos, hasta las dieci en punto no nos atendieron.
Tomamos el vaporetto, que vendría a ser un bondi sobre agua, y llegamos a la terminal de Arsenal donde estaban algunos de los pabellones. En el camino nos hicimos amigas de unos israelíes, que perdimos apenas pasamos la primera instalación de vídeo. Vaya a saber dónde quedaron…Volvamos a la bienal…podríamos decir que el arte no es lo nuestro, pero estaríamos mintiendo. Quizás lo que no es lo nuestro, es el arte en las bienales. Mucho video, mucho color negro, mucha sala a oscuras donde no ves la obra y sólo pisás al pobre turista que tenés al lado. Mucha cosa grande al pedo, mucho feo y poco lindo, pero lo poco lindo es muy lindo.
Recorrer una bienal no es moco de pavo. Antes deberías pasar por el gimnasio a entrenar para la maratón de los 100K.
Tras recorrer todos los pabellones de Arsenal, o casi todos, llegamos a lo que creímos era la salida, pero no.
Parados ahí charlando estaban dos carabinieri. Morochos ambos, o eso supusimos, porque uno era pelado con pinta de haber sido morocho anteriormente. Le pregunto (yo sola, sin la compañía habitual)  ¿dove siamo? le muestro el mapa. El dolape me responde, per inizio a Venezia… y sonríe…ahí mismo me enamoré. Lamentablemente él no, porque sin ningún tipo de compasión me dice, e facile, toma questo giardini e dobla a la sinistra. Y ese fue nuestro romance más fugaz.
Tomamos (volvieron las otras) el giardino que parecía un laberinto y tardamos quince minutos más o menos en poder encontrar la salida. A esas alturas, sentíamos una molestia en los pies. Miramos hacia abajo y con estupor exclamamos ¡nos salieron juanetes! Pero no, eran unas ampollas del tamaño y forma de Uruguay…y todavía nos faltaba ver ¾ parte de la bienal.
Relatar la otra parte de la bendita bienal, sería un despropósito no sólo porque se aburrirían, sino que no podíamos pensar en otra cosa más que en nuestros pies, por ende sobrevolamos el resto de los pabellones, que tampoco eran dignos de un relato.
Volvimos en vaporettobondi a San Marco, tomamos el Bellini más caro de nuestras vidas, y enfilamos para la cena. Elegimos un lugar lindo, porque desde un tiempo a esta parte, mejor dicho, desde TETAS a esta parte, decidimos que nos merecíamos todo.
Si bien el lugar es muy cool, no fue la mejor cena de nuestras vidas, pero decidimos que volveremos porque los mozos están buenísimos. Ah! Ahí nos enamoramos por segunda vez en el día, para descubrir que el mozo sólo nos miraba para ver si necesitábamos algo más.
Domani será otro día y doppo partiremos a Verona a encontrar a Romeo.
Tetas=1 (habló la creída), Bienal=0

martes, 14 de mayo de 2019

Tette al por mayor

Siamo tutti bene, o eso creemos. Perdón que desaparecimos por un tiempo, pero es que no nos alcanzan las manos para hacer 200 tetas, imaginate si todavía tenemos que escribir.
Nuestra vida es una teta. Desde las 8 de la mañana hasta las 6 de la tarde, dale que colar tetas.
El objetivo eran 240. Ya bajamos a 200, y si nos apurás cerramos en 150. El divino del hijo del señor dueño de tutti Li fiocchi, a cada uno que entra al taller, le dice, lei está facciando una installazione de duecenta cuaranta tette. Ya le pedimos que no hable más por las dudas que no lleguemos, o la próxima le metemos una teta en la boca. No la nuestra, porque es muy niño para nuestro gusto.
De tanto colar y lijar, nuestras manos no están para acariciar al famoso morocho, que tampoco es que se digne a aparecer. Nos quedamos pensando si el que predijo la bruja, no sería nuestro Shorsh Clooney. Como ninguno de los dos aparece…
A lo mejor es el señor del restaurante donde solemos comer. Ése que nos dice, ¿oggi cosa mangiamo? Pero es pelado y no le adivinamos el color previo a ser Kojak. Se llama Guido, pronúnciese Güido, y hoy lo dejamos plantado con el pesce que nos iba a hacer.
Mañana seguramente nos va a retar, pero como de todos modos no le entendemos un pomo de lo que nos dice, que nos rete todo lo que quiera.
Una cosa a tener en cuenta en Italia. El italiano, cree que todos entendemos el idioma. Más si le decís, sono de Aryentina, ahhh Aryentina, te contestan, y ahí nomás que se largan la perorata más larga que escuchaste en tu vida, y toda en italiano. Nosotras ante esta situación siempre respondemos con lo único que sabemos: ah, si, io non parlo bene el italiano, ma questa cosa è lo que voglio, perché io ho de bisogno de un cappuccino y questa cosa que non se como si chiama , y me nevado a la mierda.
Así que acá estamos, sin poder aprender italiano ni tampoco intentándolo porque decidimos que estamos demasiado cansadas y viejas. Desde que llegamos, no sabemos porqué pero se nos da más fácil el francés que otro idioma. De jodidas nomás.
Volviendo a Shorsh, queríamos darles una noticia. Ya no estamos tan enamoradas. Ayer lo vimos en un vídeo por Instagram, y tiene demasiados dientes. Mucha funda de porcelana. Podríamos habérselas hecho nosotras ahora que estamos trabajando con porcelana inglesa, y seguro le cobrábamos menos. O no…porque tantos dientes con un bidón de 8 litros no sabemos si alcanza…
Nuestro compañero de taller sigue sin hablarnos, cosa que agradecemos. Lo único molesto es que seguimos sin poder poner música hasta que se va. En cualquier momento le boicoteamos el cristo de flores y farfalles y le ponemos un a teta a modo de clavo.
A domani o a la settimana prossima si sobrevivimos a tanto cansancio.

miércoles, 8 de mayo de 2019

Faenza, la Santiago del Estero italiana

Benvenutti a Faenza, mi nuevo hogar por un mes.
Empezamos bien, somos las más viejas de todo el edificio. El lugar, es una residencia de estudiantes, y si bien nosotras no vinimos a estudiar, tranquilamente podemos pasar por la madre de cualquiera de estos chicos.
La habitación y el baño son privados, la cocina compartida. Total que como nosotras no cocinamos, bienvenida sea la cocina compartida.
El taller nos queda a unas 8 o 9 cuadras. Cuadras italianas. Son más cortas, vaya a saber el porqué. Lo mismo, las manzanas no son cuadradas ni redondas, ni ninguna figura geométrica que conozcamos. Si doblamos a la izquierda no hay salida, si lo hacemos para la derecha, seguramente nos vamos a la mierda. Nunca la metáfora fue tan exacta para los tiempos electorales que corren. Soysola presidente! Pero volvamos a las cuadras faentinas. Decíamos que vamos y venimos caminando tutti gli giorni, por ende tenemos permitido a la vuelta comernos un dolce, que vendría a ser nuestra cena, porque o todavía no sirven comida o ya cerraron, para la hora que salimos del taller.
Para describir la vida en Faenza, la de los otros, no la mía, diríamos que estamos en una ciudad muy tranquila. Tan tranquila que los negocios, farmacias, lo que sea, abren entre las 9 y las 12.30, después se van a dormir la siesta, y vuelven a abrir tipo de 15.30/16 a 19.30. Como en Córdoba o Santiago del Estero, pero en Italia.
Acá no hay taxis ni Uber. Al respecto diremos lo siguiente. No entendemos una ciudad sin taxis. ¿Con quién nos vamos a pelear durante este mes?
La gente anda en bicicleta. También en auto, pero no lo recomendamos porque todos acá se creen Fangio. ¿A dónde corrés hermano, si son cinco cuadras por ocho?
Nos encanta Faenza. Todo es limpio. Todo es tranquilo. No hay mucho para hacer y era lo que necesitábamos.  Trabajamos todo el día. Tenemos las manos hechas mierda de la porcelana, pero estamos contentas. Lo que es mucho decir. Las tetas siguen creciendo (anche las nuestras) y esperamos llegar a las 200 al menos. Soysola y sus 200 tetas.
Compartimos el taller con un napolitano radicado en Milán. No habla español ni inglés, y nosotras no hablamos italiano. Así que nos llevamos bárbaro porque no nos dirigimos la palabra. Tiene asistente porque no es ceramista y está haciendo un Cristo con farfalles, que no vendrían a ser los fideos, sino mariposas. No le entendimos muy bien el concepto de su obra, aunque hoy le escuchamos decir algo así como que en la India son todos muy religiosos, pero religiosos paganos. Asumimos que es una especie de chupacirios que considera a todo lo que está fuera del cristianismo, como paganismo. Oy vey! A lo mejor nosotras le resultamos el anticristo y por eso nos pidió amablemente que apagáramos la música ya que le molestaba. A nosotras nos molesta el chupacirismo y no por eso le metimos una vela en el orto que no es la huerta.
¿Qué decir? Estamos contentas en Faenza. Nos gusta, no como para quedarnos a vivir. Ya tenemos un restaurante favorito. No por la comida en sí que no sabemos si nos gusta tanto, sino que el dueño cuando nos ve nos dice “oggi, que mangiamos? Io le recomendano (sorry pero es nuestro italiano) stringe con carciofi e un po’ de peperoncino. Así que lo que él nos dice, nosotras comemos.
Decidimos que de tener que mudarnos a algún país, lo haríamos a España, simple y llanamente por el idioma. El italiano no es lo nuestro definitivamente.
Roma 1= Faenza 1



sábado, 4 de mayo de 2019

Vaticuánto

Seguimos de tour por Italia, y nos olvidamos, antes de salir de Baires, de pedirle a Pablito Moyano, que en el paro reclamara por la creación del sindicato de viajeros.
Seguimos insistiendo, como en viajes anteriores, que esto es un trabajo insalubre. Hermoso laburo, pero agotador. No es cuestión de dar lástima, simplemente creemos que es un reclamo legítimo.
Ya imagino a quienes nos criticarán diciendo que el país está en llamas y nosotras reclamando pelotudeces. Sí, porque son nuestras pelotudeces. Nadie nos quitará lo bailado, pero tampoco es que nos devuelven el IVA, ni las zapatillas gastadas de tanto patear, ni siquiera nos dan el 40% de descuento en antiinflamatorios por cargar valijas. Tampoco nadie nos da un voucher para la comida, y ni que hablar de los viáticos. Huguito y Pablito no tocaron en su vida un camión y consiguen todo. A la vuelta del viaje convocamos al paro ,qué joder!
Dejando de lado el sindicalismo barato, volvamos a Italia.
Caminamos. Caminamos. Caminamos. No sé si queda claro que nos duelen las patas. Fuimos al Coliseo y subimos hasta las gradas donde se sentaban los pobres. Llegamos a la conclusión de que los romanos o tenían patas muy largas, o los emperadores eran unos sádicos de mierda que mandaban a hacer escalones doble altura, solamente para joder a la plebe, y a nosotras.
Todas las escaleras en Italia son muy empinadas y con treinta centímetros de más entre escalón y escalón. Ya sólo por eso descartamos este país para vivir.
Después fuimos al Vaticano a putear un poco al Papa, pero no lo vimos porque estaba reunido con la curia argentina. Al pedo ¿no? Si igual no piensa ir al país hasta que Mauricio se vaya. Esto es un Papa como los de antes!  Infiriendo en la política como los Borgia.
En realidad lo que nosotras hubiésemos querido decirle a Francisco, es que ya que habla tanto de ayudar a los pobres, porqué no vende alguna de las cruces, cálices, candelabros o relicarios de oro macizo y piedras preciosas que tienen en el Tesoro del Museo del Vaticano, que están ahí al re pedo, porque ni siquiera te los dejan fotografiar. O quizás alguien pagaría una fortuna por el dedo de San Pedro revestido en oro. Si total San Pedro ya no lo necesita!
Después fuimos a ver a Moisés. Entre tanta iglesia y crucifijo necesitábamos estar un poco entre los nuestros. Pero Moishe vive en la iglesia San Pietro in Víncoli. ¡Oy vey!
Cuestión que recorrimos toda Roma en tres días. Eso sí, siempre perdidas. Decidimos que vamos a hacerle caso a nuestra intuición, que dice, nunca nos des bola, doblá siempre para el lado contrario que así vas a llegar.
Seguimos buscando al morocho que predijo la bruja, pero parece que no se enteró que nosotras estábamos en Roma.
Nuestro italiano va empeorando con el correr de las horas, y nuestro inglés se va pareciendo al de Vito Corleone. Vaya a saber porqué desde que estamos acá, hablamos english con acento mafioso. Esciusssmi, lui espiqui inglishhhe?
Dejamos la cità de la dolce vita, y partimos a Faenza. Se nos acabó la joda. Ahora a trabajar 24 x 7 que la expo está a la vuelta de la esquina.



martes, 30 de abril de 2019

Mani pulite

-Daniel, ¿va a llover?
-No rompas las pelotas, ¿no ves que el cielo está despejado?
Luego de una semana en la que casi, casi suspendemos el viaje, llegamos al aeropuerto, Daniel, nosotras y la valija.
Daniel nos dejó luego de abonarle como siempre, y nosotras nos quedamos ahí, haciendo el check in y calculando cuántos Rivotril nos íbamos a tomar.
Estábamos desorientadas porque era la primera vez que íbamos a viajar de día.
Entonces, ¿cuándo empezar? ¿Cuántos? ¿Cada cuánto? ¿Nos alcanzaría el tiempo antes de embarcar para empastillarnos bien? ¿O nos quedaríamos cortas?
Decidimos no hacer cara o cruz, una porque no vemos un carajo y otra porque nosotras no te creemos en el santo grial.
Así que cada hora antes del embarque nos mandamos un sublingual. O sea, tres, como la Santísima Trinidad.
Llegado el momento de subir al avión, se nos paró al lado un señor que primero nos pareció simpático, hasta que empezó a comerse las uñas y mandar cien mensajes de texto por segundo. Es un terrorista, pensamos, y ahí fue el cuarto Rivotril.
Mientras resolvíamos si subir con el terrorista o no, el señor de atrás nos dijo ¡vamos, vamos muévase señora! Y casi que nos empujó.
Perdimos a Bin Laden de vista y al viejo choto y buscamos nuestro asiento.
Uno a uno iban subiendo los demás pasajeros, diez tanos, cien argentinos, cuatro curas, dos monjas y una familia de judíos religiosos. ¡Listo, pensamos, este avión es imposible que se caiga! Hay mucha gente rezando. Así que decidimos no darle más a las drogas prescritas.
A los veinte minutos de despegar, nos dormimos. Y nos despertamos. Y nos dormimos. Y nos despertamos. Y nos dormimos. Y nos despertamos….Vimos una peli entera, puteamos al de atrás por tirarse pedos, le pedimos a una pasajera un paracetamol y nos dormimos por enésima vez, para despertarnos nuevamente cada hora.
El vuelo fue tranquilo, aunque se movió un poquito cuando pasamos por el desierto del Sahara. Se ve que Alitalia anda con problemas de amortiguadores para andar por la arena.
Aterrizamos en Fiumicino tras trece horas de vuelo, y Francisco no estaba para recibirnos. A decir verdad, tampoco estaba la manga para salir del avión. Como a la vieja usanza, vinieron tres buses a la pista. ¡Qué bueno dijimos! Anda todo como la mierda como en casa!
Cuando estuvimos en Río Cuarto, una bruja nos predijo que en este viaje conoceríamos el amor, encarnado en un señor morocho.
Bueno, el primer hombre que vimos al pisar Roma, era un policía de aduana, morocho y con una cara de orto tan asquerosa, que decidimos esperar a recorrer un poco más la ciudad y no quedarnos con el primero.
Llegamos al hotel a las siete de la mañana y es sabido que a esa hora no te dan la habitación no aunque seas la reina de España. Así que salimos a dar vueltas y estrenar la calle. Sí, estrenar, porque a la segunda cuadra nos tropezamos y nos caímos de jeta en el medio de la vereda. Desde acá les agradezco a todos los italianos del ojete que pasaron por nuestro lado sin siquiera mosquearse. Dudamos mucho ahora, de las predicciones de la bruja.
Finalmente al mediodía nos dieron la habitación. Esto es Roma señoras y señores. Todos te engañan. La pieza no está en el edificio principal sino,saliendo hacia la esquina andiamo per la distra, doblamos a la sinistra e qui tiene la chiave. Primo piano, habitazione 102. O sea, nos dieron un bellísimo departamento de dos ambientes, al que se accede por una escalera del año IV, empinada como el Aconcagua. Tenemos un living con televisor LCD de 900 pulgadas, no sabemos para qué, una cocina en la que ni en pedo vamos a cocinar, y una cama que es más dura que el heno sobre el que dormían los gladiadores en el Coliseo. En esta tercera vez en Roma, llegamos a la conclusión, de que a los romanos fabricantes de colchones hay que largarlos a los leones.
Para colmo de males, mañana para ir a desayunar, voy a tener que ir al edificio principal, o sea a dos cuadras.
Por suerte el baño está bastante bien. Los toallones son para gordas.
Primi giorni, primo piano, primo primo, ma ningún morocho.

miércoles, 6 de marzo de 2019

Taxi-iglesia

Volvieron los taxistas. O mejor dicho, nunca se fueron. La cosa es que evidentemente nosotras teníamos la cabeza en otro lado y no les prestábamos demasiada atención. Hasta hoy.
Levantamos el brazo a lo que supusimos un taxi. A lo lejos todavía distinguimos el amarillo y el negro, de cerca no vemos ni aunque tuviésemos a Shorsh delante de las narices.
Nunca imaginamos que nuestro viaje se convertiría en toda una experiencia religiosa.
Ya al abrir la puerta presentimos que cometíamos un error al no haber dejado pasar ese taxi. Subimos porque estábamos apuradas, y corroboramos que sería el peor trayecto de nuestras vidas.
El auto estaba hecho mierda, y para el esparcimiento del pasajero, tenía unas revistas viejas en el bolsillo de atrás del asiento del acompañante. Sí, era de los que tenían bolsillo en el asiento, lo que se dice, respetuosamente, un auto de la tercera edad.
Pasando a la parte delantera del vehículo, o sea de acá para allá, y debajo del parabrisas, un altar. Sep...un altar... Un altar con muchas virgencitas, cuarenta estampitas, mil chirimbolitos religiosos, mucho rosario colgado del espejito, y en el volante, a modo de guirnalda, unos post-it con citas de la mismísima Biblia. De fondo y con sonido sensurround, Radio Jesús Evangelist (pronúnciese reidio shisus evanyelist).
Un taxi-iglesia.
El señor conductor, tenía a nuestro prejuicioso parecer, cara de Damien, el de La Profecía. Menos a su favor, el hombre en cuestión, hablaba en un susurro. Entre que las ventanas estaban abiertas, seguramente para espantar los malos espíritus, los cánticos religiosos a todo volumen, y nosotras que a estas alturas de la vida estamos grandes y medio sordas, no le entendíamos un carajo al taxista. ¿Qué? Perdoná pero no te escucho! le decíamos cada vez que por el espejito retrovisor lo veíamos mover los labios. ¿Sabés qué pasa? La música está muy fuerte, entra ruido de la calle y no te oigo!
O le importaba tres carajos, o jugaba a dígalo con mímica, o estaba rezando. No lo sabremos nunca.
Mientras tanto, la putísima música seguía sonando.
¿A quién en esta vida se le ocurre escribir canciones reli-pop? Es una blasfemia para el oído.
La cuestión es que llegamos a destino, temerosas de que si seguíamos ahí adentro un segundo más, tendríamos un ACV, o la cabeza nos giraría como a Carrie. Bajamos del taxi celestial convertidas en el Anticristo.
Alabado sea el señor...el señor Shorsh Clooney.