jueves, 13 de junio de 2019

Stanca (cansada) ma no estancada

Sentadas en un barcito de Florencia, mientras escuchamos a un bombón cantar y un viejo loco (del que admiramos su libertad) bailar en la mitad de la calle, nos sentimos Julia Roberts en Comer, rezar, amar. Bueno, la mitad de Julia en altura y el doble en gordura…
Verona. Lamentamos comunicar que Romeo no estaba. Fuimos hasta la casa, le tocamos el timbre, pero nos dijeron que se había ido con una tal Julieta. Va fanculo le respondimos nosotras al portero, que nos miró impávido cual estatua que era.
Así que nos fuimos al Castelvecchio a ver si ahí encontrábamos algún duque veronés. Tampoco, pero nos quedamos recorriéndolo. Subimos, porque en Italia todo es escalera, y recorrimos obligadas, una de las más grandes exhibiciones de arte sacro, que vimos en nuestras vidas. Obligadas, bien decimos, porque cada vez que queríamos escapar para la uscita, venía una de las guardias y nos obligaba a entrar a otra sala. La mina nos siguió todo el recorrido, mostrándonos con un gesto de cabeza, por dónde había que seguir. No sabemos en realidad si todos los turistas se le rajan de embole o tenía miedo que nos chafáramos algo. ¡Ni que en nuestras intenciones estuviera afanarnos un cacho de fresco con la imagen de la Asunción de la virgen!¡ Preferimos un par de zapatos antes que un santo! ¡Un santo no nos duraría lo que un par de buenos zapatos italianos, doña! Pero nos callamos la boca, y seguimos subiendo por el Castelvecchio. Si algo tenemos que agradecerle a la guardia, fue que con su insistencia de llevarnos por el camino correcto, terminamos en las murallas del castillo, viendo la mejor vista de Verona que podríamos haber imaginado.
Lamento decepcionarlos, pero no tengo más que palabras elogiosas para Verona. Bella ciudad, bellos hombres y gente amable por todos lados.
Cargamos nuestras valijas al Frecciargento y partimos sin demora a Florencia. Ya al subir, empezamos a las puteadas. El tren no tenía lugar para el equipaje, así que viajamos más o menos a cococho de las valijas. Seguimos con nuestro rosario de buenas intenciones, al bajar en la estación y notar que no había ascensor. Solo escaleras…la puta que los parió a los italianos y su obsesión por las escaleras. Además, para quienes no lo saben, como en la antigüedad no había reglas de construcción, cada uno hacía los escalones con la altura que se les cantaba el ojete. O, los del norte de Italia tenían las piernas muy largas…vaya a saber, no hay con quién comparar…Bah, si nos dejamos llevar por el tamaño de las esculturas de Michelangelo, la península itálica debía ser la tierra de Gulliver.
No desesperéis que ya llega la tercera puteada…
Nuestro hotel, resultó ser un apart hotel. Bien ubicado, súper lindo, gente amable, ascensor en el edificio….y escaleras en el departamento. No hace falta reproducir nuestros dichos, ya los conocen de sobra.
Salimos a pasear, con cuarenta grados a la sombra, para largar la cuarta y anteúltima puteada de la semana. Si Venecia nos pareció un mar de turistas, Florencia es el océano. ¡Queremos volver a Faenza donde no hay nadie!,gritábamos sin que nadie nos oyera, porque cientos de miles de turistas, zumban como cientos de miles de moscas. Odiamos a los turistas. Llegamos a la conclusión de que nosotras nos vestiremos como turistas, pero en realidad somos ciudadanas del mundo.
Queríamos conocer Cinque Terre, San Giminiano e ir a la Toscana y beber algunos vinos Chianti. Cansadas de andar solas, creímos conveniente tomar una excursión . Mal hecho.
Cinque Terre es hermoso, pero decidimos que ahí no nos vamos a mudar porque todo es cuesta arriba. Además tomamos un barco para ir de una terre a la altra, pero el capitán estaba un poco fumado,  manejaba a los tumbos, y casi largamos por la borda los spaghettis que habíamos mangiado antes. Finalmente sudamos como guanacos, sacamos fotos y llegamos agotadas al anochecer.
Al día siguiente, como si no nos hubiese alcanzado con la excursión previa, hicimos la segunda.
Hermosa la Toscana, no decepciona, lo juro. Nos sentimos Diane Lane en Bajo el sol de la Toscana, con la pequeña diferencia que nosotras no encontramos el amor, sino otro millón de turistas.
Consejo. Nunca hagas excursiones multilingües. Terminás no entendiendo ninguno de los idiomas que habla el guía.
A diferencia del día previo, acá sí nos quedaríamos a vivir. Queremos una villa toscana, con vista a San Giminiano. Largamos la cerámica y nos ponemos un viñedo. Decidido.
Hoy, nuestro último día en Florencia, nos propusimos tener uno tranquilo. Visitamos a nuestro novio David, en el Museo della Accademia. Es tan, pero tan bello, que no nos importa que tenga pito chico. Nos hubiésemos quedado todo el día con él, pero había que ir a hacer el reintegro del tax. Y ahí llega nuestra cuarta y última puteada en Firenze.
No uses el Google Maps acá, porque el  puntito azul se te vuelve loco. Así fue que estuvimos dando vueltas en círculos durante media hora hasta llegar a destino. No es que esta ciudad sea muy grande, no, es la vuelta al perro, pero si el puto punto azul se quedara quieto quizás no nos hubiésemos caído de rodillas con el culo para arriba, en el medio del pavimento florentino.
Y la recontrarecalcadísimaconchadesuputamadre!!! Ahí tienen la puteada que les debía.
Suponemos ahora, que tenemos un par de ligamentos menos en nuestras rodillas.
Casi llorando, porque ganas no nos faltaron, nos volvimos al apart a preparar la valija, ya que mañana partimos a Roma. En el trayecto nos enamoramos varias veces de italianos que ni siquiera notaron nuestra existencia.
En definitiva, la bruja la pifió en todo. Ni este viaje nos cambió sustancialmente la vida, y menos que menos encontramos al morocho. O mejor dicho, encontramos muchos morochos que no nos cambiaron la vida.
Arrivederci Florencia, chi vediamo cuando el turismo merme.
Verona 10 = La Toscana 10
Rodillas -2= Elizabeth 0

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