miércoles, 6 de marzo de 2019

Taxi-iglesia

Volvieron los taxistas. O mejor dicho, nunca se fueron. La cosa es que evidentemente nosotras teníamos la cabeza en otro lado y no les prestábamos demasiada atención. Hasta hoy.
Levantamos el brazo a lo que supusimos un taxi. A lo lejos todavía distinguimos el amarillo y el negro, de cerca no vemos ni aunque tuviésemos a Shorsh delante de las narices.
Nunca imaginamos que nuestro viaje se convertiría en toda una experiencia religiosa.
Ya al abrir la puerta presentimos que cometíamos un error al no haber dejado pasar ese taxi. Subimos porque estábamos apuradas, y corroboramos que sería el peor trayecto de nuestras vidas.
El auto estaba hecho mierda, y para el esparcimiento del pasajero, tenía unas revistas viejas en el bolsillo de atrás del asiento del acompañante. Sí, era de los que tenían bolsillo en el asiento, lo que se dice, respetuosamente, un auto de la tercera edad.
Pasando a la parte delantera del vehículo, o sea de acá para allá, y debajo del parabrisas, un altar. Sep...un altar... Un altar con muchas virgencitas, cuarenta estampitas, mil chirimbolitos religiosos, mucho rosario colgado del espejito, y en el volante, a modo de guirnalda, unos post-it con citas de la mismísima Biblia. De fondo y con sonido sensurround, Radio Jesús Evangelist (pronúnciese reidio shisus evanyelist).
Un taxi-iglesia.
El señor conductor, tenía a nuestro prejuicioso parecer, cara de Damien, el de La Profecía. Menos a su favor, el hombre en cuestión, hablaba en un susurro. Entre que las ventanas estaban abiertas, seguramente para espantar los malos espíritus, los cánticos religiosos a todo volumen, y nosotras que a estas alturas de la vida estamos grandes y medio sordas, no le entendíamos un carajo al taxista. ¿Qué? Perdoná pero no te escucho! le decíamos cada vez que por el espejito retrovisor lo veíamos mover los labios. ¿Sabés qué pasa? La música está muy fuerte, entra ruido de la calle y no te oigo!
O le importaba tres carajos, o jugaba a dígalo con mímica, o estaba rezando. No lo sabremos nunca.
Mientras tanto, la putísima música seguía sonando.
¿A quién en esta vida se le ocurre escribir canciones reli-pop? Es una blasfemia para el oído.
La cuestión es que llegamos a destino, temerosas de que si seguíamos ahí adentro un segundo más, tendríamos un ACV, o la cabeza nos giraría como a Carrie. Bajamos del taxi celestial convertidas en el Anticristo.
Alabado sea el señor...el señor Shorsh Clooney.