Ya sé. Me extrañaban. Yo no. No me extraño para nada.
Tras un arribo demorado, hemos llegado como cuando nos fuimos de España. Con una mano atrás y otra adelante. El Black Friday nos dejó culo p´arriba.
Tuvimos varias revelaciones en esas doce horas varadas en Miami. Una, la quetiapina sí hace efecto. Dos, somos capaces de resistir altísimas dosis de drogas prescriptas , tres, seguimos teniendo pánico a volar y cuatro, el desdoblamiento de personalidades dura lo que un suspiro. Nueve horas. Lo que dura el efecto de los psicofármacos. Yo y mis otros yos, nos separamos por un rato, y al aterrizar en Ezeiza volvimos a rejuntarnos como piara enjaulada.
Una semana con la cabeza llena de mocos, no nos dejó sentarnos a escribir. Bue, mocos...ahora se le llama así a la unineronalidad adquirida al nacer.
Llegamos justo para la asunción de Mauri, quizás fue eso lo que nos enfermó y no el aire acondicionado del avión.
Recuperarse de un viaje de casi un mes, lleva por lo menos un mes más. Esa es la excusa que nos pusimos para no hacer un carajo. Si bien el viajar es un placer, como dice Pipo Pescador, nosotras seguimos insistiendo en que es un trabajo que debería ser más que bien remunerado. Y más en nuestro caso, que nos exponemos a ser detenidas por la policía canina de los aeropuertos, al transportar dentro de nuestro organismo, altas dosis de Rivotril. Nosotras te llevamos pasta como para abastecer a todos los panicosos de los vuelos mundiales. ¡Otra que Moria y el gramo y medio de cocaína! Nos, podríamos jactarnos, que en el caso de ser detenidas, nuestra condena no bajaría de los ocho años, dos meses, catorce días, quince horas, cuarenta minutos y veinticinco segundos. Por las dudas evitamos el Expreso de Medianoche.
Quizás la falta de deseo sexual que andamos experimentando por estos días, no sea a causa del estrés, sino a la sobredosis de tranquilizantes. Nos duerme todo. Hasta la líbido.
Con decirte que nos da lo mismo si Shorsh y Almohadina tienen hijitos o se toman todos los Nespressos del universo...
Estamos entrando en la etapa pre cumpleaños, navidades, fin de año y servicios afines. O sea, en la época de depresión masiva.
Ya que estamos y adelantándonos a nuestro cincuentenario, vamos a ir haciendo un par de pedidos, por las dudas que el doce de enero estemos tan empastilladas que no nos acordemos de nada.
Quiero bailar el minué en puntas de pie, para sentirme Maya Plisetskaya durante la muerte del cisne.
Quiero botas de caña alta para salir a pescar panaderos en el aire, un verano del 70.
Quiero el escote en la espalda infinita, donde se pierdan tus ojos durante el deshielo.
Quiero el sinsabor del olvido al dolor del desamor.
Quiero la insensatez de la adolescencia, la seguridad de los años vividos, a la decrepitud del alma.
Quiero la noche estrellada de Van Gogh y los acantilados de Escocia.
Quiero aparecer y desaparecer como por arte de magia, decir Hocus Pocus y que una moneda salga por detrás de mi oreja.
Quiero ser niña de nuevo, para poder seguir teniendo ganas de ser grande, y no ser una pobre mina añorando su juventud.
Quiero allá por el río Tajo y el toro Carambolas. Quiero a Vashington, Visky y Kavasaki y a la Babaiaga.
Quiero a mis muertos vivos, y a los otros que descansen en paz.
Quiero no querer tanto, porque de tanto querer se me parte el alma.
Tras un arribo demorado, hemos llegado como cuando nos fuimos de España. Con una mano atrás y otra adelante. El Black Friday nos dejó culo p´arriba.
Tuvimos varias revelaciones en esas doce horas varadas en Miami. Una, la quetiapina sí hace efecto. Dos, somos capaces de resistir altísimas dosis de drogas prescriptas , tres, seguimos teniendo pánico a volar y cuatro, el desdoblamiento de personalidades dura lo que un suspiro. Nueve horas. Lo que dura el efecto de los psicofármacos. Yo y mis otros yos, nos separamos por un rato, y al aterrizar en Ezeiza volvimos a rejuntarnos como piara enjaulada.
Una semana con la cabeza llena de mocos, no nos dejó sentarnos a escribir. Bue, mocos...ahora se le llama así a la unineronalidad adquirida al nacer.
Llegamos justo para la asunción de Mauri, quizás fue eso lo que nos enfermó y no el aire acondicionado del avión.
Recuperarse de un viaje de casi un mes, lleva por lo menos un mes más. Esa es la excusa que nos pusimos para no hacer un carajo. Si bien el viajar es un placer, como dice Pipo Pescador, nosotras seguimos insistiendo en que es un trabajo que debería ser más que bien remunerado. Y más en nuestro caso, que nos exponemos a ser detenidas por la policía canina de los aeropuertos, al transportar dentro de nuestro organismo, altas dosis de Rivotril. Nosotras te llevamos pasta como para abastecer a todos los panicosos de los vuelos mundiales. ¡Otra que Moria y el gramo y medio de cocaína! Nos, podríamos jactarnos, que en el caso de ser detenidas, nuestra condena no bajaría de los ocho años, dos meses, catorce días, quince horas, cuarenta minutos y veinticinco segundos. Por las dudas evitamos el Expreso de Medianoche.
Quizás la falta de deseo sexual que andamos experimentando por estos días, no sea a causa del estrés, sino a la sobredosis de tranquilizantes. Nos duerme todo. Hasta la líbido.
Con decirte que nos da lo mismo si Shorsh y Almohadina tienen hijitos o se toman todos los Nespressos del universo...
Estamos entrando en la etapa pre cumpleaños, navidades, fin de año y servicios afines. O sea, en la época de depresión masiva.
Ya que estamos y adelantándonos a nuestro cincuentenario, vamos a ir haciendo un par de pedidos, por las dudas que el doce de enero estemos tan empastilladas que no nos acordemos de nada.
Quiero bailar el minué en puntas de pie, para sentirme Maya Plisetskaya durante la muerte del cisne.
Quiero botas de caña alta para salir a pescar panaderos en el aire, un verano del 70.
Quiero el escote en la espalda infinita, donde se pierdan tus ojos durante el deshielo.
Quiero el sinsabor del olvido al dolor del desamor.
Quiero la insensatez de la adolescencia, la seguridad de los años vividos, a la decrepitud del alma.
Quiero la noche estrellada de Van Gogh y los acantilados de Escocia.
Quiero aparecer y desaparecer como por arte de magia, decir Hocus Pocus y que una moneda salga por detrás de mi oreja.
Quiero ser niña de nuevo, para poder seguir teniendo ganas de ser grande, y no ser una pobre mina añorando su juventud.
Quiero allá por el río Tajo y el toro Carambolas. Quiero a Vashington, Visky y Kavasaki y a la Babaiaga.
Quiero a mis muertos vivos, y a los otros que descansen en paz.
Quiero no querer tanto, porque de tanto querer se me parte el alma.