Ya acabando el Día de la Independencia, y nosotras como cuando llegamos de España. Seguimos sin casa. O sea, seguimos dependiendo de la buena voluntad de quién nos acoge. Y no nos acoge mucha gente a menos que paguemos. Por ende, seguimos alquilando.
No, si es la única manera en que somos acogidas...!
Así que continuaremos quejándonos de los vecinos del condón. Perdón! Condominio. Corrector del orto!
Ayer, nos ofrecieron sus servicios de despertador, los co-habitantes masculinos del agujero de al lado. Como ya hemos comentado, las paredes son de papel crepé, en consecuencia, a las 8 a.m (muy de madrugada), comenzamos a percibir una especie de gorjeo, no exactamente de pájaros. No, no era Caetano Veloso cantando Cucurrucucú paloma. Más bien era como el ulular insoportable de las torcacitas en celo.
Ni cortas ni perezosas, nos levantamos de la cama, dispuestas a salir en camisón al pasillo a putear a los cuatro vientos, pero nos detuvo lo poco que nos quedaba de sentido común. No somos la mejor visión que puede tener cualquier ser humano a esas horas de la mañana. Y menos seres humanos del sexo opuesto. Las crenchas revueltas, lagañas en los ojos y ni que hablar de que al putear escupimos, porque usamos placa antibruxismo. Un Tiranosaurus Rex propiamente. Decidimos no salir.
Cual Super Agente 86 y la 99, agarramos un vaso y lo pusimos contra la pared, primero para escuchar de qué hablaban, y segundo para usarlo de amplificador de nuestros insultos.
A quienes ya están agarrando un vaso de vidrio para ver si oyen lo que dicen los vecinos, les decimos, NO FUNCIONA. Lo máximo (con perdón de la palabra) que van a oír, es blabbbfihsgudiiifiriiighhhgrttiiijajajaja.
Y así andamos, de un edificio al otro, insultando y recibiendo insultos. Sip. Nosotras también caímos en nuestra propia trampa. Hemos descubierto que somos las destinatarias de las puteadas de otros vecinos. Los de Juramento. Recibimos el llamado desesperado y amenazante de los tortolitos del C, acusándonos de haber convertido el Danubio Azul en el mismísimo Riachuelo de María Julia.
Salimos corriendo a toda velocidad...bueno...a la velocidad que nos permite nuestro tujes, que no es mucha...y efectivamente, cuando arribamos a palacio, descubrimos que en vez de nenúfares, flotaban soretes por todos lados. No nuestros, aclaremos. Ni tampoco de nuestros albañiles. Los obreros cagan rosas, como nosotras. Eran los sorongos de los 44 departamentos restantes. Se tapó la columna porque los muy asquerosos tiran pelos y cuanta porquería tengan a mano. Pero las que siempre sufrimos las consecuencias somos las pelotudas (nos) que vivimos en lo que se llama piso sándwich, o el famoso jamón del medio. Ya sé, no tenemos derecho a mezclar las palabras sandwich y jamón con sorete. Ahora tenemos hambre, carajo!
Llamada de urgencia al plomero, resuelto el tema, pasemos a lo que nos concierne. Y acá dejamos de ser muchas para ser una sola porque somos bastante egoístas.
Quiero vaselina para consorcios. Tanto para los caños como para los vecinos.
Quiero el Transiberiano, para pasear por las estepas abrigada con un tapado de armiño sintético, porque soy ecologista.
Quiero un televisor que sólo transmita buenas noticias. Para malas tenemos la tira de eslabones unidas entre sí.
Quiero no enredarme en mis propias palabras, y poder decir te amo sin temor a que se me entienda.
Quiero una guitarra eléctrica, un bombo legüero y un xilofón de plástico, para tocar la Novena Sinfonía de Beethoven, quedarme sorda con la última nota y que la reverberación del sonido quede atrapada en mi cabeza.
Quiero celeste para que me cueste. Lo fácil, fácil se va.
Quiero agua blanda y un naranjo en flor, para perfumar con azhares, los cajones de mi incómoda existencia.
Quiero parecerme a mi misma dentro de cuarenta años atrás. Dentro de cuarenta años adelante es probable que no me guste lo que vea.
Quiero la llave del candado donde encerraron mi inocencia. La he perdido y me gustaría recuperarla.
Quiero un abanico de ideas originales, porque las que me quedan están un poco vetustas.
Y como es costumbre, quiero a Shorsh, esta vez vestido con mameluco y sopapa en mano, para destaparme las cañerías.
No, si es la única manera en que somos acogidas...!
Así que continuaremos quejándonos de los vecinos del condón. Perdón! Condominio. Corrector del orto!
Ayer, nos ofrecieron sus servicios de despertador, los co-habitantes masculinos del agujero de al lado. Como ya hemos comentado, las paredes son de papel crepé, en consecuencia, a las 8 a.m (muy de madrugada), comenzamos a percibir una especie de gorjeo, no exactamente de pájaros. No, no era Caetano Veloso cantando Cucurrucucú paloma. Más bien era como el ulular insoportable de las torcacitas en celo.
Ni cortas ni perezosas, nos levantamos de la cama, dispuestas a salir en camisón al pasillo a putear a los cuatro vientos, pero nos detuvo lo poco que nos quedaba de sentido común. No somos la mejor visión que puede tener cualquier ser humano a esas horas de la mañana. Y menos seres humanos del sexo opuesto. Las crenchas revueltas, lagañas en los ojos y ni que hablar de que al putear escupimos, porque usamos placa antibruxismo. Un Tiranosaurus Rex propiamente. Decidimos no salir.
Cual Super Agente 86 y la 99, agarramos un vaso y lo pusimos contra la pared, primero para escuchar de qué hablaban, y segundo para usarlo de amplificador de nuestros insultos.
A quienes ya están agarrando un vaso de vidrio para ver si oyen lo que dicen los vecinos, les decimos, NO FUNCIONA. Lo máximo (con perdón de la palabra) que van a oír, es blabbbfihsgudiiifiriiighhhgrttiiijajajaja.
Y así andamos, de un edificio al otro, insultando y recibiendo insultos. Sip. Nosotras también caímos en nuestra propia trampa. Hemos descubierto que somos las destinatarias de las puteadas de otros vecinos. Los de Juramento. Recibimos el llamado desesperado y amenazante de los tortolitos del C, acusándonos de haber convertido el Danubio Azul en el mismísimo Riachuelo de María Julia.
Salimos corriendo a toda velocidad...bueno...a la velocidad que nos permite nuestro tujes, que no es mucha...y efectivamente, cuando arribamos a palacio, descubrimos que en vez de nenúfares, flotaban soretes por todos lados. No nuestros, aclaremos. Ni tampoco de nuestros albañiles. Los obreros cagan rosas, como nosotras. Eran los sorongos de los 44 departamentos restantes. Se tapó la columna porque los muy asquerosos tiran pelos y cuanta porquería tengan a mano. Pero las que siempre sufrimos las consecuencias somos las pelotudas (nos) que vivimos en lo que se llama piso sándwich, o el famoso jamón del medio. Ya sé, no tenemos derecho a mezclar las palabras sandwich y jamón con sorete. Ahora tenemos hambre, carajo!
Llamada de urgencia al plomero, resuelto el tema, pasemos a lo que nos concierne. Y acá dejamos de ser muchas para ser una sola porque somos bastante egoístas.
Quiero vaselina para consorcios. Tanto para los caños como para los vecinos.
Quiero el Transiberiano, para pasear por las estepas abrigada con un tapado de armiño sintético, porque soy ecologista.
Quiero un televisor que sólo transmita buenas noticias. Para malas tenemos la tira de eslabones unidas entre sí.
Quiero no enredarme en mis propias palabras, y poder decir te amo sin temor a que se me entienda.
Quiero una guitarra eléctrica, un bombo legüero y un xilofón de plástico, para tocar la Novena Sinfonía de Beethoven, quedarme sorda con la última nota y que la reverberación del sonido quede atrapada en mi cabeza.
Quiero celeste para que me cueste. Lo fácil, fácil se va.
Quiero agua blanda y un naranjo en flor, para perfumar con azhares, los cajones de mi incómoda existencia.
Quiero parecerme a mi misma dentro de cuarenta años atrás. Dentro de cuarenta años adelante es probable que no me guste lo que vea.
Quiero la llave del candado donde encerraron mi inocencia. La he perdido y me gustaría recuperarla.
Quiero un abanico de ideas originales, porque las que me quedan están un poco vetustas.
Y como es costumbre, quiero a Shorsh, esta vez vestido con mameluco y sopapa en mano, para destaparme las cañerías.
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