domingo, 28 de junio de 2015

Sentime, vos, criatura...

Seguimos en refacciones habitacionales. Ya nos estamos acostumbrando a esto de estar repartidas en tres lugares diferentes. Los pies en Juramento, la cabeza en Olazábal  y el culo en Blanco Encalada. Bah, aunque a estas alturas, nuestro culo ocupa toda las Barrancas de Belgrano.
Para esto está bueno tener a mis otros yos. Una queda de campana en la obra, la otra trabaja, y yo me vuelvo loca con los vecinos de alquiler.
Porque si hay en algo en lo que nosotras no tenemos suerte, es con los vecinos.
Ya hemos descrito a los habitantes de nuestro piso, mas tenemos otras plantas con las que empezamos a llevarnos para el orto. Ellos no lo saben, pero se estarían llevando muy mal con mis otros yo y especialmente conmigo.
Tenemos aquellos que no te saludan, los que ensucian el ascensor con meo de perros, los que no limpian el filtro del lavarropas comunitario, y lo peor que me podría haber tocado: jóvenes que hacen la previa.
Es nuestro karma. A donde vamos, nos siguen los niños llorones o los adolescentes rompebolas.
Para aquellos que me están criticando, preguntándose ¿acaso vos no fuiste adolescente? Les digo, NO. Yo nací vieja. Siempre fui mala onda y jodida. Pueden preguntárselo a mis amigas. Les cagaba las salidas con los chicos, y aún así, hoy me siguen queriendo. Allá ellas.
Anoche, un grupete de jovenzuelas alcoholizadas, gritaron durante una hora treinta minutos, sobre mi cabeza. Le calculamos dos pisos más arriba, por el nivel de decibeles, apagado por dos lozas de cartón corrugado, porque de eso están hechos los edificios nuevos. No, si ya que vamos a criticar, critiquemos también al constructor.
La cuestión es que cuando empezamos a calentar la garganta para lanzar cuanta puteada saliese de nuestra gola, las niñas decidieron irse de parranda. Graciadió.
Ahora sólo nos lloriquea la beba de al lado. Mi sobrina decía, cuando era pequeña: "los chicos son lindos hasta los 6 años. Después hay que mandarlos lejos y traérlos de vuelta a casa a los 21."
En los tiempos que corren, y en mi situación, los traería después de los 45 y los volvería a mandar lejos a los 80.
Y sí! Qué le vas a hacer? Yo soy así, y me llaman la Pipistrella. Soy Tita Merello en sus peores épocas. Soy la bruja Cachavacha, el Doctor Neurus y Juana de Arco, todo en un sólo cuerpo.
Pero vayamos a lo que nos compete. Los pedidos.
Quiero paciencia. Siempre la ando queriendo, pero evidentemente no se me cumple el pedido. Creo que está viniendo desde Alaska y con este tema de la limitación en las importaciones, ya debe estar cubierto el cupo.
Quiero un portaligas en la pierna derecha y en la izquierda una media can-can. Quiero bailar en el Moulin Rouge con Josephine Baker y las bailarinas de Degas.
Quiero un sapo en la barriga y no convidados de piedra.
Quiero una casa en el Mediterráneo para sentarme a mirar el atardecer en mi vejez. Y en mi próxima niñez, quiero Disneylandia y el Italpark.
Quiero ser el Ave Fénix y renacer de mis cenizas, antes que reencarnar en un tatú carreta.
Quiero un pasaje a la Isla de la Fantasía, y hacer un nido en el campanario.
Quiero quinientos pares de pies, para seguir caminando el mundo, y ganar la Maratón de Manhattan.
Quiero el Muro de los Lamentos, un sueño imposible, la Garganta del Diablo y un día contigo. Sin tí ya llevo años.
Quiero ser y no ser, reír y llorar, amar y odiar, o quiero todo lo contrario que vendría a ser lo mismo.
Quiero encontrarte y perderme, perderte y encontrarme, hasta que me canse de buscar y te encuentre por ahí perdido en mis ojos.
Quiero lo que siempre quiero y lo que no quiero también.
Y obviamente, quiero a George.




jueves, 4 de junio de 2015

Marchando se hace la gente.

Y hoy me fui a la marcha #NiUnaMenos. Fui sola. Mis acompañantes de toda la vida decidieron no sumarse. Las muy hijas de puta, cuando tienen que apoyarme en algo, no aparecen. Sólo están para joderme. ¡Sí, a ustedes les hablo! A mi otro yo y al yo de mi otro yo. Dos turras. Si hubiesen estado el día que conocí a los que me mandaron al psiquiatra, quizás hoy no estaría escribiendo este blog.
Ahí estaba, solita con mi alma, en el medio de una multitud con mayoría de mujeres, escuchando historias de violencia. Y me pregunté porqué por tantos años, me costó aceptar que yo también fui víctima de la violencia. De esa que no deja heridas visibles. De esa que no te animarías jamás a denunciar, porque es poco posible de demostrar. La psicológica. Si bien no es una cicatriz palpable, no es imposible de ver. Si sos un poco avispado, y mirás bien, te vas a dar cuenta dónde están.
Pero bueno, volvamos a la marcha.
Mucha gente. Y cuando digo mucha, es MUCHA. No apto para claustrofóbicos, o con fobias sociales. Después de haber superado mi pánico a los aviones, esto me parecía pan comido. Pero no. De golpe me ví arrastrada por una turba impaciente por acercarse a vaya saber dónde, porque era imposible acercarse a ningún lado. Para donde miraras había gente. Gente grande, gente mediana, gente adolescente (que descubrí también es gente), y miniaturas de gente llamados niños. En el espacio que cabe una persona, estaban paradas tres. Te preguntarás cómo. Yo también. Aunque te puedo decir que a una la tenía parada sobre mis pies.
Y de estar ahí sola, pasé a estar acompañada, o mejor dicho encolumnada, detrás de los ferroviarios, después de los del MTP,  del STP, de los barrenderos municipales, de la Izquierda Unida, de los Boyescauts de Mataderos, del centro de estudiantes del colegio Municipal de Trinidad y Tobago, del Movimiento Evita, y del movilero de Infama.
Luego de varios intentos fallidos de aferrarme a un camión de TV para no seguir siendo arrastrada por la multitud, decidí dejarme llevar por la corriente y ver si me acercaban hacia alguna calle adyacente con menor tránsito de seres humanos. Tras 45 minutos de incertidumbre, logré escaparme por la calle Ayacucho, donde tomé un taxi y huí, por 145 pesos, a mi casa. Salen caras las manifestaciones. Tomo nota para la próxima.
Y acá estamos, de nuevo reunidas en casa, yo, mi otro yo, y el yo de mi otro yo, deseando que al gato de al lado se le pase el celo, o que su dueño decida castrarlo de una vez por todas y deje de andar haciendo la chanchada en mi balcón.
Quiero NiUnaMenos, pero también los quiero en cana a los causantes de que tengamos que exigir ni una menos.
Quiero un mundo de rosas sin espinas y un árbol de veinte asientos.
Quiero un cartel que diga #LaFelicidadExiste, y una marcha del amor.
Quiero un repasador para el olvido y una olla a presión que no chille.
Quiero una planta de naranja lima, y un limonero repleto de paltas sin carozo.
Quiero un noticiero de buenas noticias y un libro que cuente las horas, los minutos y segundos.
Quiero una mano amorosa, un lápiz afilado y una hoja en blanco, para escribir nuevos capítulos de mi vida.
Quiero mi vida, vivida casi de la misma manera ,pero con algunos cambios. Quiero poder decir, si me vas a querer de ése modo, mejor andate. Quiero querer otras cosas sin que me traten de idiota. Quiero perder el miedo a caminar por la calle y encontrarte.
Y por último, quiero. Porque siempre quiero. Porque no conozco otra manera de vivir, que vivir queriendo.