Al fin terminamos con esto del día del amigo. Invento argentino. No podía ser de otro modo. Nosotros, los sudacas te festejamos todo. El día del, niño, del padrino, de la secretaria, del periodista, del ceramista, del nieto, del abuelo, del dulce de leche, del mate con bizcochitos, del tatú carreta y del papi fútbol. Yo y mis otros yos queremos presentar en la Legislatura, un proyecto para que se apruebe el Día del Rivotril, y a empastarse todos y todas se ha dicho!!
Esto de festejar una semana entera el día del amigo, cuando nos llamamos Soysola, es una contradicción en sí misma. O en nosotras mismas. O en ustedes mismos. O en ellos mismos.
Yo, mi otro yo, y el yo de mi otro yo, que nos pasamos la vida espantando a cuanto humano se nos acerque, resultamos ser como Roberto Carlos y tener un millón de amigos. Bueno, ya está. Se acabó lo que se daba. Sépanlo, no somos amigables. En algún lugar de nuestro corazón, las/os queremos mucho, pero todo tiene un límite. No pueden pedirnos amabilidad, sonrisas y buena onda siete días de una semana. O sí pueden, pero es la única semana que les damos en el año!
Mientras escribimos esto, con la sensibilidad y delicadeza que nos caracteriza, tenemos a una joven madre primeriza, que no sabe dónde meter a su crío llorón, y lo saca a orear al pasillo, con el sólo propósito de jodernos la existencia. Decime vos tarúpida ¿por qué no te llevás a ventilar al nene a la terraza hasta que se calme en vez de joder a tus vecinos?
Deberían derogar una ley que limite la posibilidad de tener hijos o cocinar bifes en un monoambiente. O quizás lo que necesitamos es volver urgente a nuestra casa.
Entretanto, el bebé llora en el pasillo, los trapitos se pelean en nuestra ventana, el forro de la moto acelera con el caño de escape roto y el perro jadeador hace lo suyo, o sea, jadea. Bah, no descubrimos todavía si es un jadeo, o es su ladrido. Es de esos perros que parecen murciélagos bóxer enanos. O sea, podría tranquilamente ser un murci disfrazado de perro. Vaya uno a saber! En este edificio puede pasar de todo.
Ya más tranquilas porque nuestros otros yos, yoes, o como quieran llamarlos, han vuelto, nos dedicaremos a pedir lo que nunca nos será otorgado.
Quiero la distancia que hay entre la Tierra y la Luna, para recorrerla a la velocidad del sonido. Mientras no sea el sonido de Arjona, cualquiera será bienvenido.
Quiero el pecado pero no al pecador, así como no quiero al pecador si está libre de pecado.
Quiero la llama eterna del fuego que me consume, y consumirte de poquito a poco, hasta que el poco pierda sentido y ya no sea ni las cenizas de lo que fue.
Quiero margaritas para los chanchos, y un salame de campo para Margarita.
Quiero sentarme a meditar en la cima del Tupungato, y bajarlo deslizándome en culopatín.
Quiero ser Marguerite Duras y escribir : yo soy Soysola, no vale la pena decir nada más.
Quiero el pan de cada día, de salvado, diet y sin sal, aunque quisiera un croissant parisino, con mis mozos aduladores.
Quiero rojos de furia, a verdes de envidia.
Quiero menos vecinos, menos edificios y más espacios públicos sin público molesto.
Quiero a Don Gato y su pandilla, y no la banda de felinos que rondan la ciudad.
Quiero pintar un Rembrandt, esculpir un Miguel Ángel y ganarme el cielo de la Capilla Sixtina.
Y quiero que me devuelvan a George, que por equivocación y mucho vino, lo regalé en el día del amigo.
Esto de festejar una semana entera el día del amigo, cuando nos llamamos Soysola, es una contradicción en sí misma. O en nosotras mismas. O en ustedes mismos. O en ellos mismos.
Yo, mi otro yo, y el yo de mi otro yo, que nos pasamos la vida espantando a cuanto humano se nos acerque, resultamos ser como Roberto Carlos y tener un millón de amigos. Bueno, ya está. Se acabó lo que se daba. Sépanlo, no somos amigables. En algún lugar de nuestro corazón, las/os queremos mucho, pero todo tiene un límite. No pueden pedirnos amabilidad, sonrisas y buena onda siete días de una semana. O sí pueden, pero es la única semana que les damos en el año!
Mientras escribimos esto, con la sensibilidad y delicadeza que nos caracteriza, tenemos a una joven madre primeriza, que no sabe dónde meter a su crío llorón, y lo saca a orear al pasillo, con el sólo propósito de jodernos la existencia. Decime vos tarúpida ¿por qué no te llevás a ventilar al nene a la terraza hasta que se calme en vez de joder a tus vecinos?
Deberían derogar una ley que limite la posibilidad de tener hijos o cocinar bifes en un monoambiente. O quizás lo que necesitamos es volver urgente a nuestra casa.
Entretanto, el bebé llora en el pasillo, los trapitos se pelean en nuestra ventana, el forro de la moto acelera con el caño de escape roto y el perro jadeador hace lo suyo, o sea, jadea. Bah, no descubrimos todavía si es un jadeo, o es su ladrido. Es de esos perros que parecen murciélagos bóxer enanos. O sea, podría tranquilamente ser un murci disfrazado de perro. Vaya uno a saber! En este edificio puede pasar de todo.
Ya más tranquilas porque nuestros otros yos, yoes, o como quieran llamarlos, han vuelto, nos dedicaremos a pedir lo que nunca nos será otorgado.
Quiero la distancia que hay entre la Tierra y la Luna, para recorrerla a la velocidad del sonido. Mientras no sea el sonido de Arjona, cualquiera será bienvenido.
Quiero el pecado pero no al pecador, así como no quiero al pecador si está libre de pecado.
Quiero la llama eterna del fuego que me consume, y consumirte de poquito a poco, hasta que el poco pierda sentido y ya no sea ni las cenizas de lo que fue.
Quiero margaritas para los chanchos, y un salame de campo para Margarita.
Quiero sentarme a meditar en la cima del Tupungato, y bajarlo deslizándome en culopatín.
Quiero ser Marguerite Duras y escribir : yo soy Soysola, no vale la pena decir nada más.
Quiero el pan de cada día, de salvado, diet y sin sal, aunque quisiera un croissant parisino, con mis mozos aduladores.
Quiero rojos de furia, a verdes de envidia.
Quiero menos vecinos, menos edificios y más espacios públicos sin público molesto.
Quiero a Don Gato y su pandilla, y no la banda de felinos que rondan la ciudad.
Quiero pintar un Rembrandt, esculpir un Miguel Ángel y ganarme el cielo de la Capilla Sixtina.
Y quiero que me devuelvan a George, que por equivocación y mucho vino, lo regalé en el día del amigo.